sábado, 20 de febrero de 2010

242- A Mar del Plata

o “Por las narices, a Sebastià…” ( “Donant p’es morros en En Tià”)

"Qué lindo es estar en Mar del Plata
en alpargatas, en alpargatas
felices y bailando en una pata,
en Mar del Plata soy feliz…

Haciendo dedo voy con poca plata
a Mar del Plata, a Mar del Plata
me paso el día entero haciendo fiaca (pereza)
en Mar del Plata soy feliz…

En Mar del Plata no tengo problemas
si no hay más camas me acuesto en la arena
no uso saco (chaqueta), no uso corbata
en Mar del Plata soy feliz.”

Letra y Música: Juan Marcelo

Mi primo Sebastià sostiene con vehemencia que Mallorca es todo un continente. Y fiel a ese concepto me regaló una ximbomba, en cuya decoración, Sudamérica y la isla ocupan la misma superficie. En su momento tomé este detalle con humor y cuando pude hollar las arenas de las playas mallorquinas comprendí el motivo de tanto amor al terruño del que también provienen mis raíces: Mallorca es una isla maravillosa, no cabe duda.

Pero…he nacido en Argentina. Y la amo entrañablemente. Y estoy orgullosa de ella. Razón por la cual me he propuesto “dar por las narices” a Sebastià y demostrar con la pluma y la palabra que aquí también tenemos playas maravillosas, aunque eso sí, con un viento que hace que debamos vivir en carpas para gozar de las delicias marinas sin el ulular pampeano y con un agua fría de toda frialdad, pero nuestra, mientras los ingleses no digan lo contrario… Por eso he decidido que en esta crónica contaré, como dijo el músico Juan Marcelo (al que seguramente no le darán el Nóbel de Literatura), “qué lindo que es estar en Mar del Plata…”

Mar del Plata, cabecera del partido de General Pueyrredón, la urbe turística más importante de Argentina tras Buenos Aires, con una de las infraestructuras hoteleras más amplias del país. centro balneario y puerto ubicado en la costa del mar Argentino, sobre el Atlántico, en el sudeste de la Provincia de Buenos Aires, a 404 km al sureste de la Ciudad de Buenos Aires y cuya fecha original de fundación es el 10 de febrero de 1874, es, a no dudarlo, un lugar donde la mayoría de los argentinos, sin distinción de clases sociales, nos sentimos “la mar” de felices.

Es que uno llega, y ya en el aire siente que es verdad el apelativo cursi que le endilgaron hace años: “La ciudad feliz”. Lo reciben los primeros techos rojos de la Avenida Constitución, y uno se peina el cansancio de cinco horas y media de ruta dos a pampa y cielo, y comienza a regodearse con los frentes de piedra caliza de los chalets y los pequeños jardines con hortensias en flor mientras el corazón se ensancha de alegría con la promesa de la despreocupación que Mar del Plata implica. Papá decía que esto se debía a que en ella existe el permiso de no hacer nada y que eso no tenía precio, porque “nada” es lo mismo que los miles de veraneantes que la visitan hacen simultáneamente con uno.

Bueno, yo no diría que uno no hace “nada” en “La Perla del Atlántico” (esto para que Sebastià sepa que no solamente a Mallorca le dicen cosas lindas como “La isla de la calma” o “La que no conoce el invierno”, qué tanto…). Uno, además de sumergirse en las aguas procelosas del Atántico, ya en La Perla, ya en la Bristol, Las Toscas o Varesse, Punta Mogotes o en el balneario de Ricky Fort, más allá del horizonte, camina…¡y vaya si camina! Porque en Mar del Plata uno no se cansa ¿vio? Y si se cansa, se toma un “cortado en jarrito” (café expresso con apenas de leche en una tacita mediana) con dos medialunas (croissant) en “la Boston” (una tradicional confitería de Mar del Plata decorada a la inglesa, con las mejores medialunas del país), y se le esfuma el agotamiento como por encanto. ¿A que sí?


Los pies se van solitos para la Calle San Martín, tan llena de “humanidad popular” que asusta un poco, pero cómo va a perderse uno la vueltita por la Galería Sacoa, la fuente de la plaza, con sus muñecos y fotógrafos, la diagonal de los artesanos, perfumada de tilos, el Shopping Los Gallegos, igual a todos los del mundo pero imposible de ignorar si uno está recorriendo la ciudad.

Y otro día, uno la emprende por la calle Güemes y su charme, y disfruta de las casonas de los tiempos en que Mar del Plata era para la clase alta, hecha a puro pasto y vaca. Y mira las vidrieras lujosas y sueña con que todo está allí, al alcance de la mano, como el pochoclo que el pochoclero (el vendedor ambulante de palomitas de maíz, para nosotros, pochoclo), en su carrito coronado con espuma de azúcar rosada y pegajosa, nos brinda apenas lo pedimos.


Después, de regreso de Varesse, camina por la costa rocosa mientras la silueta del Torreón del Monje se agranda y pone marco a los chiringuitos de los artesanos, y sabe que trasponiendo el puente más allá del Torreón aparecerá ante sus ojos la playa Bristol en pleno, con el Casino y el Hotel Provincial como eje, ostentando la plenitud de un tiempo en que podía contratarse a un arquitecto como Alejandro Bustillo para crear un espacio verdaderamente único en el mundo.


Uno “sabe” Mar del Plata, no necesita estar en cada sitio, ya de lejos “lo sabe”, forma parte de su patrimonio y de su historia. No hace falta estar en la explanada frente a los lobos marinos, ni metido en el espigón del muelle de pescadores. Uno los conoce desde lejos y puede volver ahí con el ensueño. Mar del Plata está enquistada en el alma de sus habitués para siempre, con la seguridad del primer amor, con la certeza de la infancia, con el placer de un alfajor Havanna o un cubanito (barquillo relleno con dulce de leche) envuelto en celofán, con la simpleza de un matecito bien cebado.

Y si uno quiere lujos, no tiene más que virar hacia Playa Grande, al Barrio Los Troncos con sus mansiones, al Golf o a la calle Alem, y encontrará a la flor y nata de la sociedad argentina que, por lo menos este año, dadas las condiciones cambiarias, ha decidido que esta ciudad no tiene tanto que envidiarle a Punta del Este, qué caramba…

En cuanto a cultura, decenas de exposiciones y conciertos a diario, así como museos de lo más variados, desde el “Del Mar”, con su colección de caracoles mágicos hasta la Villa Victoria, con su chalet prefabricado en Europa y trasladado a estas llanuras para regocijo de Victoria Ocampo, nuestra prestigiosa literata o el Castagnino, emplazado en la Villa Ortiz Basualdo, que nos permite evocar esa Mar del Plata de fines del siglo XIX y comienzos del XX que no tuvimos la posibilidad de transitar. (¿O qué pensaban, eh?)


Como cierre, debo decirles que la ciudad tiene también algún rincón para la aventura y la vida un tanto más…¿escabrosa? En nuestro último fin de semana quisimos comer mariscos bien preparados y nuestra amiga Alicia, otra enamorada del lugar, nos recomendó el restaurante “La Marina”, en pleno puerto. El pulpo a la gallega estuvo super rico pero cuál no sería nuestra sorpresa al advertir que estábamos frente al cabaret de… Pepita, “La Pistolera”, famosa por sus “chicas” y sus contactos “non sanctos” con el mundo del arrabal portuario. Pero ni eso nos hizo perder la alegría, sépanlo porque el pulpo sabrosísimo y en su justo precio superó ampliamente los posibles peligros de un encuentro con “la pistolera” y sus muchachos…

Por todo esto y mucho más, le digo a mi primo Sebastià que reconozco y admiro las bellezas de Mallorca pero quiero que sepa que si algún día se decide a salir de aquel continente para venir a visitar a su primita, una vuelta por Mar del Plata lo va a hacer tan dichoso como ni siquiera puede imaginarse…

Cati Cobas


6 comentarios:

Anónimo dijo...

Molt bé, cosina Cati, gràcies per tot el que escrius!!!

Admir aquest sentiment argentí, no sé si de patriotisme... xovinisme...? No sé què faríeu si tenguéssiu Sa Calobra, o Sa Ràpita o es Trenc... hahahah

Els mallorquins n'hauríem d'aprendre i bravetjar un poc el nostre patrimoni natural i cultural i valorar-lo i protegir-lo un poc més.
Així per ventura seríem un poc més coneguts; hi ha gent que es pensa que aquí no es pot jugar a futbol perquè la pilota tot el temps se'n va dins l'aigua de la mar. Per això no ens cansam de dir que "som un continent". No amb les proporcions americanes, però, a l'escala illenca, tenim de tot: pla, muntanya, platja, boscos..., com tu bé saps.

Un dia d'aquests agafaré la bicicleta i ja veuràs, quan menys t'ho esperis, ens trobarem devers Chacabuco o a la mateixa avinguda José Maria Moreno. I si no fos possible, per compensar-ho, en tornar néixer procuraré ser portenyo, o mardeplatenyo... o, si ve al cas, patagonio, tant me fa.

Una forta abraçada de pagès.
Sebastià Covas

CATI COBAS dijo...

Gràcies, Tià! Jo estic molt contenta de esser una argenta mallorquina!!!I molt gràcies a tot lo que m´has ensenyat!!!Abracada forta

CaTeRiNa dijo...

Ay, Cati! Yo siempre emocionándome con tus textos... bueno, y encima contándonos Mar del Plata con otros ojos, con los tuyos (que este caso, se parecen a los míos).
Ahora digo, ¿vos estuviste por acá y no avisaste? ¡Habrase visto!

Besos de sal =)

CATI COBAS dijo...

Muchas gracias, preciosa fui un fin de semana nada más...Abrazo enorme para vos y Vlado

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Cuando te he leído era como si no hubiera pasado el tiempo, Cati, y estuviéramos las dos afanadas con nuestra escritura en el foro... Preciosa crónica

CATI COBAS dijo...

Gracias, Ángeles. Me alegra que podamos seguir leyéndonos... Sabé que te quiero mucho...