jueves, 17 de marzo de 2011

268- En "La Casa" (Sobre la Casa de Descanso de HOM en Buenos Aires Especial para la Revista DIBET)



Aunque todos los hijos deben decir lo mismo de su madre no puedo dejar de afirmar que Aurora, mi mamá, es una mujer extraordinaria. Delicada y dulce aunque de carácter. Profesora de Francés, culta, ávida siempre de conocimiento, buena esposa, buena madre y buena hija. Debió recibir la gracia de un final sin penas pero la vida le asignó desde hace trece años las secuelas de un ACV con afasia de expresión incluida. La cuidamos en su casa por once años, pero las dificultades eran cada vez mayores y mi esposo (de origen armenio) y yo (de raíces mallorquinas de pura cepa) ya éramos sexagenarios y estábamos asistiendo a enormes dificultades en la convivencia cotidiana con nuestros hijos adolescentes. Es muy difícil esta convivencia, sépanlo, ya que los chicos, por mucho que quisieran a su abuela, vivían el deterioro y sus consecuencias con verdadera angustia. Por lo que de común acuerdo con mamá gestionamos su ingreso a la Casa de Descanso de HOM hace ya casi dos años.

Su médico de cabecera predijo que el cambio aceleraría su final. Que no resistiría el corte con su historia. No obstante, mamá se ha adaptado a la nueva situación y actualmente se la ve tranquila y sonriente, como si hubiera vuelto a lograr un cierto equilibrio a sus noventa y dos años y a pesar de no poder hablar ni valerse por sí misma.
Creo que ha contribuido a esa adaptación el hecho de que me decidiera a colaborar con la institución organizando un Taller de Plástica y Artesanía, ya que de ese modo mamá, que tiene dificultades de comunicación, ha ido haciendo amigas entre sus compañeras, comenzando por la inseparable Teresa, su compañera de mesa, también maestra, la que la ha adoptado con una ternura indescriptible.

Pero no creo que esa sea la única razón de la sonrisa de Aurora. En la Casa de Descanso de HOM hay muchas personas que, cada una en su rol, contribuyen a que los que allí habitan lleguen a sentirse casi como en el hogar que debieron dejar.

Es imposible nombrar a todos y cada uno de los que, desde su lugar grande o pequeño, trabajan para los abuelos, pero debo decir que más allá de los enojos pasajeros propios de la convivencia y de las pequeñas mezquindades que existen en todas las familias, la gente que gana su sustento allí, así como la que colabora desinteresadamente, tienen afecto para dar. Los he visto y oído cuando ellos no se sabían observados y puedo asegurarlo. Hay detalles que van más allá de la obligación y que dicen mucho del que los tiene y hacen la diferencia en el que los recibe. Esos detalles aparecen en la gente de Administración, de Medicina y Enfermería, de Cocina, Lavadero y en las respectivas autoridades y dirigentes. En los chicos de Kinesiología, en la encargada de Recreación y en los benefactores y comisiones ad-hoc. Y esos detalles se perciben en los abuelos.

Es tan grato contemplar al grupo “armenio“, con la simpática Rosita y Don Onig, tan caballero, a la cabeza, departir en el estar sobre Serrano. O ver a Don Jorge, con sus años a cuestas, regando y desmalezando el jardín o a “las chicas” en el Taller artesanal, enhebrando cuentas de collares o recuerdos, en el Taller de la Memoria…

¡Hay tantas historias! Con sentarse al lado de Don Pablo y escuchar sus anécdotas como dirigente social en el club de sus amores y en la comunidad armenia o prestarle atención a su esposa Marta, vivaracha y actualizada, dispuesta y sonriente, a uno se le entibia el alma. Es maravillosos ver a Juana, con sus noventa y dos años persistiendo en sus palabras cruzadas con una tenacidad envidiable o contemplar a Anna, bailando al compás de una canción armenia… Qué decir de la mirada tierna de Carmen custodiada por su amiga Isolda o de la sonrisa de Haydee, que ilumina el comedor cuando habla de su club favorito (San Lorenzo). Sin dejar de mencionar la voz de Ángel, contando paisajes, lugares y anécdotas sabrosísimas…

Acompañar a mi mamá en “la Casa” me ha servido para valorar aún más una cultura a la que he tenido que incorporarme por amor. Una cultura milenaria llena de tradiciones pero para la que los viejos no son un trasto, sino personas que han vivido y que guardan las raíces. Esta sensación se palpa en las celebraciones, en los agasajos y cumpleaños, en la visita del sacerdote a la pequeña capilla que completa el jardín y hasta en la actitud de los familiares, ya que en muchos casos los internados no tienen hijos pero son visitados por sus sobrinos, lo que habla a las claras del respeto por los mayores propio de los armenios.

Sé que hubiera sido ideal que mi madre, de raíces alejadas del lago Sevan y sus alrededores, terminara su vida en su propia casa, pero me consuela descubrir que siente a “La Casa” como suya y estoy segura de que a la hora del almuerzo disfruta tanto un buen lejmejum como su mejor compañera con origen en el país custodiado por el Arararat.

Y creo que cuando mamá ya no esté seguiré visitando “la Casa” porque yo también la siento mía.

Cati Cobas (de Cayian)

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2 comentarios:

RosaMaría dijo...

Qué alegría me da ver como los abuelos interacionan y se ocupan en esa Casa, no es lo mismo en el geriátrico donde atiendo a mi paciente y que podrás leer en mis relatos. No me extraña que tu mamá se haya integrado tan bien y por supuesto tu integración también es de admirar. No siempre sucede así. Te mando un cálido abrazo.

CATI COBAS dijo...

¡Gracias, Rosa María!siempre tan amorosa...