viernes, 10 de junio de 2022

346- Crónica para algunos (solo algunos) baleares isleños y algunos (solo algunos) peninsulares sin memoria

 

 “Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.


Cita atribuida a distintos autores según la bibliografía consultada. Entre otros, a Cicerón, Guizot, Dilthey, Ortega, Nicolás Avellaneda y George Santayana,

https://www.bibliotecapopularrafaelobligado.com.ar/

Recién llegaba a casa desde San Pedro, donde habíamos vivido jornadas inolvidables en las que primó el encuentro, el afecto y la emoción, unidos por el recuerdo de nuestros ascendientes, que emigraron a distintas tierras a comienzos del Siglo XX (como mis abuelos) y entre 1936 y los años 50 del mismo siglo (como mi padre) y encontraron en ellas la posibilidad de una nueva vida en tiempos difíciles para las Islas Baleares. Agradecidos por la cálida gentileza de los representantes de las islas que, encabezados por Francina Armengol Socias,  presidenta de la Comunidad Autónoma de las Islas Baleares , vinieron a acompañar el XXIV Pleno de Consejo de Comunidades Baleares en el Exterior.

Habíamos vivido esos días sin grietas de ningún tipo, nos habíamos abrazado y llorado juntos, con las imágenes de “Haciendo las Argentinas”, una hermosa película del realizador Pere Salom, en la Biblioteca Popular Rafael Obligado, habíamos inaugurado la primera parte del Molino de San Pedro con el que tanto soñamos, por el que tanto trabajamos y al que deseamos hacer un Centro de Interpretación de la Cultura Balear en el Mundo y tantas cosas más. ¡Me sentía tan feliz!

Feliz, orgullosa y cálidamente reconocida. Sintiendo que mis nietos, algún día pasarán por aquel Parque Balear y por aquel molino y se pondrán orondos gracias a la labor de ese grupo de gente agradecida a la Argentina pero con un enorme amor por sus raíces, allá en el Mediterráneo.

No me importaban los ciento sesenta kilómetros que separan mi casa en Buenos Aires de la sede de la Agrupación Mallorca, mi casa en San Pedro. No me importaba el frío ni el cansancio. Venía pensando en el próximo encuentro del grupo de conversación “Xerrem una miqueta” en el que procuramos conversar en la lengua de nuestros abuelos, en la Ciudad de San Pedro, la más mallorquina de las tierras argentinas, cada día más linda, en la próxima fiesta de San Juan, con su Quema del Demonio, en la Fiesta Nacional de la Ensaimada. ¡Qué bendición! ¡Cuánta vida me habían legado Isabel y Marcial, Miguel y Catalina, mis abuelos!

Y de repente, llegó la bofetada. Era un tiro por elevación, imagino que originado en luchas políticas.

Última Hora, un periódico mallorquín, había publicado, sin aclaraciones ni disculpas posteriores ya que me tomé el trabajo de escribirles, el siguiente comentario cobardemente anónimo, del que solo transcribiré la parte que a América se refiere:

“No hay más que ver las baldosas del suelo y el mobiliario donde reciben a la presidenta de la comunidad Balear en el extranjero…” (refiriéndose a países pobres”).

Van a perdonarme aquellos que me aconsejaron olvidar el tema. También quienes dijeron que es cosa de “odiadores cibernéticos” y que debía ignorar todo.

Estaban hablando del piso y los muebles de una biblioteca popular de 150 años de antigüedad, florecida en medio de la pampa, gracias al genio de Sarmiento y de un grupo de sampedrinos que creían en el poder de la educación cuando en Mallorca solo estudiaba un puñado de ricos.

No puedo ignorar la afrenta. El abuelo Marcial aprendió a escribir en Buenos Aires, en la escuela sindical, la abuela Isabel lo hizo de rodillas como novicia, porque en la isla era la única posibilidad que tenía, al pertenecer a una familia de payeses (y a mucha honra) y, por fin, mi padre, regresó a Argentina en 1936 y pudo estudiar lo que no había podido hasta el momento allá por mucha voluntad que tuviera.

¿Cómo no va a dolerme el comentario? ¿Cómo pueden pedirme que silencie el dolor que me causa gente que por luchas políticas, sumadas a la más supina de las ignorancias se atreve a tratarnos de “países pobres”?

Muchas veces escucho hablar, casi burlonamente, a la gente joven de aquel lado del “charco” de que en tierras de Iberoamérica continuamos con la España de “castañuela y pandereta”. Burlándose de nuestro desinteresado amor por “la otra orilla”.

Pues lo siento. Deseo de todo corazón que nunca tengan que emigrar. Que no sepan de hambre, ni de falta de escuelas,  ni de inseguridades. Que continúen disfrutando de estos buenos tiempos.

Pero sepan que si estos tiempos de bonanza cambian, y deben volver a esta América pobre y desangrada seguirán encontrando un lugar de afecto y tolerancia digno de imitar y podrán ser parte de ella.

Cati Cobas 


lunes, 11 de abril de 2022

345- Para Enrique (Enrique Pinti)



“Pasa la belleza, y la juventud,

Los optimistas y los pesimistas,

Pasan las pestes, pasa la salud.

Quedan los artistas…"

“Quedan los artistas” de Enrique Pinti

Viviste una larga vida y partiste con ochenta y dos años, dejándonos un agujerito en el alma a tus coetáneos y admiradores, entre los que me encuentro.

Si bien siempre se te asoció con Carlos Perciavalle y Antonio Gasalla, a mi me pareciste distinto y, que me perdonen ellos, mejor persona.

Monologuista de la estirpe de Pepe Arias o Tato Bores, te escuché siempre perspicaz y amargo a la vez frente a nuestras argentas realidades. Precursor  del género en el que descollaste y que ahora denominan “stand up”,  sonrío cuando veo a Moldavsky con la banda presidencial cuyo origen es, indudablemente, tu “Vote a Pinti”.

Pero vos sos mucho más: escritor, actor, dramaturgo, creador de un sinfín de espectáculos, adaptador de otros, especialmente, algunas comedias musicales. La palabra “prolífico” apenas te describe en parte, admirable Enrique.

Nunca dejaste de ser el muchacho que nació en Constitución (Entre Ríos 1818, no te cansabas de repetirlo) y, aunque fuiste amigo de algunos personajes con los que no comulgo particularmente (creo que a veces lo eras porque se te veía un tipo agradecido, aunque no servil), se te puede encontrar en reportajes con toda la cultura argentina sin hacer excepciones ideológicas. Eso te honra aún más. Lo mismo que tus opiniones sobre la mujer, expresadas mucho antes del actual movimiento feminista.

Algunos han tenido la osadía de tratar de soez tu vocabulario. “Las cosas por su nombre” era tu forma de vivir y la sostuviste a rajatabla. Tu cultura y la buena forma de trasmitirla compensaban ampliamente la vulgaridad de algunas palabras.

Se te escuchó lúcido hasta el último día y aunque tu mirada dolía muchas veces era inevitable respetarla porque apelabas al humor, a veces negrísimo, para contar tu versión de la historia o la actualidad, y no se te podía refutar.

Sin embargo uno se iba de tus espectáculos con buen sabor de boca porque se adivinaba en vos el amor que sentías por ésta, nuestra tierra, tan mal querida tantas veces. Así como la defensa permanente de la democracia por complicada que resultara.

Vos escribiste sin pensarlo tu epitafio. Y partiste para cerrar del todo tu coherencia de vida en el “Día del Teatro”. Y, sí, Enrique: “quedan los artistas”. Y vos, a no dudarlo, serás siempre uno de ellos (y de los buenos).

Cati Cobas

https://es.wikipedia.org/wiki/Enrique_Pinti

lunes, 4 de abril de 2022

344- Sorpresas mallorquinas por los pagos del Tandil

Para Sofía

Tandil es una guitarra

Con una caja de piedra
Con un diapasón de noche
Y un encordado de siembra

……………………………………..


Si vivo soñando con pegar la vuelta
A tus serranías pintadas de sol”       

Tandil por la zamba-Autor: Alberto Dansa

¡Cuánto hace que no escribo! Después de mis devaneos coronavíricos, mi inspiración quedó en cero. Y conste que, dentro de todo, vacuna mediante, en un mes me sentí repuesta de la “gripeciña”, que de tal no tiene ni un ápice, ya que aunque a una no la hayan hospitalizado, el susto y la sensación de agotamiento feroz no se las quita nadie.

Pero estos últimos días de marzo pude pasar ¡por fin! unos días en Tandil, y francamente, como siempre que ando por mi bendita Argentina, solo me quedó maravillarme.

Volver a las rutas infinitas, a los campos verdes, a los molinos pampeanos me renovó el corazón, a qué negarlo.

Y ya, al divisar las serranías de Tandilia en el horizonte, comencé a sentirme de vacaciones. Porque recorrer sus calles en damero tan prolijas, con naranjos y tilos por bordura, me hizo sentir dichosa, lo mismo que contemplar la plaza principal, rodeada de edificios que hablaban de una tierra pujante en el impulso de quienes la fundaron. Aunque no pude dejar de imaginar las luchas entre los puelches y el hombre blanco que se libró mucho tiempo atrás: tema que, por ahora, prefiero soslayar.

No quedó cerro por visitar: el Parque Independencia, con sus hermosas vistas, El Calvario, obra del Arquitecto Bustillo, el mismo que proyectó la rambla marplatense y el Llao Llao y  el cerro Centinela, así como de la Piedra Movediza. Cada uno con su encanto, sus pinos y eucaliptus perfumados, en pintorescos caminos de piedra ancestral.

Hasta aquí, la “mística” del lugar. Pero, queridos amigos: debo dar curso al título de esta crónica, ya que el corolario fue la “mástica”. Digna de estas letras, realmente.

Elena, nuestra encantadora guía, luego de “desburrarnos” acerca de la historia de la zona, nos llevó a un lugar increíble, que resultó ser uno de los sitios emblemáticos de la ciudad en materia de embutidos y quesos.

La primera impresión nos hizo dudar de la cordura de Elena porque el lugar rayaba en lo vetusto. Paredes encaladas, pisos de diferentes calidades y un aire más que antiguo para proveernos de los famosos quesos y embutidos tandileros, pero nuestra guía tenía un secreto: la magia del lugar.

 nos acostumbramos a la semipenumbra que poco a poco comenzó a aclarar, pudimos contemplar, prolijamente ordenados, todos los productos que íbamos a buscar y, a continuación, recorrimos las habitaciones que hacían las veces de restaurante para detenernos en cada objeto, cada letrero, cada envase antiguo. Para dejar paso a la ensoñación, derretidos como la cera de las velas que, introducidas en botellas hacían las veces de candelabros.

Nos pareció encontrar el eco de las carretas que a fines del siglo XIX y comienzos del XX supieron detenerse en un alto en el camino. O ver algunos gauchos jugando a la taba en el patio del fondo con una galería poblada de glicinas.

Ya no hay rejas de pulpería pero podían reconstruirse muy fácilmente con la imaginación, lo aseguro.

Fue tanta la historia cotidiana bien mostrada que no pude menos que preguntar por los creadores del lugar que se llama “Época de quesos”. Y ahí supe de Ramón Santamarina, su fundador por 1860, la conversión del lugar en almacén y los últimos 30 años al frente del lugar de Teresa Inza, pionera del turismo tandilense, que ya sobrevuela el lugar y seguramente desea que éste continúe con su lema: “Abrimos cuando llegamos y cerramos cuando nos vamos”, una muestra de cordialidad y gentileza para con los visitantes. En San Pedro es imposible no encontrar la sobrasada mallorquina en forma de longaniza de manos de los hermanos Corti pero cuando nos topamos con una legítima sobrasada tandilera, embutida en una tripa gorda, regordísima parecía el monumento a la sobrasada en los pagos de Tandil y me alegró el corazón encontrarla.

Es que somos casi casi universales…¿No les parece amigos?

¡Si hasta hemos conquistado en sabrosura la tierra puelche de la piedra movediza!

Cati Cobas

martes, 13 de julio de 2021

343- Elogio del GPS (Caticrónica)



Queridos amigos coetáneos: quiero compartir mi admiración por este aporte del Siglo XXI, y comienzo por su definición: “El Sistema de Posicionamiento Global (GPS) se compone de tres elementos: los satélites en órbita alrededor de la Tierra, las estaciones terrestres de seguimiento y control, y los receptores del GPS propiedad de los usuarios. Desde el espacio, los satélites del GPS transmiten señales que reciben e identifican los receptores del GPS; ellos, a su vez, proporcionan por separado sus coordenadas tridimensionales de latitud, longitud y altitud, así como la hora local precisa.”
Hace ya más de diez años, en Madrid, me maravillé al escuchar la voz de una mujer en el coche de mi amiga Socorro, guiándonos hacia Chamberí. ¡Menudo susto! Siempre había dicho que Socorro era la Mágica Señora de Sierra Magina y que la admiraba por la perfección de su escritura, su inteligencia y don de gentes y muchas cosas más pero de ahí a poseer un auto parlante…
Sin embargo, así ha sido. La magia del coche de mi amiga ha llegado al nuevo mundo, y ahora, con solo mirar nuestros móviles podemos localizarnos y ser guiados a destino.
Y una, que todavía conserva el recuerdo de una inolvidable excursión con sus compañeros de universidad en la que, perdida en Florencio Varela, clamaba por un teléfono público inexistente para avisar a su madre que estaba viva. Para hacerle saber que en algún momento encontraría algún ómnibus que la devolvería sana y salva a la Capital, no puede menos que agradecer a la vida el estar coleando todavía en este mundo de satélites y rastreadores.
Una, que ha lidiado con la Guía Peuser y la Filcar mientras dirigía obras en el conurbano, conociendo la dicha de perderse y encontrarse, tiene que aplaudir esta minúscula maravilla en la que, poniendo origen y destino, puede averiguar cuál es el camino más breve a pie, en bici, ómnibus o automóvil.
No dejo de asombrarme en estos pandémicos días, en los que una de las pocas cosas que puedo hacer es caminar. Bendigo al GPS, lo admiro, lo elogio y le agradezco los gratos momentos que me depara.
¿Busco un supermercado en un lugar desconocido? Ahí aparecen todos ellos. ¿Un café al aire libre? Otro que tal. ¿Un centro comercial? A un teclear brevísimo. ¡Bendito aparato!
Eso sí: En la Ciudad Autónoma en la que habito, al GPS le falta un detallito. Y espero que esta crónica llegue al oído de sus creadores para que lo tengan en cuenta: no dice nada sobre los puentes peatonales y les aseguro, mis lectores, que no se trata de un hecho menor.
Ya me he perdido detrás de la cancha de Atlanta en un intento de encontrar el paso por el túnel de la Avenida Dorrego, y de no haber sido por cuatro morrocotudos muchachos “bohemios”, un poquito “beodos”, que se compadecieron de esta anciana, todavía estaría tratando de hallar el camino.
Y hoy, menudo susto me pegué al tratar de cruzar caminando en forma paralela al puente de la Avenida San Martín, con la única compañía de autos abandonados y algunos perros famélicos a los que, por suerte, no les resulté apetecible.
Se trata de zonas “muertas” de nuestra ciudad, en las que he tenido que apelar a mi confianza en la bondad de los humanos y animales, mientras procuraba no ser prejuiciosa con respecto a rostros y actitudes de los pocos con los que me he cruzaba.
En síntesis: loado sea el GPS pero, por cualquier cosa, cuando me indique túneles o puentes, procuraré no hacerle caso o subirme a un dron lo suficientemente resistente.
Aunque pensándolo mejor, nuestro Gobernador podría hacer algo por esas zonas abandonadas de la Reina del Plata, y mejorarlas...
Cati Cobas

domingo, 6 de junio de 2021

342- Chamamé porá (Caticrónica 2021)


A Don Tomás, mi papá, le encantaba toda la música del litoral, el sonido del acordeón y, sobre todo, del arpa paraguaya, que lo embelesaba. Nunca supe por qué o cómo prefería un buen rasguido doble o una ranchera a una zamba o una chacarera (aunque también le gustaban) pero debo aceptar que esa música nos mantiene unidos con un hilito tan invisible que supera ampliamente nuestras divergencias acerca del liberalismo versus el rol del Estado en la vida de los connacionales (espíritu de contradicción desde la cunita, ¿vieron?).

El Falcon que le pertenecía -y que me legó cuando sus ojos se negaron a ver- fue testigo de las muchas oportunidades en que Ramona Galarza u Horacio Guaraní pusieron fin, desde la radio, a los dimes y diretes sobre la Historia Argentina.

Eso sí, mi espíritu de refutación fue llevado al himeneo. Y si bien, en este caso hubo siempre coincidencias con respecto a la visión política de nuestro hermoso país, los sonidos litoraleños, y muy pero muy especialmente el chamamé fueron, durante  treinta y seis años, una espada de Damocles pendiente sobre la paz conyugal. Vidala versus chamarrita, carnavalito contra polka correntina… ¡menuda “grieta” musical, señores!

Es que para mí la alegría, la energía de la música de nuestro litoral y del chamamé en particular eran maravillosas. Y el sapucai, ese grito que escuché toda la vida, en boca de los obreros, al terminar el hormigón, fue siempre sinónimo de regocijo. Mientras que la música del Norte Argentino me provocaba (y provoca) melancolía y una cierta tristeza que muy bien no me hace. En cambio a mi cónyuge esos ritmos con influencia guaraní no lo convencían y deliraba por las quenas y el altiplano.

Por eso, hace poco me sentí reivindicada en mi elección musical. Total y absolutamente reivindicada: el 16 de diciembre de 2020, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) declaró al chamamé como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, por su trascendental aporte a la cultura en todo el continente. En lo que hace a Argentina, completa un trío de patrimonios inmateriales con el tango y el filete porteño.

¡Un sapucai (grito de los hacheros o los mensúes) a la derecha, por favor!

Puesta en autos con respecto a este honor para mi música folklórica favorita me dispuse a rendirle mi modesto homenaje literario y en eso estoy.

El título que elegí dice que el chamamé es “porá”, que equivale a  “lindo, bonito, bello, bien”. Calificativo que retrotrae a los casi indiscutidos orígenes guaraníes de esta música, que data del siglo XVI. Mucho tuvieron que ver los jesuitas con sus misiones en que esta música creciera, incorporara instrumentos originales que luego se manifestaron en el arpa y el acordeón o bandoneón. Claro que poco a poco nuestro nuevo patrimonio inmaterial fue recibiendo influencias españolas, alemanas, austríacas y hasta judías y si bien tuvo épocas de declive nunca dejó de constituir una música imbricada con la esencia de la región a la que pertenece.

Aunque sepan los lectores que este estilo de danza y música se cultiva en otras zonas como Paraguay, noroeste de Uruguay, sur de Brasil (donde es muy popular gracias a la identidad gaúcha) y también en la Patagonia chilena (donde se han creado conocidos chamamés que todos cantamos cono si fueran correntinos).

Pero cabe destacar que por más que haya habido, como dije, épocas en las que no tuvo tanto auge es una maravilla que desde la primera grabación de un chamamé en 1931 (Corrientes Poty -La flor de Corrientes-, por Samuel Aguayo, en RCA Víctor) tres generaciones de intérpretes nos sigan regalando su payé (magia).

Comenzando con los pioneros: Mario del Tránsito Cocomarola, Osvaldo Sosa Cordero, Herminio Giménez, Ernesto Montiel, pasando luego a Tarragó Ros padre, Ramón Ayala Y Ramona Galarza hasta la actualidad con Teresa Parodi, Ramón Medina, Antonio Tarrago Ros, Mario Bofill, Los Alonsitos, el Chango Spasiuky tantos otros y aún con la encantadora Soledad Pastorutti, puede el chamamé sentirse orgulloso de su estirpe y sus intérpretes.

En la actualidad se da el lujo de celebrar dos festivales a falta de uno. En Corrientes: Mburucuyá, "El Festival Provincial del Chamamé", con 49 años de vigencia y en Entre Ríos: Federal, "Festival Nacional del Chamamé del Norte Entrerriano" que conserva y defiende celosamente el género musical tradicional

El chamamé, como todas las músicas litoraleñas se baila en pareja y existen innumerables variantes. Algunas, no tan alegres como el Chamamé ganci o chamamé triste que es una modalidad al que también se lo denomina chamamé canción y lo mismo ocurre con el Chamamé caté, más elegante y en lengua guaraní.

Sin embargo a mí me vuelve loca el Chamamé maceta, de pulso y ritmo más vivos y habituales en los grupos que tocan en festivales y bailes populares

En fin, amigos, podría continuar con el tema de mi música favorita por mucho tiempo pero debo dejarlos, porque me ha avisado “Merceditas” que, con “añoranza”, ya se encuentra en el “Kilómetro 11” viajando a mi “Corrientes porá”, y por lo tanto, “por Santa Rosa me voy al río”. A ustedes les digo: ¡”todo el mundo a bailar” antes de que nos embista “el toro” un chamamé bien nuestro!

Cati Cobas

  • Añoranza (Eustaquio Vera)
  • Merceditas (Ramón Sixto Ríos)
  • Todo El Mundo A Bailar (Aldy Balestra)
  • Mi Corrientes Porá (letra: Lito Bayardo; música: Eladio Martínez)
  • El Toro (Alberto Castillo)
  • Kilómetro 11 (Tránsito Cocomarola)
  • Por Santa Rosa Me Voy Al Río (Antonio Tarragó Ros)

sábado, 5 de junio de 2021

El despertar (primera clase de Stand Up) 2020 En los cursos de la Universidad de Bahía Blanca (UPAMI)


¿Quién me mandó, a esta altura del partido, anotarme en un curso de…stand up? ¿Qué me dio por hacerme la Dalia Gutman … de PAMI?

Encima, el profesor nos dio como tarea… relatar nuestro despertar y primera mañana.

En el avance de la clase del lunes anterior relaté que lo primero que hago al abrir los ojos es buscar mis anteojos. Es que sin ellos no existo.

A veces pienso que los míos tendrían que ser como los celulares, que cuando uno los pierde, si tiene un antiguo teléfono de línea puede llamar al celu y, siempre que no lo haya dejado silenciado, puede encontrarlo. Yo debería tener línea directa a mis anteojos. De otro modo no encuentro ni el inodoro (para uno o dos, según cuadre), que, obviamente, es lo segundo que me toca, junto a la lavada de cara, obviamente.

Dije también que a continuación me desnudaba. En invierno y verano, fundamental el encuentro con mi enemiga: la balanza. Ella marca el comienzo de mis desdichas o mis venturas diarias. ¡Asquerosa! Me envía a un desayuno solo frutas y mate lavao o caféconlecheconalgorico. La mayoría de los días, lo primero.

Este tema del desnudarse me obliga a la tarea de volver a ponerme el pijama y la bata aunque alguna vez me ha pasado correr al teléfono, que está en el living, como una Eva arrugada, cruzando los dedos para que no hubiera vecinos enfrente. Aunque mis vecinos ya deben estar curados de espanto atendiendo a algunos de mis hábitos pandémicos, como animar a mis alumnos invitándolos a dar clase por zoom con capelina o sombrero, por ejemplo, (una forma de divertirnos mientras le damos sin asco a las fracciones o al los múltiplos y divisores).

El final de mi primera mañana se concreta con los mates en el balcón. No me gusta el termo, y adoro mi pava enlozada y decorada con frutillas. Si no tuviera salida la manija y atada con cinta adhesiva sería más que perfecta. Igual la uso, y hago malabares para que no se suelte y termine quemándome porque ya los vecinos pensarían que me ha dado el mal de San Vito al verme esquivando el agua caliente a puro salto.

Así transcurren mis primeras horas. Aunque por ahora no digo a Dalia, ni a humilde Violeta llego, me divertí mucho pensando este primer ejercicio para ustedes…

Cati Cobas

El camisón de mamá (Stand up)2020 En la Universidad de Bahía Blanca, en los cursos Upami Adultos Mayores:


Buenas tardes, mi nombre es Cati Cobas. Soy porteña, madre, Maestra Normal y Arquitecta.
 Y aunque pasé los setenta y tengo varios sillones de sicólogos gastados, tratando de no ser una mujer castrada, decidí que tenía que comenzar estas presentaciones con…el camisón de mi mamá.

Muchos varones standaperos suelen contarnos sobre su idishe mame o sobre su bove, como si ser castradoras fuera algo solo posible en el Once o Villa Crespo.

Mi vieja, la dueña del camisón, paz descanse, se llamaba Aurora y provenía de una familia mallorquina, en el Mediterráneo y vivíamos en Parque Chacabuco ¿vieron? Pero para mí, había en ella algo de los conversos que habitaron la isla porque ella y su camisón eran tremendos…

En realidad, son dos los camisones. Uno físico, blanco, de franela, cerrado hasta el cuello, largo hasta los pies y otro mental, igualito al físico y empeñado en la excelencia y concentración en el estudio. Y mi papá, varón domado, dejaba hacer, imagino que sufriendo pero chito y a lo suyo aunque era un amoroso papá conmigo, que a Electra no me ganan.

Para empezar, soy hija única. Así que Aurora decidió que como iba a ser el único botón de su muestra le tenía que salir “plus cuam per fec ta”.

Allá por el 50, Upa mediante, se pudo jactar de que la nena, con escasos cinco años,  ya leía y escribía “al dictado” y sin faltas de ortografía. Si la hubieran agarrado los creadores de teorías educativas más modernas, con toda seguridad, el destino de Aurora hubiera sido el cadalso. En ese entonces, hasta en verano me hacía “un dictadito” y tres renglones de las palabras erradas para que no se fijaran mal, que la repetición en la enseñanza siempre produce buenos resultados…

Cuando llegó el secundario, el camisón virtual se volvió un poco más sutil, pero efectivo y torturante. ¡Te sacaste ocho! ¡Podrías haber tenido un diez!, por ejemplo.

Se imaginarán que a esa altura del partido y pese al camisón, ya me había convertido en La Novicia Rebelde y empecé a querer tener un novio (aunque más no fuera por molestar).

Fue aparecer el candidato y Aurora comenzó con su lei motiv “¡no se te ocurra!”.

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Me pueden decir qué se me podía ocurrir a las tres de la tarde, en verano, cuando despidiéndome, con un besito inocente, del pretendiente consabido,  a la vuelta de casa (en casa no porque es algo temporario y los vecinos pueden verte), me topaba con mi abuelo al que mi mamá había enviado a hacer una “comprita”.¡No me duraba ninguno! Aurora y su camisón se ocupaban de que me dedicara a estudiar, que eso era lo que correspondía y no andar noviando por ahí.

El que finalmente se atrevió conmigo y con Aurora recuerda a las carcajadas (ahora) las veces en que su ex suegra se aparecía dando vueltas por la casa, enfundada en su traje nocturno y victoriano. ¡Le faltaba el candelabro, pobre madre mía!

El tiempo pasó y cuando Aurora devino en abuela fue la mejor, la más tierna y comprensiva. Mis hijos la adoraron y ella, cuando me veía instarlos a que estudiaran, me decía “nena, no seas tan exigente, ¿no ves que los chicos sufren con tanta presión?”.

Una de dos, o el abuelazgo le cambió la esencia o mi papá, en algún brote matrimonial, le quemó el camisón, aunque haya sido en la edad madura, que siempre hay tiempo de rebelarse.

Cati Cobas

De ayer a hoy… el frío (Stand up) 2020 En la Universidad de Bahía Blanca, enlos cursos para adultos mayores de UPAMI


 Hola, me llamo Cati Cobas, soy mamá, maestra normal y arquitecta. Hace unos días que me preguntaron en qué noto los cambios entre los años de mi juventud y el hoy. Pensé y pensé y creo que una de las cosas más notorias es el frío y la manera de encararlo.

Y si así me siento, habiendo vivido siempre en esta porteñidad húmeda, no quiero pensar en el frío Bahía Blanca y aledaños. El de acá era un poroto al lado del que se debía sufrir al sur de Buenos Aires.

¿Inviernos? Inviernos los de antes. Clase media barrial. Escuela del Estado y viviendo en una casa.

Con sabañones y todo. En mi escuela no había estufas. Casi en sexto grado pusieron pantallitas de gas que no calentaban nada. Íbamos con guantes y unos sacos gordos tejidos que por lo menos a mi me hacían ver un barrilito bicolor (se usaban los sacos gordos tejidos a dos colores, mostaza y marrón o como el mío, que era verde loro con jaspeado naranja).

El 25 de mayo no cantábamos, tiritábamos todos el himno en el patio descubierto y no había chocolate de la cooperadora que nos redimiera. Encima, ese día no podíamos tener abrigo sobre el guardapolvo porque la consigna era ser blancas palomitas. Blancos estábamos. ¡Cubitos éramos! Se salvaban las maestras con sus nutrias depiladas y sus astrakanes (en esa época las maestras tenían todas su tapado de piel para que sepan).

Volvíamos a casa y era peor. Una estufa de velas en el comedor para todos y los pies helados en la cama de no ser por la bolsa de agua caliente.

Un año, a mi abuela mallorquina se le metió en la cabeza reeditar en Buenos Aires las mesas camilla que se usaban en la isla. Le encargó una al carpintero. Era una mesa redonda que en el centro, a 10 cm del piso, tenía lugar para un brasero. La mesa se cubría con una carpeta de terciopelo hasta el piso. Uno ponía los pies debajo de la carpeta y si no se movía para nada estaba bastante calentito. Eso sí se para no intoxicarse había que abrir las ventanas y hacer cambio de aire permanente. Lo que se ganaba por debajo se perdía por arriba.

La modernidad trajo estufas de gas, eléctricas, radiadores de aceite, calefacción central, losas radiantes y aires acondicionados frío calor y dejamos de tener frío. Por otra parte el cambio climático se hace sentir y parece otoño durante muchos días del invierno.

Por eso, cuando ahora por alguna razón algún día falla la calefacción o el gas cuesta un ojo de la cara, me consuelo pensando en aquellos fríos de mi infancia y en la mesa camilla de mi abuela y me digo: ¿Fríos? Repito: Fríos eran los de antes… ¡Qué me van a hablar de frío!

341- Una mañanita para “la profe Cati”(2020)


Cuando a mediados de diciembre dejé de trabajar en una inmobiliaria ubicada en plena calle Florida pensé que, con setenta años, ése había sido mi último trabajo. Pero a los pocos días encontré, justo al lado del consultorio de mi endocrinólogo, en la lejana y hermosa Villa Urquiza, un aviso pidiendo profesores y me tenté, enviando mi currículum, en el que había más arquitectura que docencia pero parece que el mismo fue suficiente para que me convocaran.

Mis amigas me tacharon de trastornada: ¿una hora de viaje? ¿poca paga? ¡Qué sentido tenía!

Para mí era una manera de sentirme viva, de disfrutar del contacto con jóvenes, del viaje en tren a contramano, de probarme que “podía”. Y pude. Varios fueron los alumnos y ninguno se quejó por suerte.

Pero llegó la pandemia. Justo cuando me pidieron que viajara hasta el instituto para dar clases de Inglés a unos mellizos de nueve años. Todavía no se había prohibido viajar pero, dada mi edad, propuse enseñar en forma virtual, lo que provocó el espanto de la persona que me convocaba. ¿Clases virtuales? ¡De ninguna manera!

A los quince días volvieron a llamarme. Y comenzó para mí una de las mejores aventuras cuando aparecieron en la pantalla… ¡el Capitán y la Princesa Coronavirus!

Ya el seudónimo habla de mis primeros alumnos. Dice de su capacidad de adaptación a las circunstancias y de su sentido del humor. ¡Justo lo que necesitaba esta servidora para aferrarse a la vida!

Fuimos conociéndonos. Y hasta enseñándonos mutuamente porque yo traté de que pudieran disfrutar del aprender y ellos me ayudaron con mis dudas cuando algo del Zoom me superaba. 

¡Debieran vernos! Hubo sombreros, pelucas, películas compartidas, infinidad de recursos siempre desde la alegría. Y poco a poco pude saber que la Princesa es muy coqueta, adora las artesanías y se interesa por asteroides y universos desconocidos y el Capitán sabe de robótica y le atrae todo lo que puede ir aprendiendo sea cual sea el tema. Supe que los dos quieren tiernamente a sus papás y abuelos y mucho pero mucho a sus amigos.

Cada martes y jueves fue una fiesta y un hilito que me obligó durante estos largos meses a levantarme, vestirme y arreglarme porque ellos me esperaban. Siempre puntuales y bien predispuestos. Y aunque ahora, gracias a la generosidad de su mamá, mi mejor agente publicitario, son muchos los chicos que pueblan mi pantalla y a todos los quiero y disfruto, ellos tienen para mí el sabor de lo recién estrenado y la alegría del mutuo primer descubrimiento sumado a su capacidad y don de gentes que hacen muy fácil enseñarles.

Como dije, la Princesa está siempre procurando la mejor imagen de sí misma y este invierno lució unos “modelitos” tejidos tan hermosos que no pude menos que felicitarla y decirle que si en algún momento una mosca aparecía por su casa y se llevaba algún chaleco era yo la responsable.

“Los teje mi abuela” fue la respuesta. A eso siguieron mis felicitaciones y mi admiración por la eximia tejedora que tanto contribuía a su elegancia.

¿Pueden creer que este sábado la Princesa y el Capitán aparecieron en la puerta de casa acompañados por su mamá? Y no venían solos. Lo hacían trayendo una primorosa “mañanita” tejida con habilidad y mucho amor por la abuela tejedora. 

Como me habían avisado que vendrían procuré buscar entre mis libros algunos que pudieran gustarles. Artesanías principescas para ella y para él, la Grecia antigua y sus templos y Gaudí, porque pensé que le interesarían. Su mamá acaba de decirme que mi alumno está pensando en convertirse en mi colega en unos años. ¡Parece mentira que la pantalla tenga la magia de traspasar en intuiciones los cristales!

Pero sobre todo, es maravilloso para mí poder recuperar el encanto de la infancia y de la vida en un momento tan difícil para tantos. Y recibir, hecho tejido, el cariño de mis alumnos cibernéticos.

Por eso, nos hemos prometido que cuando termine la pandemia celebraremos, junto a todos mis alumnos virtuales, en casa, un super cumpleaños PRESENCIAL, sin barbijos y sin miedos pero lleno de amor y de alegría.

Cati Cobas

340- Grajeas coronavíricas Reflexiones cuarenténicas, autoreferenciales y de edad de riesgo 2020


Prefacio

Yo, que pude narrar, desde el humor, el 2001  la crisis argentina, esta vez estoy casi muda. Absorta frente a una realidad de escala y  destino desconocidos.

No obstante, me he propuesto compartir  algunos breves episodios de estos días difíciles en los que, de cualquier modo, podemos extraer alguna cuota de sonrisas o ternura (por lo menos, eso espero)…

El regreso del piloto rosa chicle

Eran mediados de marzo y había obtenido turno para vacunarme contra la gripe en un vacunatorio ubicado en Acoyte y Rivadavia. A cuarenta y dos cuadras de casa.

Fernando, mi hijo, se ofreció a llevarme con la moto. ¡Aunque no puedan creerlo he subido a ella más de una vez, qué tanto…! Pero ahora, dos no pueden ir juntos en una moto, por lo que decidí que caminaría (por suerte cuarenta cuadras son lo que suelo caminar casi a diario, de modo que no me asustaba el desafío) y de regreso, el subte casi vacío, me traería a casa para no volver a salir más desde entonces.

Había que equiparse para la aventura. Y ahí mi afiebrada imaginación recordó el piloto plástico rosa chicle que me había acompañado en mi paseo por las Ciudades Imperiales el año pasado y me recordaba los atuendos de los servidores de la salud. El piloto me protegería, a no dudarlo.

Precursora, agregué un barbijo y, calzada con zapatillas, me lancé a las calles. Calles casi desiertas en las que la gente me abría paso con enorme gentileza. “Debe ser porque estoy en edad de riesgo”, pensé.

Hacía calor. Y viento. Al llegar a Avenida La Plata el sudor caía a chorros por mi frente y quería quitarme de la cara los pelos revueltos por el viento pero…prohibido llevarse las manos a la cara, así que me abstuve.

Se cumplió el rito vacunístico, y me sumergí en el subte. Estoicamente de pie para no contaminar mi piloto. Un policía me hizo sentar “de prepo”. Se ve que me tambaleaba demasiado.   Al llegar a Plaza Miserere me miré en el vidrio de la puerta del vagón y comprendí todo…

Sudada, con la cara tapada y los pelos cubriéndola, estaba igualita al personaje de la película “La llamada”…Esa era la razón por la que la gente me abría paso por la calle… Parecía salida de un film de terror…o que ya portaba el malvado virus.

 

Mercedes y el booling callejero

Esto de vivir separada de los hijos nos protege del virus pero no de los soponcios.

Mercedes, mi hija, no tiene televisión y se maneja con internet y youtube por lo que, mejor para ella, no está muy pendiente de las últimas noticias.

Una noche me llamó llorando tan mortificada que no podía consolarla de ningún modo.

“Me insultaron en la calle”. “Salí de la farmacia y al volver a casa me gritaban desde los balcones: “andate a casa…” y se la tomaban con vos, mami… Fue horrible, te juro”.

Ahí me di cuenta. Mi muchacha había salido justo a la hora del cacerolazo preventivo y, al no estar enterada, tomó, como agresión personal, la efusiva manifestación de sus vecinos… Buenos Aires da para todo…

 

Mi delivery personal

Fernando es querendón, mamero y motoquero. Y extraña (yo también) sus visitas a casa para cenar y ver nuestras series favoritas.

La solución  que encontramos es autorizarlo a atender a sus padres ancianos y de ese modo, una vez a la semana, llega con las provisiones y los medicamentos, y nos saludamos a través de la reja de entrada a mi edificio mientras dejo en el piso, para que se lleve, alguna de mis especialidades culinarias. Igualito que cuando Diego Torres gritaba el consabido “¡Guardias!”.

Nos abrazamos a la distancia y convenimos en encontrarnos por la noche, apretando al unísono el play de nuestra última serie en común.

Doy gracias a Dios por permitirme ser una mujer cibernética y sueño con que pronto los encuentros no tengan que ser asépticos.

 

Santino y yo

Al lado de mi departamento vive una familia tipo. Papá, mamá, hija mayor y Santi.

Mi lema vecinal es el de Doña Aurora, la autora de mis días: “cada uno en su casa y Dios en la de todos”. Pero Santi me puede. Razón por la cual le mando cuentitos al celu de su mamá y pienso pavadas para dejarle en la puerta y que con ellas se entretenga un ratito. Me hace mejor a mí saber que un humano pequeñito por un momento sale del encierro en compañía de esta seudo abuela tan encerrada como él.

El sábado tocaron timbre. Era Santi, que me había pintado una caja para albergar el huevo de Pascua que sus papás me habían comprado. Fue verdaderamente un momento inolvidable para agradecer a esta cuarentena forzada.

 

El allium sativum, los peligros y una servidora

“El ajo es una planta perteneciente a la familia de las amarylidaceae, de especie allium sativum y del género allium al igual que la cebolla (allium cepa) y el puerro (allium ampeloprasum); que desde la antigüedad, se ha recomendado para tratar enfermedades en las que generalmente se usan antibióticos. Numerosos testimonios recomiendan El ajo como antibiótico  para tratar un gran número de enfermedades.”

 

¡No digan nada! Ya sé que a partir de esta pandemia, no hay muchos motivos para sonreír o directamente reírse. Pero la verdad, si en la crisis del 2001, cuando cundía el trueque y el corralito, nacieron estas crónicas, ¿por qué no proponerse, mientras Dios nos dé vida y salud, compartir alguna que otra situación jocosa, que hasta en los velatorios se hacen chistes?

¿De qué hablo? Pues comencemos por el título. Mi abuelo Marcial era naturista. Teniendo una cabellera frondosa, se rapaba y todos los días, invierno y verano, se bañaba con agua fría y se daba friegas con una tela áspera de toda aspereza. Pero lo peor era el ajo. Crudo. Crudelísimo. Y mi pobre abuela Isabel y todos nosotros pagabamos las consecuencias aspirando los vahos y efluvios propios del allium sativum que solo eran compensados con la bonhomía y carácter amable del respirante cónyuge. El abuelo murió sano a los ochenta y tres años y siempre pensamos que una de las razones de su longevidad había sido el consumo intensivo de ajos.

Marcial murió cuando yo estaba en la facu, y el papá de mis hijos odiaba este vegetal, razón por la cual, durante toda mi vida adulta, evité consumir ajos crudos en todas sus formas. Pero…ahora estoy confinada en soledad. Y la imagen y vapores de mi abuelo y sus ajos me tranquilizan (a qué negarlo). He comenzado a comerlo con fruición y hasta deleite. Y les juro que me calma la ansiedad. Sé que lo más importante es estar aislada. Y trato de cumplirlo. Pero lo peor es que, cuando termine la reclusión, la gente me va a temer más que al coronavirus.

 

Pasando a los peligros. Hoy me enviaron un video. Un muchacho se súper protegía contra el coronavirus. Salía a la calle, y lo pisaba un camión.

No estuve lejos. La verdad. Abrumada por los memes y videos me hallaba yo hoy a la tarde, en mi cuarto, y tardé más de media hora en volver a la cocina porque un fuerte olor a gas golpeaba mis pituitarias. ¡Me había olvidado la pava en el fuego, y al hervir, lo había apagado! Si por casualidad hubiera habido una chispa…menuda explosión.

Pero esto no es todo. ¡Terminé con el gas y descubrí como tres mosquitos dando vuelta! ¡Lo único que falta es el dengue!

Sintiéndome como en el meme del camión, concluí en que el gran filósofo riojano Carlitos Saúl estaba en lo cierto: “nadie se muere en la víspera”.

Ajo y agua, queridos lectores. Espero poder seguir torturándolos literariamente hablando.

La Tercera no será la vencida

Esta pandemia me ha permitido descubrir cuántos salvavidas he ido generando a lo largo de la vida. Uno de ellos son los grupos de amigos (entendiendo por tales esos grupos de whatsapp que armamos con asociaciones como “Chicas de primaria”, “Chicas de la facu”, “Coro en cuarentena”, por ejemplo. No hace falta que aclare que las referidas chicas son todas “Baby boomers” consuetudinarias.

Pero el mejor para mí es uno que se llama “Muchachos y chicas” en el que somos parte Eduardo y Diana, maestros, y Jorge y yo, arquitectos. Jorge es mi “ex” y padre de mis hijos, pero aquí es un muchacho más. Los cuatro vivimos solos. Si los archivos de este grupo hablaran…

Una de las funciones de este grupo es sabernos vivos. Por la mañana, Diana, haciendo honor a su nombre, toca ídem y nos despierta con alguno de esos dibujitos que nos roba memoria del teléfono pero también nos alegra el día. Dicen, por ejemplo: “Hoy hay sol y va a ser un día genial” o “Un pajarito me dijo que en cuarenta días será primavera” o”Tener amigos es la mejor bendición”…y siguen las ideas. A continuación vamos dando los buenos días y así certificamos nuestra entidad. Casi todos tenemos hijos, y nos quieren, y se ocupan pero no van a estar confirmando nuestra vitalidad todos los días, obviamente, que para eso los milenials no han sido formados.

Alguna vez, alguno de los cuatro miembros del grupo no respondió, e inmediatamente estuvimos comunicándonos con él para verificar el respectivo amanecer.

Por la noche, un “hasta mañana que descansen” cierra el día y nos vamos a dormir con una mágica sensación de compañía.

Lo mejor de este grupo es que podemos compartir impúdicamente nuestras mayores o menores sapiencias con respecto a las nuevas tecnologías y  no avergonzarnos de no saber. Los aprendizajes obtenidos superan los bochornos.

Un día comenté en el grupo que mi hijo Fernando me había sugerido poner un podómetro en el teléfono. Un celular con cuenta pasos, bah.

Les di el nombre de la aplicación pero al rato, un miembro de identidad reservada me llamó recriminándome porque el cuenta pasos no movía la aguja y él (o ella) había dado más de diez vueltas a la mesa del comedor. La pregunta fue: ¿Dónde pusiste el teléfono? ¿Lo llevás encima? Y la respuesta fatal: “¡No! Lo dejé sobre la mesa!".

Dije que la tercera no será la vencida. Y mi grupo de muchachos y chicas lo confirma. Llegó el día del corte de pelo. Habían pasado ya dos meses de encierro y todos veníamos sufriendo problemas capilares. ¡Eureka! Dije un día. Y comenzaron a circular por el grupo unos tutoriales de Youtube ad hoc. Fui la primera. La melenita estilo taza me quedó divina. Y las raíces no me preocuparon porque todas las chicas de la tele estaban parecidas. Me siguieron “los muchachos” exhibiendo cada uno una prolija rapada. Y, finalmente, Diana, tijeras mediante, nos emocionó con un corte a la garzón digno de cualquiera de los peluqueros que por esos días berreaban en pos de su peluquería abierta.

Pruebas de zoom, canciones compartidas, recetas de cocina, manualidades improvisadas, clases de gimnasia.

 Después, el Jefe de Gobierno porteño se preocupa por nosotros. Decididamente no tiene idea de los recursos que poseemos algunos septuagenarios. Si sobrevivimos al Proceso, al Rodrigazo, al Menemato, al Corralito … ¿qué coronavirus nos va a derrotar?, digo.

 

Y, para finalizar: quedan los artistas…

Ya lo dijo Enrique Pinti : “pasan los gobiernos, los radicales, los peronistas, pasan veranos, pasan inviernos, quedan los artistas…”

En estos días de desconcierto, de inquietud, una de las cosas que más me consuela es asistir a esos pequeños conciertos en cuadraditos que nos ofrece internet. Todos nuestros artistas cantan generosamente una y otra vez. Y reaparecen canciones que ya son himnos para muchos de nosotros. También cantantes y músicos internacionales nos emocionan en ciudades lejanas y vacías. El espíritu humano se manifiesta en todos ellos. Aquí o allá.Y nos sostiene o nos eleva.

Por eso, no dudé un segundo cuando Liliana Montiel, profesora de coro en el Centro Salamanca, y en muchos otros de la colectividad española, me invitó a participar en un coro virtual.

¡Pobre mujer! Después de esta experiencia el Papa Francisco la va a postular para la canonización en vida. Pero debieran vernos a sus juveniles alumnos haciendo gorgoritos cibernéticos. Una maravilla. Así, desde el Zoom, una nueva aplicación que vino para quedarse, puedo sentirme igualita a Soledad o a Julia Zenko, que con buena voluntad, todo puede llegar a ser. Aunque reconozco que como cantante, escribo divinamente.

¡Hasta la próxima, amigos!

Cati Cobas

 

Los días se hacen largos. Cuando empezó el aislamiento tenía la esperanza de que con la llegada de la primavera todo retomaría su cauce. Pero no parece que será de ese modo. Los “adultos mayores” continuamos encerrados. Hay algunos valientes que se animan a pulular por el mundo y a recibir visitas. No es mi caso. Salgo lo imprescindible,  y procuro soportar estoicamente la situación.

Debo admitir que hay algo que me ayuda a soportar el cautiverio. Algún ángel me contactó con una mamá que quería ayuda escolar para sus hijos. Y mis tiempos del Normal volvieron.