“Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.”
Cita atribuida a distintos autores según la bibliografía
consultada. Entre otros, a Cicerón, Guizot, Dilthey, Ortega, Nicolás Avellaneda
y George Santayana,
https://www.bibliotecapopularrafaelobligado.com.ar/
Recién
llegaba a casa desde San Pedro, donde habíamos vivido jornadas inolvidables en
las que primó el encuentro, el afecto y la emoción, unidos por el recuerdo de
nuestros ascendientes, que emigraron a distintas tierras a comienzos del Siglo
XX (como mis abuelos) y entre 1936 y los años 50 del mismo siglo (como mi
padre) y encontraron en ellas la posibilidad de una nueva vida en tiempos difíciles
para las Islas Baleares. Agradecidos por la cálida gentileza de los
representantes de las islas que, encabezados por Francina Armengol Socias, presidenta de la Comunidad Autónoma de las
Islas Baleares , vinieron a acompañar el XXIV Pleno de Consejo de Comunidades
Baleares en el Exterior.
Habíamos
vivido esos días sin grietas de ningún tipo, nos habíamos abrazado y llorado
juntos, con las imágenes de “Haciendo las Argentinas”, una hermosa película del
realizador Pere Salom, en la Biblioteca Popular Rafael Obligado, habíamos inaugurado
la primera parte del Molino de San Pedro con el que tanto soñamos, por el que
tanto trabajamos y al que deseamos hacer un Centro de Interpretación de la
Cultura Balear en el Mundo y tantas cosas más. ¡Me sentía tan feliz!
Feliz,
orgullosa y cálidamente reconocida. Sintiendo que mis nietos, algún día pasarán
por aquel Parque Balear y por aquel molino y se pondrán orondos gracias a la
labor de ese grupo de gente agradecida a la Argentina pero con un enorme amor
por sus raíces, allá en el Mediterráneo.
No me
importaban los ciento sesenta kilómetros que separan mi casa en Buenos Aires de
la sede de la Agrupación Mallorca, mi casa en San Pedro. No me importaba el frío
ni el cansancio. Venía pensando en el próximo encuentro del grupo de conversación
“Xerrem una miqueta” en el que procuramos conversar en la lengua de nuestros
abuelos, en la Ciudad de San Pedro, la más mallorquina de las tierras
argentinas, cada día más linda, en la próxima fiesta de San Juan, con su Quema
del Demonio, en la Fiesta Nacional de la Ensaimada. ¡Qué bendición! ¡Cuánta
vida me habían legado Isabel y Marcial, Miguel y Catalina, mis abuelos!
Y de
repente, llegó la bofetada. Era un tiro por elevación, imagino que originado en
luchas políticas.
Última
Hora, un periódico mallorquín, había publicado, sin aclaraciones ni disculpas
posteriores ya que me tomé el trabajo de escribirles, el siguiente comentario cobardemente
anónimo, del que solo transcribiré la parte que a América se refiere:
“No hay
más que ver las baldosas del suelo y el mobiliario donde reciben a la
presidenta de la comunidad Balear en el extranjero…” (refiriéndose a países
pobres”).
Van a
perdonarme aquellos que me aconsejaron olvidar el tema. También quienes dijeron
que es cosa de “odiadores cibernéticos” y que debía ignorar todo.
Estaban
hablando del piso y los muebles de una biblioteca popular de 150 años de antigüedad,
florecida en medio de la pampa, gracias al genio de Sarmiento y de un grupo de
sampedrinos que creían en el poder de la educación cuando en Mallorca solo estudiaba
un puñado de ricos.
No puedo
ignorar la afrenta. El abuelo Marcial aprendió a escribir en Buenos Aires, en
la escuela sindical, la abuela Isabel lo hizo de rodillas como novicia, porque
en la isla era la única posibilidad que tenía, al pertenecer a una familia de payeses
(y a mucha honra) y, por fin, mi padre, regresó a Argentina en 1936 y pudo
estudiar lo que no había podido hasta el momento allá por mucha voluntad que
tuviera.
¿Cómo no
va a dolerme el comentario? ¿Cómo pueden pedirme que silencie el dolor que me
causa gente que por luchas políticas, sumadas a la más supina de las
ignorancias se atreve a tratarnos de “países pobres”?
Muchas
veces escucho hablar, casi burlonamente, a la gente joven de aquel lado del “charco”
de que en tierras de Iberoamérica continuamos con la España de “castañuela y
pandereta”. Burlándose de nuestro desinteresado amor por “la otra orilla”.
Pues lo
siento. Deseo de todo corazón que nunca tengan que emigrar. Que no sepan de
hambre, ni de falta de escuelas, ni de
inseguridades. Que continúen disfrutando de estos buenos tiempos.
Pero
sepan que si estos tiempos de bonanza cambian, y deben volver a esta América
pobre y desangrada seguirán encontrando un lugar de afecto y tolerancia digno
de imitar y podrán ser parte de ella.
Cati Cobas
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