Mostrando entradas con la etiqueta vacaciones. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta vacaciones. Mostrar todas las entradas

domingo, 29 de agosto de 2010

254- El "Efecto Ángela" (o con Miquel y su padre, a la búsqueda de un bombín en Buenos Aires)

Isidro Salzman, mi profesor de Literatura en el
Taller de la Universidad Maimónides, dice que la literatura trascendente surge del dolor y la tragedia y que escribir banalidades no suma demasiado, pero para mí es fundamental rescatar los buenos momentos porque así, repasándolos, junto coraje para hacer frente a las tormentas, que, como la de Santa Rosa en estos días, nunca se sabe en qué momento preciso llegarán. Por eso, para volver a disfrutarla, voy a hablar en esta crónica de mi última semana en esta primavera antes de tiempo que nos regalara, inesperadamente, la ciudad.

Aquellos que me leen hace mucho recordarán a “la Adelantada”. Hija de uno de mis cuatro primos hermanos cuyo nombre es Miguel, como nuestro común abuelo y como el Arcángel que venciera a Satanás.

La llamé “Adelantada” porque fue la primera en animarse a venir al Río de la Plata y la primera en “conquistar” los corazones de toda su familia de Argentina.

Ángela es simpática y cálida, con un gracejo y un donaire lleno de giros y expresiones graciosísimos de tono positivo (“¡Qué gozada!”, “¿A que es majo…?”, “¡Mira, mira qué … que tengo…!”, “¡Qué bonitoooo!”, son algunas de sus frases emblemáticas). Y, aunque a veces sufre y se pone triste como cualquier mortal, tiene el mérito -que, modestamente, compartimos- de volver a levantarse para pelearle a la vida con todo, procurando llegar al mejor puerto posible y conservando un poco de
ilusión y de alegría.

Ángela, mallorquina pero con alma de ciudadana del mundo, residente en Madrid, está casada con Jorge, un muchacho cubano enamorado de las artes y diseñado por la Madre Naturaleza para obrar como doble de
Antonio Banderas, y han sido padres de un niño “de colores” (los colores de las muchas tierras que componen su familia), que ya tiene cinco meses. Miguel o Miquel, al que, para variar un poco en esto de la originalidad mallorquina en los bautizos, le han agregado un
segundo apelativo (Jeremías), que en mallorquín refiere a un instrumento de viento parecido a la gaita. O sea que mi sobrino nieto ha sido pensado, desde la cunita, multicolor, como conté en otra crónica, valiente como San Miguel Arcángel y alegre, como la música de las xeremíes. Y al respecto, permítanme, amigos, sostener la teoría de que Miquel Xeremíes (o Miguel Jeremías) tiene que haber intuido en el vientre de su madre, que debería hacerse cargo de ser hijo de tan singulares progenitores, no lo duden, y ya esgrimiré razones para demostrar mi teoría.

Es que el “Efecto Ángela”, que conociéramos en Buenos Aires, 2007 y en Madrid y Mallorca en 2008, se experimenta desde el mismo momento en que esta muchacha pisa el aeropuerto de una ciudad. La precede su sonrisa (Ángela sonríe con la boca y con los ojos a pesar del evidente cansancio de un larguísimo viaje con un bebé pequeñito). Y la sigue la sonrisa de Jorge, que con su acento cubano-madrileño y con su cálida forma de ser preanuncian una semana muy especial. También Miguel sonríe (no puedo creer que después de catorce horas esa criatura tenga ganas de sonreírle a alguien) y comenzamos una semana de paseos, encuentros familiares, risas, anecdotarios infinitos, evocaciones y también futuros. Cada hora es diferente pero plena. Ángela nos enseña a disfrutar de todo: una comida, una canción o un beso. Y él la sigue, enamorado, como si supiera que su madre es sabia. Ángela amamanta a su niño con tranquilidad pasmosa y sea donde fuere (catamarán, tren o sulky palermitano), enterneciendo con su imagen a todos los porteños que observan esa diáda tan especial. Y no deja de sonreir pese al cansancio, apreciando cada minuto, cada flor, cada paisaje.

Los días vuelan. Pero cada mañana mi cocina estalla en risas y las gracias de Miguel nos renuevan a cada paso. Ahora, el Bus Turístico, después, el Tigre, Palermo, La Boca o Recoleta y hasta la librería el Ateneo Gran Splendid ven pasar a estos jóvenes junto al pequeño Miguel y a quien esto escribe, ya añorándolos.

Dije antes que ese bebé debía saber lo que le tocaría en suerte y nació adaptado. Sus padres lo alzan, lo bajan, lo cambian , descambian y amamantan en pleno paseo fuere donde fuere y el bebé se deshace en sonrisas y gorgoritos. Hasta se ha hecho cómplice de un deseo de su papá, entrando con donaire a cuanta sombrerería hay en mi ciudad en pos de un bombín igualito al de Sabina con el que Jorge quiere partir de la Reina del Plata y se ha dado el lujo de “dialogar” con mi madre en un momento de esos que hay que tratar de guardar en la retina y en el corazón.

Es el “Efecto Ángela”, sublimado ahora por "Banderas" y el pequeño Miguel, a no dudarlo, que abarca a cuantos a ellos se aproximan, convirtiendo en fiesta cada instante.

Mercedes y Fernando se muestran fascinados con estos primos mucho más jóvenes que sus padres pero con la adolescencia ya superada y cada sobremesa es un aprendizaje sin fronteras. Jorge y Fernando tocan la guitarra y comparten visiones del mundo a su manera. Mercedes y su prima transitan Preciados y El Corte Inglés y sueñan con encuentros europeos. A veces se suma a nosotros Natalia, una Cobas argentina también encantadora y otras, sus padres, mis primos argentinos. Hasta mi vecina Graciela y ¡mi cuñada!, Silvia han obrado de Reyes Magos con el pequeño Miguel. La cortesía rioplatense ha dado muestras de perdurar, sin duda, pese a los tiempos egoístas que parecen dominar a gran parte de la humanidad. En cuanto a mi Robert y a mí, nos encantó este ensayo de "abuelidad" por una semana. Fue lindísimo.

Mi primo Miguel, el padre de Ángela, dice (sabiamente) que las visitas nos procuran alegría doble siempre (una cuando llegan y una segunda en el momento de partir). Reconozco que los siete días bajo el influjo de la Adelantada y su familia han sido muy agitados y que un poco de serenidad y calma no me ha venido mal luego de tanto ajetreo pero toda la familia despierta desde la partida con el deseo de que algún movimiento telúrico disminuya las distancias o que el pequeño y sus padres decidan cambiar Madrid por Buenos Aires como lugar de residencia. Todos sentimos que si viviéramos cerquita la vida sería, a no dudarlo, más hermosa bajo el sortilegio de Ángela, Jorge y el pequeñito de colores.

Cati Cobas


sábado, 20 de febrero de 2010

242- A Mar del Plata

o “Por las narices, a Sebastià…” ( “Donant p’es morros en En Tià”)

"Qué lindo es estar en Mar del Plata
en alpargatas, en alpargatas
felices y bailando en una pata,
en Mar del Plata soy feliz…

Haciendo dedo voy con poca plata
a Mar del Plata, a Mar del Plata
me paso el día entero haciendo fiaca (pereza)
en Mar del Plata soy feliz…

En Mar del Plata no tengo problemas
si no hay más camas me acuesto en la arena
no uso saco (chaqueta), no uso corbata
en Mar del Plata soy feliz.”

Letra y Música: Juan Marcelo

Mi primo Sebastià sostiene con vehemencia que Mallorca es todo un continente. Y fiel a ese concepto me regaló una ximbomba, en cuya decoración, Sudamérica y la isla ocupan la misma superficie. En su momento tomé este detalle con humor y cuando pude hollar las arenas de las playas mallorquinas comprendí el motivo de tanto amor al terruño del que también provienen mis raíces: Mallorca es una isla maravillosa, no cabe duda.

Pero…he nacido en Argentina. Y la amo entrañablemente. Y estoy orgullosa de ella. Razón por la cual me he propuesto “dar por las narices” a Sebastià y demostrar con la pluma y la palabra que aquí también tenemos playas maravillosas, aunque eso sí, con un viento que hace que debamos vivir en carpas para gozar de las delicias marinas sin el ulular pampeano y con un agua fría de toda frialdad, pero nuestra, mientras los ingleses no digan lo contrario… Por eso he decidido que en esta crónica contaré, como dijo el músico Juan Marcelo (al que seguramente no le darán el Nóbel de Literatura), “qué lindo que es estar en Mar del Plata…”

Mar del Plata, cabecera del partido de General Pueyrredón, la urbe turística más importante de Argentina tras Buenos Aires, con una de las infraestructuras hoteleras más amplias del país. centro balneario y puerto ubicado en la costa del mar Argentino, sobre el Atlántico, en el sudeste de la Provincia de Buenos Aires, a 404 km al sureste de la Ciudad de Buenos Aires y cuya fecha original de fundación es el 10 de febrero de 1874, es, a no dudarlo, un lugar donde la mayoría de los argentinos, sin distinción de clases sociales, nos sentimos “la mar” de felices.

Es que uno llega, y ya en el aire siente que es verdad el apelativo cursi que le endilgaron hace años: “La ciudad feliz”. Lo reciben los primeros techos rojos de la Avenida Constitución, y uno se peina el cansancio de cinco horas y media de ruta dos a pampa y cielo, y comienza a regodearse con los frentes de piedra caliza de los chalets y los pequeños jardines con hortensias en flor mientras el corazón se ensancha de alegría con la promesa de la despreocupación que Mar del Plata implica. Papá decía que esto se debía a que en ella existe el permiso de no hacer nada y que eso no tenía precio, porque “nada” es lo mismo que los miles de veraneantes que la visitan hacen simultáneamente con uno.

Bueno, yo no diría que uno no hace “nada” en “La Perla del Atlántico” (esto para que Sebastià sepa que no solamente a Mallorca le dicen cosas lindas como “La isla de la calma” o “La que no conoce el invierno”, qué tanto…). Uno, además de sumergirse en las aguas procelosas del Atántico, ya en La Perla, ya en la Bristol, Las Toscas o Varesse, Punta Mogotes o en el balneario de Ricky Fort, más allá del horizonte, camina…¡y vaya si camina! Porque en Mar del Plata uno no se cansa ¿vio? Y si se cansa, se toma un “cortado en jarrito” (café expresso con apenas de leche en una tacita mediana) con dos medialunas (croissant) en “la Boston” (una tradicional confitería de Mar del Plata decorada a la inglesa, con las mejores medialunas del país), y se le esfuma el agotamiento como por encanto. ¿A que sí?


Los pies se van solitos para la Calle San Martín, tan llena de “humanidad popular” que asusta un poco, pero cómo va a perderse uno la vueltita por la Galería Sacoa, la fuente de la plaza, con sus muñecos y fotógrafos, la diagonal de los artesanos, perfumada de tilos, el Shopping Los Gallegos, igual a todos los del mundo pero imposible de ignorar si uno está recorriendo la ciudad.

Y otro día, uno la emprende por la calle Güemes y su charme, y disfruta de las casonas de los tiempos en que Mar del Plata era para la clase alta, hecha a puro pasto y vaca. Y mira las vidrieras lujosas y sueña con que todo está allí, al alcance de la mano, como el pochoclo que el pochoclero (el vendedor ambulante de palomitas de maíz, para nosotros, pochoclo), en su carrito coronado con espuma de azúcar rosada y pegajosa, nos brinda apenas lo pedimos.


Después, de regreso de Varesse, camina por la costa rocosa mientras la silueta del Torreón del Monje se agranda y pone marco a los chiringuitos de los artesanos, y sabe que trasponiendo el puente más allá del Torreón aparecerá ante sus ojos la playa Bristol en pleno, con el Casino y el Hotel Provincial como eje, ostentando la plenitud de un tiempo en que podía contratarse a un arquitecto como Alejandro Bustillo para crear un espacio verdaderamente único en el mundo.


Uno “sabe” Mar del Plata, no necesita estar en cada sitio, ya de lejos “lo sabe”, forma parte de su patrimonio y de su historia. No hace falta estar en la explanada frente a los lobos marinos, ni metido en el espigón del muelle de pescadores. Uno los conoce desde lejos y puede volver ahí con el ensueño. Mar del Plata está enquistada en el alma de sus habitués para siempre, con la seguridad del primer amor, con la certeza de la infancia, con el placer de un alfajor Havanna o un cubanito (barquillo relleno con dulce de leche) envuelto en celofán, con la simpleza de un matecito bien cebado.

Y si uno quiere lujos, no tiene más que virar hacia Playa Grande, al Barrio Los Troncos con sus mansiones, al Golf o a la calle Alem, y encontrará a la flor y nata de la sociedad argentina que, por lo menos este año, dadas las condiciones cambiarias, ha decidido que esta ciudad no tiene tanto que envidiarle a Punta del Este, qué caramba…

En cuanto a cultura, decenas de exposiciones y conciertos a diario, así como museos de lo más variados, desde el “Del Mar”, con su colección de caracoles mágicos hasta la Villa Victoria, con su chalet prefabricado en Europa y trasladado a estas llanuras para regocijo de Victoria Ocampo, nuestra prestigiosa literata o el Castagnino, emplazado en la Villa Ortiz Basualdo, que nos permite evocar esa Mar del Plata de fines del siglo XIX y comienzos del XX que no tuvimos la posibilidad de transitar. (¿O qué pensaban, eh?)


Como cierre, debo decirles que la ciudad tiene también algún rincón para la aventura y la vida un tanto más…¿escabrosa? En nuestro último fin de semana quisimos comer mariscos bien preparados y nuestra amiga Alicia, otra enamorada del lugar, nos recomendó el restaurante “La Marina”, en pleno puerto. El pulpo a la gallega estuvo super rico pero cuál no sería nuestra sorpresa al advertir que estábamos frente al cabaret de… Pepita, “La Pistolera”, famosa por sus “chicas” y sus contactos “non sanctos” con el mundo del arrabal portuario. Pero ni eso nos hizo perder la alegría, sépanlo porque el pulpo sabrosísimo y en su justo precio superó ampliamente los posibles peligros de un encuentro con “la pistolera” y sus muchachos…

Por todo esto y mucho más, le digo a mi primo Sebastià que reconozco y admiro las bellezas de Mallorca pero quiero que sepa que si algún día se decide a salir de aquel continente para venir a visitar a su primita, una vuelta por Mar del Plata lo va a hacer tan dichoso como ni siquiera puede imaginarse…

Cati Cobas