Mostrando entradas con la etiqueta Armenia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Armenia. Mostrar todas las entradas

domingo, 27 de junio de 2010

251-Del “baklava”, al “kadaif”

Dedicada a Betty y su equipo y a todos mis compañeros del Curso de Cocina Armenia. En especial a Claudia y Amparo, cuyas fotos ilustran esta crónica...

“La vida es una moneda quien la rebusca la tiene.
Ojo, que hablo de monedas y no de gruesos billetes”

“Solo se trata de vivir, ésa es la historia
con la sonrisa en el ojal, con la idiotez y la locura
de todos los días… a lo mejor resulta bien.”

“La vida es una moneda”, Letra y música: Fito Páez

Maitena Burundarena, la dibujante argentina creadora de “Mujeres alteradas”, dice de ellas: “Una mujer alterada no es una loca, Una mujer alterada es una persona que está cambiando...
Una cosa es sufrir un cambio y otra muy distinta es hacérselo sufrir a otros, convengamos que uno cambia, cuando no soporta más lo que le pasa, por mucho que les pese a los que no puedan soportarlo.
La que hasta ayer te esperaba despierta, te cambia la cerradura
La que te esperaba dormida, se compra portaligas…”

Y sí, mis queridos lectores: bajo la mirada de Maitena, me reconozco una mujer alterada. Pero, de la mano de Fito, una mujer que rebusca su moneda y trata de vivir a pesar de que las circunstancias se le compliquen y, por lo tanto, una mujer que cambia.

En mi caso, ni cambio de cerradura ni portaligas. ¡Me ha dado por la cocina! ¡Y nada más ni nada menos que por la cocina armenia! Quizás, el haberme reencontrado con mis propias raíces mallorquinas me ha permitido valorar mejor las de mi marido o, tal vez, el agradecimiento por lo bien cuidada que está mamá en el Hogar Armenio, sumado a todos mis nuevos amigos de esa comunidad que conviven con mamá y que son tan cariñosos conmigo o todo eso junto, me llevó a inscribirme en las clases que se dictan en el Colegio Mekhitarista y a apostar por la cocina armenia como una forma de hacer, con los limones que nos da la Vida, la mejor limonada que se pueda.

No quieran ver ustedes la cara de mi Robert Wagner propio cuando le comuniqué mi decisión. Si le hubiera dicho que formaba parte de un programa de la NASA para viajar a un asteroide le hubiera resultado más creíble. Yo, su “gallega” consuetudinaria, fiel defensora del pan con aceite y la sobrassada, amante de la ensaimada y la paella, embarcada en los dimes y diretes de una cultura milenaria, en la que la cocina es sinónimo de elaboración laboriosa y de extrema minuciosidad. Era más increíble que haberse encontrado con la cerradura cambiada o conmigo en portaligas al estilo de la Luli Salazar…

Y sin embargo: aquí me tienen. Todos los miércoles peregrino hasta Belgrano R (una zona de Buenos Aires que me recuerda que hay una vida increíblemente mejor pero es carísima) para dejarme llevar por la sonrisa de bienvenida de Betty, nuestra profesora, por el aroma delicioso del café con el que nos convidan y por la alegría de poner las manos en la masa y saborear delicias orientales, junto a un grupo de jóvenes que a las pocas “chicas de calendario” presentes nos hacen sentir como si fuéramos “de quince”.

Y así, luchando con la delgadez de la masa filo, recordando el keppe de mi suegra o el “baklava” de la abuela Ángel, voy aprendiendo de especias desconocidas para una adicta al pimentón y al orégano, mientras descubro mundos impensados en esta Buenos Aires de contrastes. Y cuando digo mundos impensados es así porque entre mis compañeros de clase hay dos muchachas mexicanas jovencísimas, una señora italiana enrolada en mis lides etarias, varios muchachos y chicas encantadores, cada uno en su estilo, para los que estas horas dedicadas a la cocina son un relax luego de una larga jornada de trabajo. También nos acompañan mujeres que buscan en estas clases una salida laboral y comparten con nosotros sus saberes de masa y levadura, por ejemplo y hasta un grupo pequeño, de tradición armenia, en busca de aquel sabor especial de la abuela o el papá que ya no están.

¡Qué bien lo pasamos! ¡Cien veces mejor que estrenar un portaligas! Betty reza antes de la degustación y estoy segura de que eso también nos une, nos pone más felices cuando probamos lo que hemos aprendido a preparar.

Vuelvo a casa, y me dejo enredar en los hilos de la masa kadaif, paso horas preparando lejmeyum y recordando los buenos ratos de los miércoles que me permiten, a no dudarlo, mantener en el ojal una sonrisa y hacer que la moneda de mi vida brille un poco más gracias a la sabiduría de las ollas y sartenes…

Robert, agradecido, aunque cada vez se dedica un poco más a la gimnasia con el objetivo de conservar la figura, que amenaza con perderse merced al Oriente y sus delicias.

Cati Cobas

miércoles, 21 de octubre de 2009

232-La nostalgia está de moda (De garodalinas y garodalinos)


¡No crean los lectores que me ha dado por los trabalenguas! ¿Eh? Sucede que mi Robert Wagner personal está absolutamente desatado… Ha sido atacado por una nueva especie de virus
denominado Garodalí y ¡le ha dado por “las tablas”!…Y no las que vienen del árbol, precisamente, porque si piensan los lectores que en vez de un Robert Wagner tengo un Harrison Ford, también actor pero carpintero aficionado, se equivocan de medio a medio. Me estoy refiriendo, nada más y nada menos que a “las tablas” escénicas, con lo que en cualquier momento Lucho Avilés, Rial y “La Canosa” nos inundan la casa de noteros.

Pero ¡basta de intrigas!

Sepan, señores, que mi por demás sufrido cónyuge supo formar parte allá por los setenta del
Conjunto de Danzas Armenias Kaiané, hecho no menor en su trayectoria vital. Toda su adolescencia y juventud transcurrieron entre el estudio, el trabajo y las actuaciones dirigidas por Alicia Antreassian, una muchacha, en aquellos tiempos, tan joven como él. Alicia dedicó gran parte de su vida al Kaiané y pudo, felizmente, capacitarse y volcar sus conocimientos haciendo, junto a un esforzado equipo de colaboradores, del conjunto el orgullo de la comunidad armenia en argentina. En aquellos tiempos, el Kaiané me ponía un poquito celosa, lo confieso, ya que debía compartir al buen mozo de mi novio con sus bonitas compañeras que
, para colmo, tenían con él raíces que me eran ajenas. A pesar de ello, y de ser considerada “la gallega”, como suele decirse en Argentina a todo derivado de la Península Ibérica, siempre me sentí tratada con simpatía y afecto. Sin embargo, lo confieso, ahora que estamos todos en etapas más serenas, en aquella época no podía , por mejores que fueran los tratos de los integrantes del conjunto, dejar de verme un tanto… “crispada” cuando Jorge alzaba a Alicia en sus brazos, durante la danza “Zapatitos”…

Pero hace unos meses, Silvia, ¡mi cuñada!, llegó con una hermosa novedad. Ella ya formaba parte desde hacía tres temporadas, del Garodalí (apelativo que refiere a la nostalgia), un subconjunto formado por aquellas “chicas” de los setenta y ochenta, muchas de las cuales veían, con orgullo, cómo sus hijos también se unían al Kaiané, pero nos traía una novedad ya que este año, en vísperas de que el conjunto celebrara su cincuenta aniversario, estaban invitando a ex integrantes masculinos. Y, ahí, como se imaginarán, estuvo mi Robert en primera fila, junto a Pablo, mi cuñado, y otros jóvenes con cincuenta y sesenta abriles en su haber.
De modo que, atacado por el virus mencionado al comenzar este relato, Cayian ha abandonado un tanto su gimnasio para entregarse a las melodías de Aram Khachaturian o Turvanda Kerbeyikian, entre otros, volviendo a los ritmos que acunaron su juventud.

Y este lunes 19 de octubre fue el Gran Día. Los integrantes de Garodalí participaron del recital del Conjunto Kaiané en el Teatro Astral ¡en plena calle Corrientes!

Otra crónica haría falta para contarles, mis lectores, sobre la calidad del espectáculo que, brindado por cuatro generaciones de descendientes de armenios nos regaló una muestra certera de disciplina, entrega y calidad hechas música, danza y riqueza de vestuario. Sobre todo teniendo en cuenta que se trata de aficionados, de niños, adolescentes y adultos que estudian, trabajan y no viven de la danza sino que le dedican horas restadas al sueño y al descanso. Todos los asistentes aplaudimos, orgullosos, cada baile: los suaves y delicados, ejecutados por las mujeres y los rudos y viriles concretados por los grupos de varones, entre los que se cuenta mi sobrino Nicolás. Y otra crónica más haría falta para decir de la emoción que a todos nos embargó durante el homenaje a Alicia Papazian, una integrante del conjunto de la nostalgia que pocos días antes de la actuación había abandonado
este mundo.

Pero…cuando los y las integrantes de Garodalí salieron a escena: ¡Qué maravilla! Fue tan pero tan hermoso ver a “las chicas” y a “los muchachos” con la Vida a cuestas, sonriendo de emoción al pisar el escenario. Cada uno con sus penas, pero entero en las ganas de seguir luchando la cotidianeidad, con esas ganas hecha salto, giro, o brazo entrelazado al compás de la música. Los rostros, distendidos; los ojos, brillantes de entusiasmo…

Si alguna vez sentí la mordedura de los celos ésta ha cedido, lo aseguro, a la ternura y a la gratitud. La felicidad de mi marido, de mi compañero de tantos años, sólo hablaba de digno orgullo por el logro, por poder decir: “aquí estamos, y de pie, más allá de cualquier dolor o pena, unidos en raíces y en historia, guiados, como siempre, por la querida Alicia que sigue también de pie, como nosotros“.

Y si bien, ayer y hoy la mayoría de los garodalinos y garodalinas habrá tenido que concurrir al traumatólogo o, por lo menos, apelar a algún analgésico o relajante muscular…ya se están comenzando a preparar para el Cincuentenario del Kaiané porque…

¡Quién les quita lo bailado!

Cati Cobas (de Cayian)

jueves, 10 de septiembre de 2009

228-¡¿Qué hice yo para merecer ésto?!


Dedicada a Susana B. y a Lola B. con todo mi cariño, gratitud y admiración.

Eso. Sí…¡Qué hice yo para merecer ésto!

Pasar de cincuentona a sexagenaria ha sido un parto demasiado silencioso para mí. Hace más de un mes que no puedo estrenar mi nuevo blog habiéndome propuesto que mi primera crónica tendría, por lo menos, una cuota de humor, aunque fuera del más negro. ¡Y miren que reconocer que algo me ha dejado sin palabras…!

Mamá decía siempre que eso de haber escuchado Chispazos de Tradición en la radio a galena alrededor de 1927 y haber llegado a ver a los familiares lejanos en forma inmediata a través de la computadora en el Siglo XXI era un privilegio y que si no fuera porque la “cáscara” se arrugaba, ella se sentía como la Aurora que de croquignol y guardapolvo de tablitas blancas iba al Normal.

Sin embargo, este tema de asumir el paso de los años con elegancia, dignidad y sabiduría no debe ser genético porque lo que es a esta servidora el indignante numerito terminado en cero le ha caído peor que dos choripanes con mucho chimichurri en un almuerzo.

Creo que parte de la culpa de mi baja moral la tienen los cantantes y los periodistas. Esos encantadores de serpientes al compás de las semifusas y la prensa oral y escrita. ¡Es casi inmoral! Mientras las chicas de cuarenta, lo tienen a Arjona, que las arrulla con su “Señora de las cuatro décadas” y las de cincuenta, balanceándose entre sofocos y dentistas, todavía se mantienen, dando grititos en el recital de Montaner, a nosotras, con suerte y poco sentido del ridículo, nos queda arrojarle una faja talle cuarenta y ocho al Puma Rodríguez, que sostiene lo que queda de su melena a puro spray y tinta, en el Luna Park mientras recoge nuestro sexy obsequio para usarlo durante el primer lumbago que le agarre.

¿Qué esperanza se puede tener cuando Santos Biasatti anuncia, por ejemplo, “sexagenaria arrollada por camión lechero en la Autopista Dellepiane”? Está bien. Ya sé. Me queda la posibilidad de ser una “Jane Fonda” del subdesarrollo. No crean que no lo intento, pero las cremas que ella vende deben hacer más efecto si uno las acompaña con alguna otra cosa, como un marido archimillonario, créanme. Porque untarme, me unto y aunque la rubia en los folletos antiage promete el cutis liso, no puedo evitar encontrar en mi cara más surcos que los que mi primo Miguel hace en el campo para plantar alfalfa.

Y los de la cara no son nada comparados con otro tema también molestísimo y de carácter urbano. ¡Odio los cambios de nombres en las calles! ¡Odio a los taxistas y su sonrisita burlona cuando les pido que me lleven a Canning, Cangallo o Avenida del Trabajo! Comprendo que Scallabrini Ortíz es más adecuado para nombrar una avenida que el mentado lord inglés y que el General y Evita merecían un homenaje onomástico en nuestra ciudad, pero los ediles podrían idear alguna calle nueva y evitarme el bochorno de recordar los nombres que las arterias porteñas ostentaron durante gran parte de mi vida a caballo entre dos siglos.

¡Y ni hablemos de los comercios! Cuando entro a Fallabella me veo subiendo con mi vestidito de piqué las primeras escaleras mecánicas en Gath & Chavez para ir a visitar a los Reyes Magos. Y si camino por Florida y levanto la vista encuentro todavía el logotipo de Lutz Ferrando, donde me compraron mis primeros anteojos para enfrentar la miopía en Sexto Grado (que ahora es Séptimo, hasta eso está distinto) o me parece contemplar la vidriera de la zapatería Tonsa con su movimiento perpetuo y divertido.
Y qué decir cuando llegando a la Nueve de Julio, en el lugar donde estaba el Trust Joyero Relojero, aparece un Mac Donald insultante, de Braudo no quedan ni el traje ni los dos pantalones y el chalecito de Muebles Díaz en la azotea desaparece cubierto de carteles invasivos.

Ya no hay ni mersas, ni caqueros. El folklore se escucha solamente en Canal 26, y eso con suerte. Y los chicos son floggers, rollingas, stones, cumbiancheros o amantes del reaggeton meneando su trasero ignominiosamente en cualquier fiesta que se precie.

¡Mi reino por un bolero a media luz!¡Dónde andarán Paul Anka y Neil Sedaka! Los Panchos deben haber sido engullidos con mostaza por algún charro famélico y Palito Ortega no puede cerrar los ojos ni para dormir de tanto que le han recortado los párpados…¡Una zambita de Los Chalchas por el amor de Dios! ¡Que vuelva Julia Elena!

Mientras escribo Fernando me acuna con Los Ratones Paranoicos que “quieren verla en el show” porque “parece un gato siamés”. ¿A quién querrán ver esos casi coetaneos míos que siguen robando a lo Mick Jagger? ¿Cómo encontraron la Fuente de Juvencia? ¿Será el rock o “la dinamita” lo que los mantiene jóvenes?

Decididamente no quiero celebrar mi cumpleaños. Llueve, el cielo está espantoso y hace frío. Estoy muy enojada con esto de que la vida caduque tan pronto, que tenga fecha de vencimiento. ¡Sexagenaria no! ¡De ninguna manera! ¡Me siento tan cansada…! Para colmo, Fernando avisa que deberemos postergar para el sábado la cena en familia porque “tiene comprada la entrada del recital de los roedores en la Trastienda desde hace mucho”..¡Mañana me voy a ir de casa todo el día!
………………………………………………
¿Qué hice yo para merecer esto?

¿No querías sopa, Cati?... ¡Taza y media!
Como preludio de mi “no celebración”, mi Robert Wagner propio llega a casa con una notebook de regalo y el 9 sale un solcito tibio y delicioso. Las azaleas explotan de color en el balcón. Y hace menos frío.

Ya el 8 por la noche, la voz castiza de Socorro, allí en Madrid donde es 9 de septiembre, me abriga a la distancia. Lo mismo hace Miriam, a través e la compu, desde La Coruña. Por la mañana me despierta Jorge con un matecito compañero y Mercedes propone encontrarnos a la nochecita, después de estudiar.

¡Comienzan los llamados! Las amigas de toda la vida, sexagenarias como una y otras, a las que todavía les falta un largo trecho del camino. Mis primos mallorquines y los de aquí cerquita, mis sobrinas “de siempre” y las más nuevas, mis ahijados, mi familia política, que hoy ha decidido ser la más política de las familias.

A eso de las diez, llegan dos amigas con una fuente de agua que tanto quería y con augurios de dicha en el tiempo que comienza. Ya es mediodía y Fernando templa las cuerdas para cantar a Calamaro y también una nueva que acaba de escribir, en pos de hacerse perdonar el faltazo de la noche. Trato de disfrutarlo mientras pienso que no es poco…

Desde mi Facebook aparecen más saludos y deseos. Hasta uno del alcalde del pueblo de Campos de donde partiera mi papá para venir a la Argentina y donde vive parte de mi familia casi recién estrenada.

Entro a mis foros: más cariño. Inclusive una felicitación de Atho, un escritor español en un montón de idiomas diferentes. Y mis amigos copanianos, casi todos “pibes”, cargados de afecto y esperanza. Mi tía María Elena viene a verme un ratito por la tarde y mi tía Jaumeta me desea lo mejor desde su isla.
…………………………………………………….

Pero hay algo que no me deja estar contenta. Es el primer cumpleaños en el que mamá no está conmigo. Y aunque mi terapeuta diga que para ella tanto da un día como otro, soy yo la que la necesito.

Compro una torta y parto a verla. Allí me encuentro a Jorge y a Mercedes. Los abuelos están por cenar y pido permiso para encender las velas junto a ellos. La torta será el postre especial para esa noche. Todos cantan. Mamá me dá un abrazo interminable. ¡Ya debería poder prescindir de ellos! ¿Cierto? Pero ahora que la he visto y que le he dado las gracias por mi vida, me siento realmente en paz, lo que no es poco.

Las luces de Palermo Soho y la Placita Cortázar se encienden y el restaurante donde nos sentamos a comer se llena de gente que sufre al compás de Messi y la Selección Argentina que pierde frente a Paraguay.

¡Feliz Cumpleaños Cati! Como dice La Novicia Rebelde en una de sus canciones, “algo bueno debés haber hecho para merecer “ésto”.

¡Dá gracias a la vida y celebrala a cada instante!

Al llegar a casa, un abrazo de mar desde Asturias cierra el día. Me lo dá Lola, una amiga de cristal, que algo sabe del tema.

Fernando llega del recital y también me abraza fuerte fuerte.

Me voy a dormir agradecida. ¡Para empezar un nuevo día con esperanza renovada!

Cati Cobas