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lunes, 27 de septiembre de 2010

255-De bandas y tablas de lavar o La Atlántica Jazz Band y su concierto

Mi estimado amigo marplatense Pasqualino Marchese ha tenido a bien publicar esta crónica en su hermosa página dedicada a "La Perla del Atlántico"



¡Muchísimas gracias, desde ya!

Mar del Plata, siempre Mar del Plata…
Esta vez fue sola. Dos días de caminatas por los lugares que habitualmente recorro del brazo de Jorge. No es lo mismo, por cierto, pero me considero una buena compañía y traté de disfrutar la Plaza Colón impecable, la Rambla desierta, el cafecito en la Boston, la vista, desde la ventana del hotel, del espigón-emblema, la lluvia fortísima que empapaba las calles y hacía que el horizonte del mar se nublara en grises.
Me dejé mimar por el personal del hotel, por los mozos en ese comedor lleno de historia. Y fue bueno.

Pero sin duda, si algo voy a recordar de ése, mi primer fin de semana marplatense conmigo misma, es a esa banda que en un viernes destemplado tocó para muy pocos como si hubiera habido un gentío en las butacas.

Poco sabe quien esto escribe sobre jazz y bandas. Ésta se presentaba como la “Atlántica Jazz Band” . Y prometía recrear el estilo de jazz tradicional que fue desarrollado durante la década de ‘20 por músicos de color, en la ciudad de Nueva Orleans (estado de Louisiana, EE.UU.).

En esa noche implacable, en la que era imposible desafiar el clima para asistir a ningún concierto, me senté a una mesa de Orión, la confitería del hotel, observando a los músicos y contemplando a mis escasos compañeros , que parecían estar ahí sentados con el lema interior más temido por los artistas del espectáculo: “divertime, si podés”.

No contaba con los ángeles.

Sí. Tiene que haber habido más de uno dando vueltas e inspirando al baterista y locutor, que fue poniendo calor donde no había hasta que la música hizo el resto. Las melodías se sucedían seguidas de aplausos cada vez más entusiastas. Y la minúscula platea fue agigantándose con cada solo. ¡Se los veía tan felices ! El baterista humanizaba cada melodía con algún detalle oportuno del ejecutante. Barbas, profesiones, caracteres apenas insinuados con humor hacían que, a partir de ese momento, resultaran absolutamente únicos. Y uno se trasportaba, de la mano de algún ángel, a la época en que el jazz se originó, y pensaba en qué maravilla que en una ciudad relativamente pequeña de nuestro país esa gente, en su mayoría profesional, se diera tiempo para hacer lo que , a todas luces más le gustaba para compartirlo con nosotros haciendo caso omiso de si éramos pocos o muchísimos.

La cuestión es que mi entusiasmo aumentaba con cada interpretación. Y ya saben los lectores que lo único que puede frenar mis ímpetus “juveniles” es la presencia de mi Robert…¡Pero esa noche estaba sola! Y de repente: una sorpresa. Hizo su aparición el nieto pequeño del pianista, ejecutando washboard (la tabla de lavar), con un ritmo envidiable. Con absoluta generosidad la banda había cedido la atención de todos los espectadores al pequeñito que se robaba el espectáculo. Ver y escuchar a un gurrumín enfrascado en el ritmo, en la esencia del jazz, era algo muy especial y esperanzador. Yo me debía ver como mi Fernando en un recital de los Ratones Paranoicos. Pogo no hice pero me puse de pie porque me acosaba el deseo de inmortalizar fotográficamente el momento en una crónica .

Cuál no sería mi sorpresa cuando al levantarme lo más discretamente que pude de mi asiento fui interpelada por el baterista que me preguntó a dónde iba, y si el motivo de mi huída se debía a que no me gustaba el espectáculo. Ni lerda ni perezosa le repliqué el motivo de mi partida y la seguridad de un rápido retorno.

Muerta de risa y pensando en que estar sola para hacer papelones tenía sus ventajas, regresé, cámara en ristre, para tomar parte de una foto de esas que no tienen precio.

La noche terminó con tantos aplausos que parecía que una multitud conformaba la platea y terminó también con mi firme propósito de que a mi regreso a “La Feliz” buscaré dónde actúa la Atlántica Jazz Band, a no dudarlo y asistiré, en primera fila, a su sesión de jazz y de sonrisas. Eso sí: desde ya estoy pergeñando cómo haré para que mi esposo soporte estoicamente los embates de mi entusiasmo jazzístico sin ponerse colorado…

Cati Cobas


Laci Trakal: corneta
Mario Romano: clarinete
Alejandro Mariscal: trombón
Julio Furundarena: piano
Lucas Galdeano: banjo
Tito Defeudis: tuba
Aldo Roldán: batería y washboard

...Y si están en Mar del Plata y quieren escuchar y disfrutar...

Viernes 20 de mayo de 2011 - 23:30 hs.
"ATLÁNTICA JAZZ BAND"
en "ORION" - Luro y La Costa
Reservas: (0223)491-5450
Derecho de espectáculo: $ 30.-


sábado, 22 de mayo de 2010

247- Palpitando el Bicentenario


“Pero me encanta ser argentino,
viviendo en Vigo, Roma o Berlín.
Puedo ser pobre, nunca un mendigo,
soy argentino hasta morir.”

“Argentinos.” Letra y música: Ignacio Copani

La Argentina se prepara con entusiasmo para los festejos del Bicentenario. Como siempre les digo a mis primos españoles, “celebraremos los doscientos años de habernos declarado ¿libres? de ustedes”. A lo que Sebastià, mallorquín a ultranza, responde “de “nosotros” no”. Es que en todas partes…

Una fiebre celeste y blanca cubre el territorio y por doquier se ven brotar escenarios para los festejos. Y una, si bien sabe que de “libres” poco, no puede dejar de sentirse embargada de “argentinidad”, de sentimientos patrióticos porque como va a decir Don Ángel Avakian, en la celebración que haremos en el lugar en que mamá está internada:

"Patria es la tierra donde se ha sufrido,
Patria es la tierra donde se ha soñado,
Patria es la tierra donde se ha luchado,
Patria es la tierra donde se ha vencido."

¡Y miren que los argentinos sabemos de los tres primeros participios! Desde que tengo uso de razón hemos soñado, luchado y sufrido. Falta vencer, pero, ahora que somos un referente para la economía griega, todavía podemos tener alguna esperanza, de modo que nos sentimos con derecho a celebrar, ¡qué tanto!

Así que ahí andamos, con las escarapelas en las solapas; las banderas, en las antenas de los coches; las ciudades, engalanándose; los artistas, afinando voces y todos “abuenados“, como decía Armando, un contratista chaqueño que emulaba a Sócrates y a Platón pero en tono de sapucay. Bueno, todos no… hay algunas chispas entre la Presidenta y el Gobernador de la Ciudad de Buenos Aires por causa de unas acusaciones que el segundo hiciera al ex presidente argentino y esposo de nuestra mandataria, pero prefiero soñar que, por unos días, éstas se apagarán en pos de un bien mayor, que, nobleza obliga, Mauricio pedirá disculpas de formal manera y Cristina las aceptará elegantemente y el día de la inauguración del teatro Colón seremos todos una “familia unita” y nadie “angarrará el mantel por el aire” como decía Don Carmelo Campanelli, en la tele, años ha.

Volviendo a más gratas cuestiones, como siempre, donde más se nota el Bicentenario es en las cocinas. Las fábricas de “tapas” de empanadas y pastelitos no dan abasto y se van palpitando unos asados memorables aunque la carne esté cara. Hasta la peor cocinera está pensando en un locro sencillito o una carbonada de antología, como para festejar los acontecimientos de manera digna y, sobre todo, suculenta, que por aquí comienza el frío y no es cuestión de que nos agarre con la panza haciendo ruido.

La 9 de julio está que estrila desde hace ya varias semanas con la construcción del Paseo del Bicentenario, con los stands correspondientes a las veintitrés provincias y la Ciudad de Buenos Aires, sumados a uno dedicado al “millón y medio de argentinos radicados en el exterior, que tienen su espacio en la denominada "Provincia 25", así como a stands de las colectividades española, italiana y francesa, entre otras, que formaron parte de la fuerte corriente inmigratoria que nutrió al país entre fines del siglo XIX y comienzos del XX.”

Y anoche…anoche comenzamos con una verdadera multitud en un concierto al aire libre que celebraba los cuarenta años del rock nacional, con la presencia de Fito Páez, León Gieco y Luis Alberto Spinetta, entre otros artistas y bandas donde , por descontado, estuvo mi querido Ignacio Copani, cantando como correspondía…

Pero esto recién comienza…

Nos esperan el tango, el folklore nacional, la música latinoamericana y artistas plásticos como Seguí o León Ferrari, para engalanar los pórticos del Paseo.

Y como si todo esto fuera poco, más de dos mil artistas participarán del "Desfile de Mayo", que a través de representaciones teatrales recorrerá los 200 años de historia argentina.

Para el acto central del martes se espera la asistencia de los presidentes de Bolivia, Evo Morales; de Brasil, Luiz Inácio Lula Da Silva; de Chile, Sebastián Piñera; de Ecuador, Rafael Correa; de Paraguay, Fernando Lugo; de Uruguay, José Mújica; y de Venezuela, Hugo Chávez. En cuanto a la ciudad propiamente dicha, se reinaugurará el teatro Colón, comparable a los grandes teatros del mundo, remozado y puesto a punto, con otra fiesta que promete “grandes sorpresas”.

Como verán los lectores, estos próximos cuatro días serán inolvidables.
En cuanto a mi propia vida, he decidido vivir esta celebración con todo. Tener mi Bicentenario propio. Esta tarde nos reencontramos con las chicas de la 17 del 8°, con mis compañeras de primaria, a las que no veo desde el Sesquicentenario, en el que cantamos en el Teatro Colón, precisamente, de la mano de la señorita Russo. Y como si esto fuera poco…

El próximo viernes celebraremos el Bicentenario de la Patria (unida al aniversario de la Independencia de Armenia, de donde vienen muchos de ellos), con los compañeros de mamá. Ya hace un mes que estamos abocados a confeccionar escarapelas, centros de mesa y a organizar un acto…un acto que espero sea maravilloso. Lo haremos a la usanza de los actos que se realizaban en la escuela pública cuando los habitantes de la Casa de Descanso asistían a ella de guardapolvo blanco, guantes y escarapela en aquellos inviernos crudelísimos de comienzos del Siglo XX.

Ahora los dejo…me voy a poner los bigudíes porque quiero que el Bicentenario me encuentre im-pe-ca-ble, como merece. Pronto les regalaré una crónica en la que se enterarán si los sufrimientos sueños y luchas para celebrar a la Patria se concretaron en una victoriosa fiesta de encuentro y orgullo nacional.

Cati Cobas


domingo, 11 de abril de 2010

245- Palermo "Soho"

“…Prendieron unos ranchos trémulos en la costa,
durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo,
pero son embelecos fraguados en la Boca.
Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.

Una manzana entera pero en mitá del campo
expuesta a las auroras y lluvias y suestadas.
La manzana pareja que persiste en mi barrio:
Guatemala, Serrano, Paraguay y Gurruchaga…”

*Jorge Luis Borges- “Fundación Mítica de Buenos Aires”


El cielo, endomingado de sol y azul, vuelca, sobre las sombrillas rojas de las confiterías frente a la Placita Serrano, una luz de otoño casi tan rabiosa como la del verano que despedimos hace poco. Pero a Jorge, mi marido, no le gusta sentarse a la intemperie. Almorzamos tras los vidrios de un local posmodernista con la decoración en bancarrota y del otro lado se suceden personas y personajes variopintos. Mercaderes que comienzan a ordenar sus puestos callejeros, parejas jóvenes tomadas de la mano, un dúo de metaleros vestidos en el mismo tono de la piel del vendedor africano. El mismo que intenta, sin resultado, que el turista rubio y de aire opulento le compre esa pulsera cuyas piedras hacen juego exacto con sus ojos -los del turista, por supuesto-. Allá , a lo lejos, un sinfín de niños reptando, subiendo y bajando por los distintos juegos de la plaza bajo la indiferente mirada de sus padres.

Salimos. Detrás de los chiquilines y de la feria, con sus toldos blancos, una galería de arte a cielo abierto. Los artistas solamente muestran sus trabajos, la mayoría originales y personalísimos. No los imponen, no tratan de venderlos. Pareciera que están ahí por el digno placer de que alguien reconozca que son buenos. Y, de verdad lo son. Hay una pintora pelirroja, que habla de inmigrantes en sus telas sembradas de colores, un grabador barbudo, que se empecina en mostrar miserias blanquinegras y un colombiano bajito y calvo, que nos regala la vista con trabajos hechos a punta de bolígrafo. Nadie ofrece “tango y mate”, como sucede en otros rincones de este Buenos Aires 2010. Nadie intenta forzar situación alguna. Si el paseante se detiene para elogiar un cuadro, el autor se acerca y disfruta, simplemente, de los ojos embelesados del eventual admirador para luego hacer mutis por el foro -perdón, por el caballete-.

Las casas que rodean la plazoleta no muestran más de un piso o dos. Todo tiene un aire bohemio, simple, que de tan simple y tan bohemio se convierte en sofisticado. Es que estamos en Palermo “Soho”, una zona de la ciudad relativamente nueva, en la que abundan la ropa y los muebles de diseño y de buen gusto. ¡Palermo “Soho“! Pretenciosos los porteños para bautizar…¿Verdad? Tanto como para darnos el lujo de aplicar a este trocito de ciudad el mismo nombre que se aplica en Londres o en Nueva York a centros comerciales importantísimos. Pretenciosos y plagados de caprichos. Porque, sepan, amigos, que, increíblemente, la que se conoce como “Placita Serrano” , en la intersección de las calles Serrano y Honduras, es, desde 1994, la Plazoleta Julio Cortázar. Hermoso y olvidado homenaje a uno de nuestros escritores más conocidos. Y ahí no terminamos con las ostentaciones porque para completar el alarde, la calle Honduras cambia de nombre luego de la plaza para convertirse en Jorge Luis Borges. Es como si hubiéramos querido decirle al visitante: ¿Querías escritores argentinos? ¡Pues nos damos el lujo de intersecarlos convertidos en espacio urbano!


Aunque, pensándolo bien, lo de Borges es un justo homenaje en su barrio, ya que el escritor supo habitar Palermo cuando de “Soho” no tenía nada y sí mucho de malevos y entreveros, de taitas y matones y de poetas populares de la talla de Evaristo Carriego, por ejemplo. Fue precisamente en ese barrio, en la casa de la calle Serrano 2135, donde el autor, contradictorio como su ciudad, ya que descansa en Suiza, imaginó su “Fundación Mítica de Buenos Aires”.

Caminamos por Borges, precisamente, en dirección a Santa Fe. De compadritos: nada. Todas las casas tienen vida nueva hecha de colores fuertes y arquitecturas actuales sobre estructuras de mediados del siglo XX perfumadas de madreselvas y jazmines, como si quisieran honrar los tiempos en que “los muchachos no usaban gomina“.

Contemplo el empedrado, los muros y las rejas de este arrabal devenido en “Soho” y bendigo mil veces a esta ciudad que tanto amo, mientras Jorge sonríe al escucharme, soñadora, robándole palabras al viejo poeta habitante de este barrio:

*“A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
La juzgo tan eterna como el agua y como el aire.”

Cati Cobas

sábado, 20 de febrero de 2010

242- A Mar del Plata

o “Por las narices, a Sebastià…” ( “Donant p’es morros en En Tià”)

"Qué lindo es estar en Mar del Plata
en alpargatas, en alpargatas
felices y bailando en una pata,
en Mar del Plata soy feliz…

Haciendo dedo voy con poca plata
a Mar del Plata, a Mar del Plata
me paso el día entero haciendo fiaca (pereza)
en Mar del Plata soy feliz…

En Mar del Plata no tengo problemas
si no hay más camas me acuesto en la arena
no uso saco (chaqueta), no uso corbata
en Mar del Plata soy feliz.”

Letra y Música: Juan Marcelo

Mi primo Sebastià sostiene con vehemencia que Mallorca es todo un continente. Y fiel a ese concepto me regaló una ximbomba, en cuya decoración, Sudamérica y la isla ocupan la misma superficie. En su momento tomé este detalle con humor y cuando pude hollar las arenas de las playas mallorquinas comprendí el motivo de tanto amor al terruño del que también provienen mis raíces: Mallorca es una isla maravillosa, no cabe duda.

Pero…he nacido en Argentina. Y la amo entrañablemente. Y estoy orgullosa de ella. Razón por la cual me he propuesto “dar por las narices” a Sebastià y demostrar con la pluma y la palabra que aquí también tenemos playas maravillosas, aunque eso sí, con un viento que hace que debamos vivir en carpas para gozar de las delicias marinas sin el ulular pampeano y con un agua fría de toda frialdad, pero nuestra, mientras los ingleses no digan lo contrario… Por eso he decidido que en esta crónica contaré, como dijo el músico Juan Marcelo (al que seguramente no le darán el Nóbel de Literatura), “qué lindo que es estar en Mar del Plata…”

Mar del Plata, cabecera del partido de General Pueyrredón, la urbe turística más importante de Argentina tras Buenos Aires, con una de las infraestructuras hoteleras más amplias del país. centro balneario y puerto ubicado en la costa del mar Argentino, sobre el Atlántico, en el sudeste de la Provincia de Buenos Aires, a 404 km al sureste de la Ciudad de Buenos Aires y cuya fecha original de fundación es el 10 de febrero de 1874, es, a no dudarlo, un lugar donde la mayoría de los argentinos, sin distinción de clases sociales, nos sentimos “la mar” de felices.

Es que uno llega, y ya en el aire siente que es verdad el apelativo cursi que le endilgaron hace años: “La ciudad feliz”. Lo reciben los primeros techos rojos de la Avenida Constitución, y uno se peina el cansancio de cinco horas y media de ruta dos a pampa y cielo, y comienza a regodearse con los frentes de piedra caliza de los chalets y los pequeños jardines con hortensias en flor mientras el corazón se ensancha de alegría con la promesa de la despreocupación que Mar del Plata implica. Papá decía que esto se debía a que en ella existe el permiso de no hacer nada y que eso no tenía precio, porque “nada” es lo mismo que los miles de veraneantes que la visitan hacen simultáneamente con uno.

Bueno, yo no diría que uno no hace “nada” en “La Perla del Atlántico” (esto para que Sebastià sepa que no solamente a Mallorca le dicen cosas lindas como “La isla de la calma” o “La que no conoce el invierno”, qué tanto…). Uno, además de sumergirse en las aguas procelosas del Atántico, ya en La Perla, ya en la Bristol, Las Toscas o Varesse, Punta Mogotes o en el balneario de Ricky Fort, más allá del horizonte, camina…¡y vaya si camina! Porque en Mar del Plata uno no se cansa ¿vio? Y si se cansa, se toma un “cortado en jarrito” (café expresso con apenas de leche en una tacita mediana) con dos medialunas (croissant) en “la Boston” (una tradicional confitería de Mar del Plata decorada a la inglesa, con las mejores medialunas del país), y se le esfuma el agotamiento como por encanto. ¿A que sí?


Los pies se van solitos para la Calle San Martín, tan llena de “humanidad popular” que asusta un poco, pero cómo va a perderse uno la vueltita por la Galería Sacoa, la fuente de la plaza, con sus muñecos y fotógrafos, la diagonal de los artesanos, perfumada de tilos, el Shopping Los Gallegos, igual a todos los del mundo pero imposible de ignorar si uno está recorriendo la ciudad.

Y otro día, uno la emprende por la calle Güemes y su charme, y disfruta de las casonas de los tiempos en que Mar del Plata era para la clase alta, hecha a puro pasto y vaca. Y mira las vidrieras lujosas y sueña con que todo está allí, al alcance de la mano, como el pochoclo que el pochoclero (el vendedor ambulante de palomitas de maíz, para nosotros, pochoclo), en su carrito coronado con espuma de azúcar rosada y pegajosa, nos brinda apenas lo pedimos.


Después, de regreso de Varesse, camina por la costa rocosa mientras la silueta del Torreón del Monje se agranda y pone marco a los chiringuitos de los artesanos, y sabe que trasponiendo el puente más allá del Torreón aparecerá ante sus ojos la playa Bristol en pleno, con el Casino y el Hotel Provincial como eje, ostentando la plenitud de un tiempo en que podía contratarse a un arquitecto como Alejandro Bustillo para crear un espacio verdaderamente único en el mundo.


Uno “sabe” Mar del Plata, no necesita estar en cada sitio, ya de lejos “lo sabe”, forma parte de su patrimonio y de su historia. No hace falta estar en la explanada frente a los lobos marinos, ni metido en el espigón del muelle de pescadores. Uno los conoce desde lejos y puede volver ahí con el ensueño. Mar del Plata está enquistada en el alma de sus habitués para siempre, con la seguridad del primer amor, con la certeza de la infancia, con el placer de un alfajor Havanna o un cubanito (barquillo relleno con dulce de leche) envuelto en celofán, con la simpleza de un matecito bien cebado.

Y si uno quiere lujos, no tiene más que virar hacia Playa Grande, al Barrio Los Troncos con sus mansiones, al Golf o a la calle Alem, y encontrará a la flor y nata de la sociedad argentina que, por lo menos este año, dadas las condiciones cambiarias, ha decidido que esta ciudad no tiene tanto que envidiarle a Punta del Este, qué caramba…

En cuanto a cultura, decenas de exposiciones y conciertos a diario, así como museos de lo más variados, desde el “Del Mar”, con su colección de caracoles mágicos hasta la Villa Victoria, con su chalet prefabricado en Europa y trasladado a estas llanuras para regocijo de Victoria Ocampo, nuestra prestigiosa literata o el Castagnino, emplazado en la Villa Ortiz Basualdo, que nos permite evocar esa Mar del Plata de fines del siglo XIX y comienzos del XX que no tuvimos la posibilidad de transitar. (¿O qué pensaban, eh?)


Como cierre, debo decirles que la ciudad tiene también algún rincón para la aventura y la vida un tanto más…¿escabrosa? En nuestro último fin de semana quisimos comer mariscos bien preparados y nuestra amiga Alicia, otra enamorada del lugar, nos recomendó el restaurante “La Marina”, en pleno puerto. El pulpo a la gallega estuvo super rico pero cuál no sería nuestra sorpresa al advertir que estábamos frente al cabaret de… Pepita, “La Pistolera”, famosa por sus “chicas” y sus contactos “non sanctos” con el mundo del arrabal portuario. Pero ni eso nos hizo perder la alegría, sépanlo porque el pulpo sabrosísimo y en su justo precio superó ampliamente los posibles peligros de un encuentro con “la pistolera” y sus muchachos…

Por todo esto y mucho más, le digo a mi primo Sebastià que reconozco y admiro las bellezas de Mallorca pero quiero que sepa que si algún día se decide a salir de aquel continente para venir a visitar a su primita, una vuelta por Mar del Plata lo va a hacer tan dichoso como ni siquiera puede imaginarse…

Cati Cobas


miércoles, 21 de octubre de 2009

232-La nostalgia está de moda (De garodalinas y garodalinos)


¡No crean los lectores que me ha dado por los trabalenguas! ¿Eh? Sucede que mi Robert Wagner personal está absolutamente desatado… Ha sido atacado por una nueva especie de virus
denominado Garodalí y ¡le ha dado por “las tablas”!…Y no las que vienen del árbol, precisamente, porque si piensan los lectores que en vez de un Robert Wagner tengo un Harrison Ford, también actor pero carpintero aficionado, se equivocan de medio a medio. Me estoy refiriendo, nada más y nada menos que a “las tablas” escénicas, con lo que en cualquier momento Lucho Avilés, Rial y “La Canosa” nos inundan la casa de noteros.

Pero ¡basta de intrigas!

Sepan, señores, que mi por demás sufrido cónyuge supo formar parte allá por los setenta del
Conjunto de Danzas Armenias Kaiané, hecho no menor en su trayectoria vital. Toda su adolescencia y juventud transcurrieron entre el estudio, el trabajo y las actuaciones dirigidas por Alicia Antreassian, una muchacha, en aquellos tiempos, tan joven como él. Alicia dedicó gran parte de su vida al Kaiané y pudo, felizmente, capacitarse y volcar sus conocimientos haciendo, junto a un esforzado equipo de colaboradores, del conjunto el orgullo de la comunidad armenia en argentina. En aquellos tiempos, el Kaiané me ponía un poquito celosa, lo confieso, ya que debía compartir al buen mozo de mi novio con sus bonitas compañeras que
, para colmo, tenían con él raíces que me eran ajenas. A pesar de ello, y de ser considerada “la gallega”, como suele decirse en Argentina a todo derivado de la Península Ibérica, siempre me sentí tratada con simpatía y afecto. Sin embargo, lo confieso, ahora que estamos todos en etapas más serenas, en aquella época no podía , por mejores que fueran los tratos de los integrantes del conjunto, dejar de verme un tanto… “crispada” cuando Jorge alzaba a Alicia en sus brazos, durante la danza “Zapatitos”…

Pero hace unos meses, Silvia, ¡mi cuñada!, llegó con una hermosa novedad. Ella ya formaba parte desde hacía tres temporadas, del Garodalí (apelativo que refiere a la nostalgia), un subconjunto formado por aquellas “chicas” de los setenta y ochenta, muchas de las cuales veían, con orgullo, cómo sus hijos también se unían al Kaiané, pero nos traía una novedad ya que este año, en vísperas de que el conjunto celebrara su cincuenta aniversario, estaban invitando a ex integrantes masculinos. Y, ahí, como se imaginarán, estuvo mi Robert en primera fila, junto a Pablo, mi cuñado, y otros jóvenes con cincuenta y sesenta abriles en su haber.
De modo que, atacado por el virus mencionado al comenzar este relato, Cayian ha abandonado un tanto su gimnasio para entregarse a las melodías de Aram Khachaturian o Turvanda Kerbeyikian, entre otros, volviendo a los ritmos que acunaron su juventud.

Y este lunes 19 de octubre fue el Gran Día. Los integrantes de Garodalí participaron del recital del Conjunto Kaiané en el Teatro Astral ¡en plena calle Corrientes!

Otra crónica haría falta para contarles, mis lectores, sobre la calidad del espectáculo que, brindado por cuatro generaciones de descendientes de armenios nos regaló una muestra certera de disciplina, entrega y calidad hechas música, danza y riqueza de vestuario. Sobre todo teniendo en cuenta que se trata de aficionados, de niños, adolescentes y adultos que estudian, trabajan y no viven de la danza sino que le dedican horas restadas al sueño y al descanso. Todos los asistentes aplaudimos, orgullosos, cada baile: los suaves y delicados, ejecutados por las mujeres y los rudos y viriles concretados por los grupos de varones, entre los que se cuenta mi sobrino Nicolás. Y otra crónica más haría falta para decir de la emoción que a todos nos embargó durante el homenaje a Alicia Papazian, una integrante del conjunto de la nostalgia que pocos días antes de la actuación había abandonado
este mundo.

Pero…cuando los y las integrantes de Garodalí salieron a escena: ¡Qué maravilla! Fue tan pero tan hermoso ver a “las chicas” y a “los muchachos” con la Vida a cuestas, sonriendo de emoción al pisar el escenario. Cada uno con sus penas, pero entero en las ganas de seguir luchando la cotidianeidad, con esas ganas hecha salto, giro, o brazo entrelazado al compás de la música. Los rostros, distendidos; los ojos, brillantes de entusiasmo…

Si alguna vez sentí la mordedura de los celos ésta ha cedido, lo aseguro, a la ternura y a la gratitud. La felicidad de mi marido, de mi compañero de tantos años, sólo hablaba de digno orgullo por el logro, por poder decir: “aquí estamos, y de pie, más allá de cualquier dolor o pena, unidos en raíces y en historia, guiados, como siempre, por la querida Alicia que sigue también de pie, como nosotros“.

Y si bien, ayer y hoy la mayoría de los garodalinos y garodalinas habrá tenido que concurrir al traumatólogo o, por lo menos, apelar a algún analgésico o relajante muscular…ya se están comenzando a preparar para el Cincuentenario del Kaiané porque…

¡Quién les quita lo bailado!

Cati Cobas (de Cayian)

lunes, 5 de octubre de 2009

Homenaje a Mercedes Sosa


Hace varios años escribí la crónica que dejo a continuación. Vaya su nueva edición en homenaje a Mercedes Sosa. Ojalá quienes hacen nuestra televisión contrataran a nuestros artistas en vez de lucrar con concursos de aficionados, de ese modo, hubiéramos escuchado y visto a "La Negra", a León, a Víctor, a mi querido Ignacio y a tantos otros sin que tuvieran necesidad de morirse...


martes, diciembre 13, 2005

25-"Querida amiga:"(Caticrónica del espectáculo "Argentina quiere cantar")
Ficticia-21 de Abril de 2003
Querida Amiga:
Vos allá, tan lejos, contemplando el mar y las gaviotas, y nosotros acá, mirando nuestro río color marrón y las palomas que se empeñan en volar por sobre esta otoñal Buenos Aires teñida de ocres y dorados, por sobre esta húmeda ciudad que se resiste a los primeros fríos, con un cielo celeste y diáfano, digno de la mejor postal turística. Vos allá, tan lejos, implorando por un verano que se lleve el petróleo de la playa, y nosotros acá, soñando nuevos caminos de otoño, después del vendaval que nos azota hace ya un largo ,interminable, año. ¿Qué música te devolverá esta tierra, amiga mía? ¿Algún tango canyengue y orillero? ¿Una zamba dulzona y cadenciosa? ¿O un chamamé con aire de litoral acompasado? Voy a contarte un secreto bien guardado, es sobre algo que ni siquiera te imaginas. La otra noche…la otra noche estuviste acá, conmigo. Si, te juro que te encontré el Luna. El Luna Park en un sábado que estallaba de música argentina, de gente que quería vivir aunque doliera. Éramos más de diez mil los que aplaudimos de pie cuando La Negra, Víctor Heredia y León Giecco nos dijeron: “Yo vengo a entregar mi corazón”. Y nos lo dieron.“Todavía cantamos” bramaba el estadio y me pareció que en un rincón Tito Lecture sonreía. Nos veíamos esperanzados contra toda esperanza, contra toda elección o componenda. Tal vez más viejos que en el setenta y pico, tal vez con arrugas demás o algunos kilos, pero renovados en los hijos que, asombrados, daban “Gracias a la vida” con nosotros. Y vos, querida amiga, estabas allí porque yo te traía en el deseo de verte a nuestro lado, emocionada con las canciones nuevas y las de toda la vida, algunas, lamentablemente tan vigentes como hace veinticinco años.
Hubo un momento en que mi alma sobrevoló el estadio contemplando el hervidero. Nos veíamos más pobres que hace años, pero igual de entusiastas, fervorosos y espectantes. Nos seguíamos viendo sensibles y comunicativos con los artistas en ese ida y vuelta de encuentros y de amores. Fue una noche para siempre. No sé si habrá otras como esa. No sólo por el arte hecho canción y melodía sino, porque sin quererlo, participamos todos de una Eucaristía hecha patria y reencuentro. Reencuentro con raíces olvidadas, reencuentro con nosotros mismos y la historia.
¡Cómo lamenté despertar del sobrevuelo! ¡Y no verte a mi lado amiga mía!Fue gloriosa esa noche, te lo juro. Y cuando todos juntos en el Luna a oscuras, blandimos los encendedores para acompañar a los que en el escenario “sólo le pedían a Dios que la guerra no nos fuera indiferente” sentí que no todo estaba perdido, que podíamos renacer a pesar de todo si nos atrevíamos a empezar casi de cero.Y que tal vez vos te darías una vuelta para verlo...
La destinataria, mi amiga "cibernética"está en http://www.chepsy.net/
Cati Cobas

miércoles, 23 de septiembre de 2009

230- ¿Empanadas o "panades"?

“Una empanada es un alimento compuesto por un relleno de carne, jamón, pollo, ricota u otros productos, encerrado en una masa elaborada al modo de la masa de pan, generalmente con trigo, pero puede estar hecha con maíz y otros cereales, y a veces con la adición de alguna grasa (aceite o manteca). Es un alimento que se elabora en casi todos los países del mundo, aunque son particularmente notorias en Hispanoamérica”.

En Argentina, las empanadas son un clásico. La manera más simple y económica de comer algo sabroso sin muchas complicaciones y la mejor excusa para reunirse con amigos.

“Ché…los esperamos el sábado a la noche con unas empanadas y un vinito…” es la frase mágica para el encuentro, tanto da si se trata de gloriosas empanadas preparadas por la tía tucumana o de otras, más modestas, compradas en comercios con apelativos ingeniosos como “El Noble Repulgue” o “Tercera Docena”. Porque aquí, las empanadas se venden por docena y son la solución cuando el ama de casa se cansó de preparar guisos, milanesas o pollo al horno y quiere descansar de ollas y sartenes.

Claro que, si bien, como dice el mataburros, se trata de un alimento prácticamente universal, los argentinos preferimos, sobre todo, y no podría ser de otro modo, las de carne, de las que nos jactamos de tener una empanada diferente por cada provincia.

Mientras en la Ciudad de Buenos Aires y en la provincia homónima las comemos rellenas de carne vacuna picada, con huevo duro y aceituna, en Catamarca y la Rioja, con el agregado de ajo y papa, en Córdoba, con pasas de uva y azúcar espolvoreada en la superficie y en La Pampa con el agregado de morrón. En el sur, recurriendo al pescado y a los mariscos con más frecuencia que a la carne y en el litoral reemplazando la harina de trigo por la de mandioca, en algunas oportunidades.

Sin embargo, el cetro y la corona de este noble alimento pertenecen al Jardín de la República, a la provincia de Tucumán. “La empanada tucumana es principalmente muy jugosa gracias a que la carne es picada a cuchillo en trocitos de 3 mm aproximadamente, la preparación inicial del relleno no se cocina del todo, se deja enfriar (para que absorba el jugo) y se termina de cocinar junto con la masa en la cocción final”.
Miren si será importante esta provincia en materia “empanadil” que es la sede de la Fiesta Nacional de la Empanada, que se celebra anualmente en el mes de septiembre en la ciudad de Famaillá, ciudad que ostenta, además, el ambicioso título de Capital Nacional de la Empanada.
En ese lugar se realiza un concurso culinario acompañado de canciones, coplas y degustaciones varias que hacen las delicias de cualquier sibarita, no tengan duda alguna, amigos.
Ahora bien, retornando al título de esta crónica, yo agregaría que ese alimento era en mi casa, cuando niña, una fuente eterna e inagotable de controversias entre mi padre y su suegra, mi siempre mentada abuela Isabel.

Es que aunque papá conservaba el idioma y muchas costumbres mallorquinas era a su vez un aprendiz de “gaucho” hecho y derecho, amante de las payadas y de nuestro folklore, del Martín Fierro y de cuanta expresión criolla cayera entre sus manos, por lo tanto, para él las empanadas argentinas resultaban sabrosísimas mientras que para mi querida y mallorquina abuela, no había nada en materia de relleno envuelto en masa que se acercara ni remotamente a las pascuales panades mallorquinas o a los cocorrois de verdura y los robiols de ricota (brossat para mis primos insulares).

Las diferencias eran abismales y prácticamente irreconciliables. Es imposible comparar un alimento con el otro. Es como tener que elegir entre un pasodoble y un tango: suenan absolutamente diferentes.

Las panades, características de Pascua, se pueden hacer de cerdo, de pescado de guisantes solos….pero las mas típicas son las de cordero, aunque en ese tema, la abuela claudicaba a favor de nuestra carne vacuna combinada con la de cerdo y con trocitos de panceta y sobrasada, lo que convertía a sus panades en un hecho culinario insuperable.

En cuanto a los cocorrois de verdura, también resultaban sabrosísimos y ni hablar de las empanadas rellenas con ricota y perfumadas con cáscara de limón…a cincuenta años de saborearlas, todavía mi boca se hace agua evocándolas.

En la controversia argento mallorquina yo solía actuar de agente moderador porque si bien nuestras criollísimas empanadas me encantaban, caía rendida a los pies de la abuela en cuanto sacaba del horno alguna de sus baleares creaciones.

Y hoy, más cerca que nunca de mis orígenes, digo, con absoluta convicción, que no hay dicotomía posible en esta materia, que papá y la abuela me perdonen, para mí en este caso, bastará con un cambio en la conjunción del título. Ayer hoy y siempre, mi alma siempre ávida de cosas ricas cambiará la “o” por la “y”. Lo que traducido en gula se leerá “Empanadas Y panades”, uniendo, una vez más, en harina y sabrosuras, las dos orillas del océano bajo el cual corren mis raíces.

Cati Cobas
Nota: Para recetas de empanadas argentinas: http://www.pasqualinonet.com.ar/
Para recetas de panades mallorquinas: http://www.lacocinadeauro.com/

jueves, 10 de septiembre de 2009

228-¡¿Qué hice yo para merecer ésto?!


Dedicada a Susana B. y a Lola B. con todo mi cariño, gratitud y admiración.

Eso. Sí…¡Qué hice yo para merecer ésto!

Pasar de cincuentona a sexagenaria ha sido un parto demasiado silencioso para mí. Hace más de un mes que no puedo estrenar mi nuevo blog habiéndome propuesto que mi primera crónica tendría, por lo menos, una cuota de humor, aunque fuera del más negro. ¡Y miren que reconocer que algo me ha dejado sin palabras…!

Mamá decía siempre que eso de haber escuchado Chispazos de Tradición en la radio a galena alrededor de 1927 y haber llegado a ver a los familiares lejanos en forma inmediata a través de la computadora en el Siglo XXI era un privilegio y que si no fuera porque la “cáscara” se arrugaba, ella se sentía como la Aurora que de croquignol y guardapolvo de tablitas blancas iba al Normal.

Sin embargo, este tema de asumir el paso de los años con elegancia, dignidad y sabiduría no debe ser genético porque lo que es a esta servidora el indignante numerito terminado en cero le ha caído peor que dos choripanes con mucho chimichurri en un almuerzo.

Creo que parte de la culpa de mi baja moral la tienen los cantantes y los periodistas. Esos encantadores de serpientes al compás de las semifusas y la prensa oral y escrita. ¡Es casi inmoral! Mientras las chicas de cuarenta, lo tienen a Arjona, que las arrulla con su “Señora de las cuatro décadas” y las de cincuenta, balanceándose entre sofocos y dentistas, todavía se mantienen, dando grititos en el recital de Montaner, a nosotras, con suerte y poco sentido del ridículo, nos queda arrojarle una faja talle cuarenta y ocho al Puma Rodríguez, que sostiene lo que queda de su melena a puro spray y tinta, en el Luna Park mientras recoge nuestro sexy obsequio para usarlo durante el primer lumbago que le agarre.

¿Qué esperanza se puede tener cuando Santos Biasatti anuncia, por ejemplo, “sexagenaria arrollada por camión lechero en la Autopista Dellepiane”? Está bien. Ya sé. Me queda la posibilidad de ser una “Jane Fonda” del subdesarrollo. No crean que no lo intento, pero las cremas que ella vende deben hacer más efecto si uno las acompaña con alguna otra cosa, como un marido archimillonario, créanme. Porque untarme, me unto y aunque la rubia en los folletos antiage promete el cutis liso, no puedo evitar encontrar en mi cara más surcos que los que mi primo Miguel hace en el campo para plantar alfalfa.

Y los de la cara no son nada comparados con otro tema también molestísimo y de carácter urbano. ¡Odio los cambios de nombres en las calles! ¡Odio a los taxistas y su sonrisita burlona cuando les pido que me lleven a Canning, Cangallo o Avenida del Trabajo! Comprendo que Scallabrini Ortíz es más adecuado para nombrar una avenida que el mentado lord inglés y que el General y Evita merecían un homenaje onomástico en nuestra ciudad, pero los ediles podrían idear alguna calle nueva y evitarme el bochorno de recordar los nombres que las arterias porteñas ostentaron durante gran parte de mi vida a caballo entre dos siglos.

¡Y ni hablemos de los comercios! Cuando entro a Fallabella me veo subiendo con mi vestidito de piqué las primeras escaleras mecánicas en Gath & Chavez para ir a visitar a los Reyes Magos. Y si camino por Florida y levanto la vista encuentro todavía el logotipo de Lutz Ferrando, donde me compraron mis primeros anteojos para enfrentar la miopía en Sexto Grado (que ahora es Séptimo, hasta eso está distinto) o me parece contemplar la vidriera de la zapatería Tonsa con su movimiento perpetuo y divertido.
Y qué decir cuando llegando a la Nueve de Julio, en el lugar donde estaba el Trust Joyero Relojero, aparece un Mac Donald insultante, de Braudo no quedan ni el traje ni los dos pantalones y el chalecito de Muebles Díaz en la azotea desaparece cubierto de carteles invasivos.

Ya no hay ni mersas, ni caqueros. El folklore se escucha solamente en Canal 26, y eso con suerte. Y los chicos son floggers, rollingas, stones, cumbiancheros o amantes del reaggeton meneando su trasero ignominiosamente en cualquier fiesta que se precie.

¡Mi reino por un bolero a media luz!¡Dónde andarán Paul Anka y Neil Sedaka! Los Panchos deben haber sido engullidos con mostaza por algún charro famélico y Palito Ortega no puede cerrar los ojos ni para dormir de tanto que le han recortado los párpados…¡Una zambita de Los Chalchas por el amor de Dios! ¡Que vuelva Julia Elena!

Mientras escribo Fernando me acuna con Los Ratones Paranoicos que “quieren verla en el show” porque “parece un gato siamés”. ¿A quién querrán ver esos casi coetaneos míos que siguen robando a lo Mick Jagger? ¿Cómo encontraron la Fuente de Juvencia? ¿Será el rock o “la dinamita” lo que los mantiene jóvenes?

Decididamente no quiero celebrar mi cumpleaños. Llueve, el cielo está espantoso y hace frío. Estoy muy enojada con esto de que la vida caduque tan pronto, que tenga fecha de vencimiento. ¡Sexagenaria no! ¡De ninguna manera! ¡Me siento tan cansada…! Para colmo, Fernando avisa que deberemos postergar para el sábado la cena en familia porque “tiene comprada la entrada del recital de los roedores en la Trastienda desde hace mucho”..¡Mañana me voy a ir de casa todo el día!
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¿Qué hice yo para merecer esto?

¿No querías sopa, Cati?... ¡Taza y media!
Como preludio de mi “no celebración”, mi Robert Wagner propio llega a casa con una notebook de regalo y el 9 sale un solcito tibio y delicioso. Las azaleas explotan de color en el balcón. Y hace menos frío.

Ya el 8 por la noche, la voz castiza de Socorro, allí en Madrid donde es 9 de septiembre, me abriga a la distancia. Lo mismo hace Miriam, a través e la compu, desde La Coruña. Por la mañana me despierta Jorge con un matecito compañero y Mercedes propone encontrarnos a la nochecita, después de estudiar.

¡Comienzan los llamados! Las amigas de toda la vida, sexagenarias como una y otras, a las que todavía les falta un largo trecho del camino. Mis primos mallorquines y los de aquí cerquita, mis sobrinas “de siempre” y las más nuevas, mis ahijados, mi familia política, que hoy ha decidido ser la más política de las familias.

A eso de las diez, llegan dos amigas con una fuente de agua que tanto quería y con augurios de dicha en el tiempo que comienza. Ya es mediodía y Fernando templa las cuerdas para cantar a Calamaro y también una nueva que acaba de escribir, en pos de hacerse perdonar el faltazo de la noche. Trato de disfrutarlo mientras pienso que no es poco…

Desde mi Facebook aparecen más saludos y deseos. Hasta uno del alcalde del pueblo de Campos de donde partiera mi papá para venir a la Argentina y donde vive parte de mi familia casi recién estrenada.

Entro a mis foros: más cariño. Inclusive una felicitación de Atho, un escritor español en un montón de idiomas diferentes. Y mis amigos copanianos, casi todos “pibes”, cargados de afecto y esperanza. Mi tía María Elena viene a verme un ratito por la tarde y mi tía Jaumeta me desea lo mejor desde su isla.
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Pero hay algo que no me deja estar contenta. Es el primer cumpleaños en el que mamá no está conmigo. Y aunque mi terapeuta diga que para ella tanto da un día como otro, soy yo la que la necesito.

Compro una torta y parto a verla. Allí me encuentro a Jorge y a Mercedes. Los abuelos están por cenar y pido permiso para encender las velas junto a ellos. La torta será el postre especial para esa noche. Todos cantan. Mamá me dá un abrazo interminable. ¡Ya debería poder prescindir de ellos! ¿Cierto? Pero ahora que la he visto y que le he dado las gracias por mi vida, me siento realmente en paz, lo que no es poco.

Las luces de Palermo Soho y la Placita Cortázar se encienden y el restaurante donde nos sentamos a comer se llena de gente que sufre al compás de Messi y la Selección Argentina que pierde frente a Paraguay.

¡Feliz Cumpleaños Cati! Como dice La Novicia Rebelde en una de sus canciones, “algo bueno debés haber hecho para merecer “ésto”.

¡Dá gracias a la vida y celebrala a cada instante!

Al llegar a casa, un abrazo de mar desde Asturias cierra el día. Me lo dá Lola, una amiga de cristal, que algo sabe del tema.

Fernando llega del recital y también me abraza fuerte fuerte.

Me voy a dormir agradecida. ¡Para empezar un nuevo día con esperanza renovada!

Cati Cobas