lunes, 13 de diciembre de 2010

259-¡Hasta la vuelta...!












Cuando en casa suenan el timbre o el teléfono mi lema es: "siempre hay que atenderlos, una nunca sabe cuando llama la Felicidad”. Y corro a hacerlo porque tengo la absoluta convicción de que esa señora no es como el cartero, que te deja un aviso para ir a buscarla al correo. Si no la atendés rápido, se va a llamar a otro que esté más dispuesto a recibirla de inmediato.

Mi teoría se confirmó cuando corrí al teléfono una mañana hace menos de un mes y Marisa, miembro del Instituto Ramón Rubial, comenzó a hablar con su modo castizo tan encantador para los argentinos, y me comunicó que me premiarían por hacer lo que más me gusta: escribir. Y, sobre todo, por haber escrito nuestra historia familiar que, a todas luces, es un espejo de las muchas historias que se cuentan por acá sobre barcos y sobre abuelos inmigrantes.

¡Sí! ¿Por qué tenemos miedo de abrirle la puerta a la Felicidad y, sobre todo de compartirla, multiplicándola en quienes nos quieren? Desde el día de la buena noticia y muy cerca de La Buena Noticia de la llegada de la Navidad, no he hecho más que sentirme querida, no he hecho otra cosa que comprobar que en mí se alegraba la gente que está cerca, la familia, los amigos y la otra, ésa con la que comparto, por ejemplo, algunas horas en el geriátrico o, simplemente un “déme medio kilo de nueces con cáscara, por favor”. Quienes me rodean me han hecho saber de mil y un modos que se alegraban conmigo y eso es algo invalorable porque tengo la certeza de que es más fácil acompañar en el dolor que en la alegría con el corazón sincero.

Ni qué hablar del alboroto que se ha armado “al otro lado del charco”. Comenzando por Madrid, con la Adelantada y su Banderas y el pequeño Miquel de colores esperando y los amigos del foro que saldrán de la pantalla de la computadora para hacerse presentes en la entrega del premio. Y en Mallorca, mi otra tierra, planes, preparativos y la promesa de participar de las mejores primicias de mis primos. En un caso: una matanza tradicional en el huerto donde papá viviera, en otro, la participación en una clase de catalán en vivo y en directo, como si él finalmente lograra en mí el sueño de asistir a su escuela campanera. También, la promesa de un almuerzo compartido con mi Juanita, prima de la rama de Marcial, mi abuelo manso y, tal vez, una recorrida de la mano de Apolonia por la tierra de Isabel, la pícara protagonista de la novela por la que me premiarán.

Estoy a punto de partir. Acá quedan mis amores de siempre. Volar sola y tan, tan lejos me sobrecoge un poco pero sé que podré hacerlo. Soy nieta de la que vino en el barco con su reposera naranja y su baúl de ropa blanca como únicos tesoros. Sé que podré hacerlo y seguir multiplicando para ustedes, mis lectores, mis amigos, la certeza de que los ángeles existen y de que la vida devuelve cosas buenas a los que hacen lo posible por amarla y confiar en ella.

¡Hasta la vuelta!

Cati Cobas

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bon viatge, cosina. Tu te mereixes això i més. Esper que tot el que visquis aquests dies sigui del teu gust i que obtenguis molta matèria per fer això que tan bé saps fer: produir art literària. Fins ara.
Sebastià