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domingo, 25 de abril de 2010

246- Lili (Caticrónica absolutamente familiar)



Mi tía María Elena la esperaba vestida de lunares. Y yo, de blanco, porque le llevaba diez años y estaba en quinto grado. Esa mañana, cuando su papá, mi tío Marcial, hermano de mamá, llamó para avisar que había llegado -¡por fin!- a este mundo, mi alegría era inmensa. ¡Había nacido mi primita! No me daban tiempo las piernas para llegar a la escuela y compartir mi orgullo con las chicas…

Claro que como hija única y nieta y sobrina ídem debí sortear las hieles de los celos pero Lili era vivaracha, juguetona, cariñosa y conquistó enseguida y para siempre su lugar en mi corazón.

Podría relatar cientos de anécdotas de su infancia, algunas de las cuales permitirían adivinar en ella parte de las travesuras de sus hijos y nieto, travesuras que compensaba con su mejor sonrisa, la que hacía perdonarla de inmediato.
Por mi parte, practiqué con ella mis dotes de cuidadora, maestra y animadora de fiestas infantiles; preparé para ella mis mejores representaciones de títeres pero -y lo confieso con pena y arrepentimiento- supe propinarle también algún chirlo que todavía resuena en mi conciencia. Es que Lili era especialista en tocar todo y a veces la emprendía con mis láminas del magisterio y hasta con alguna de mis entregas de la facultad, si se le ponía por delante. Era muy difícil congeniar su infancia con mi juventud, sus deseos con los míos.

Sin embargo, las dos comprendíamos desde siempre que éramos, una para la otra, lo único que conservaríamos de esa rama familiar que nos unía a través de los abuelos Marcial e Isabel. Sí, las dos, a la usanza mallorquina, tenemos en común el nombre de la abuela de la que Lili ha heredado un cierto aire y una determinación a toda prueba para enfrentar la vida, unidas a una fe inclaudicable, mucho más fuerte y poderosa que la mía que se ha vuelto un tanto escéptica con los años.

Con el tiempo las cosas se emparejaron. ¡Vivimos juntas tantos momentos! Y si bien los diez años de diferencia etaria nos acercaban y alejaban según las circunstancias, desde que se casó con Elvio, quien seguramente leerá estas palabras mucho antes que ella y, milagrosamente, fuimos madres al unísono, nos mantuvimos cerca en las buenas y en las malas. Y nos dimos el lujo de regalarnos ahijados, como una manera más de hermanarnos.

Mi “primita” acaba de celebrar ayer sus primeros cincuenta años con una fiesta hermosa y rodeada de su familia y sus amigos. La “nena” es madre de cuatro y abuela de Ezequiel y una profesora universitaria hecha y derecha, como soñaba su papá para ella. Ya no rompe mis dibujos, ya no le doy chirlos sonoros, por supuesto, pero seguimos con la costumbre de abrir nuestras vidas una a la otra porque ambas sabemos que nadie más puede escuchar “todo” sin juzgar, que tener una prima, casi hermana, es un regalo que no puede despreciarse.

Y comprendemos, sobre todo, que nuestros abuelos y nuestros padres se sentirán así orgullosos de nosotras.

¡Por otros cincuenta “sin cuenta” , Lili! ¡Siempre unidas!

Cati Cobas

Gracias a Cristina (Eterna Cris, para el Facebook) por la foto.


jueves, 10 de septiembre de 2009

228-¡¿Qué hice yo para merecer ésto?!


Dedicada a Susana B. y a Lola B. con todo mi cariño, gratitud y admiración.

Eso. Sí…¡Qué hice yo para merecer ésto!

Pasar de cincuentona a sexagenaria ha sido un parto demasiado silencioso para mí. Hace más de un mes que no puedo estrenar mi nuevo blog habiéndome propuesto que mi primera crónica tendría, por lo menos, una cuota de humor, aunque fuera del más negro. ¡Y miren que reconocer que algo me ha dejado sin palabras…!

Mamá decía siempre que eso de haber escuchado Chispazos de Tradición en la radio a galena alrededor de 1927 y haber llegado a ver a los familiares lejanos en forma inmediata a través de la computadora en el Siglo XXI era un privilegio y que si no fuera porque la “cáscara” se arrugaba, ella se sentía como la Aurora que de croquignol y guardapolvo de tablitas blancas iba al Normal.

Sin embargo, este tema de asumir el paso de los años con elegancia, dignidad y sabiduría no debe ser genético porque lo que es a esta servidora el indignante numerito terminado en cero le ha caído peor que dos choripanes con mucho chimichurri en un almuerzo.

Creo que parte de la culpa de mi baja moral la tienen los cantantes y los periodistas. Esos encantadores de serpientes al compás de las semifusas y la prensa oral y escrita. ¡Es casi inmoral! Mientras las chicas de cuarenta, lo tienen a Arjona, que las arrulla con su “Señora de las cuatro décadas” y las de cincuenta, balanceándose entre sofocos y dentistas, todavía se mantienen, dando grititos en el recital de Montaner, a nosotras, con suerte y poco sentido del ridículo, nos queda arrojarle una faja talle cuarenta y ocho al Puma Rodríguez, que sostiene lo que queda de su melena a puro spray y tinta, en el Luna Park mientras recoge nuestro sexy obsequio para usarlo durante el primer lumbago que le agarre.

¿Qué esperanza se puede tener cuando Santos Biasatti anuncia, por ejemplo, “sexagenaria arrollada por camión lechero en la Autopista Dellepiane”? Está bien. Ya sé. Me queda la posibilidad de ser una “Jane Fonda” del subdesarrollo. No crean que no lo intento, pero las cremas que ella vende deben hacer más efecto si uno las acompaña con alguna otra cosa, como un marido archimillonario, créanme. Porque untarme, me unto y aunque la rubia en los folletos antiage promete el cutis liso, no puedo evitar encontrar en mi cara más surcos que los que mi primo Miguel hace en el campo para plantar alfalfa.

Y los de la cara no son nada comparados con otro tema también molestísimo y de carácter urbano. ¡Odio los cambios de nombres en las calles! ¡Odio a los taxistas y su sonrisita burlona cuando les pido que me lleven a Canning, Cangallo o Avenida del Trabajo! Comprendo que Scallabrini Ortíz es más adecuado para nombrar una avenida que el mentado lord inglés y que el General y Evita merecían un homenaje onomástico en nuestra ciudad, pero los ediles podrían idear alguna calle nueva y evitarme el bochorno de recordar los nombres que las arterias porteñas ostentaron durante gran parte de mi vida a caballo entre dos siglos.

¡Y ni hablemos de los comercios! Cuando entro a Fallabella me veo subiendo con mi vestidito de piqué las primeras escaleras mecánicas en Gath & Chavez para ir a visitar a los Reyes Magos. Y si camino por Florida y levanto la vista encuentro todavía el logotipo de Lutz Ferrando, donde me compraron mis primeros anteojos para enfrentar la miopía en Sexto Grado (que ahora es Séptimo, hasta eso está distinto) o me parece contemplar la vidriera de la zapatería Tonsa con su movimiento perpetuo y divertido.
Y qué decir cuando llegando a la Nueve de Julio, en el lugar donde estaba el Trust Joyero Relojero, aparece un Mac Donald insultante, de Braudo no quedan ni el traje ni los dos pantalones y el chalecito de Muebles Díaz en la azotea desaparece cubierto de carteles invasivos.

Ya no hay ni mersas, ni caqueros. El folklore se escucha solamente en Canal 26, y eso con suerte. Y los chicos son floggers, rollingas, stones, cumbiancheros o amantes del reaggeton meneando su trasero ignominiosamente en cualquier fiesta que se precie.

¡Mi reino por un bolero a media luz!¡Dónde andarán Paul Anka y Neil Sedaka! Los Panchos deben haber sido engullidos con mostaza por algún charro famélico y Palito Ortega no puede cerrar los ojos ni para dormir de tanto que le han recortado los párpados…¡Una zambita de Los Chalchas por el amor de Dios! ¡Que vuelva Julia Elena!

Mientras escribo Fernando me acuna con Los Ratones Paranoicos que “quieren verla en el show” porque “parece un gato siamés”. ¿A quién querrán ver esos casi coetaneos míos que siguen robando a lo Mick Jagger? ¿Cómo encontraron la Fuente de Juvencia? ¿Será el rock o “la dinamita” lo que los mantiene jóvenes?

Decididamente no quiero celebrar mi cumpleaños. Llueve, el cielo está espantoso y hace frío. Estoy muy enojada con esto de que la vida caduque tan pronto, que tenga fecha de vencimiento. ¡Sexagenaria no! ¡De ninguna manera! ¡Me siento tan cansada…! Para colmo, Fernando avisa que deberemos postergar para el sábado la cena en familia porque “tiene comprada la entrada del recital de los roedores en la Trastienda desde hace mucho”..¡Mañana me voy a ir de casa todo el día!
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¿Qué hice yo para merecer esto?

¿No querías sopa, Cati?... ¡Taza y media!
Como preludio de mi “no celebración”, mi Robert Wagner propio llega a casa con una notebook de regalo y el 9 sale un solcito tibio y delicioso. Las azaleas explotan de color en el balcón. Y hace menos frío.

Ya el 8 por la noche, la voz castiza de Socorro, allí en Madrid donde es 9 de septiembre, me abriga a la distancia. Lo mismo hace Miriam, a través e la compu, desde La Coruña. Por la mañana me despierta Jorge con un matecito compañero y Mercedes propone encontrarnos a la nochecita, después de estudiar.

¡Comienzan los llamados! Las amigas de toda la vida, sexagenarias como una y otras, a las que todavía les falta un largo trecho del camino. Mis primos mallorquines y los de aquí cerquita, mis sobrinas “de siempre” y las más nuevas, mis ahijados, mi familia política, que hoy ha decidido ser la más política de las familias.

A eso de las diez, llegan dos amigas con una fuente de agua que tanto quería y con augurios de dicha en el tiempo que comienza. Ya es mediodía y Fernando templa las cuerdas para cantar a Calamaro y también una nueva que acaba de escribir, en pos de hacerse perdonar el faltazo de la noche. Trato de disfrutarlo mientras pienso que no es poco…

Desde mi Facebook aparecen más saludos y deseos. Hasta uno del alcalde del pueblo de Campos de donde partiera mi papá para venir a la Argentina y donde vive parte de mi familia casi recién estrenada.

Entro a mis foros: más cariño. Inclusive una felicitación de Atho, un escritor español en un montón de idiomas diferentes. Y mis amigos copanianos, casi todos “pibes”, cargados de afecto y esperanza. Mi tía María Elena viene a verme un ratito por la tarde y mi tía Jaumeta me desea lo mejor desde su isla.
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Pero hay algo que no me deja estar contenta. Es el primer cumpleaños en el que mamá no está conmigo. Y aunque mi terapeuta diga que para ella tanto da un día como otro, soy yo la que la necesito.

Compro una torta y parto a verla. Allí me encuentro a Jorge y a Mercedes. Los abuelos están por cenar y pido permiso para encender las velas junto a ellos. La torta será el postre especial para esa noche. Todos cantan. Mamá me dá un abrazo interminable. ¡Ya debería poder prescindir de ellos! ¿Cierto? Pero ahora que la he visto y que le he dado las gracias por mi vida, me siento realmente en paz, lo que no es poco.

Las luces de Palermo Soho y la Placita Cortázar se encienden y el restaurante donde nos sentamos a comer se llena de gente que sufre al compás de Messi y la Selección Argentina que pierde frente a Paraguay.

¡Feliz Cumpleaños Cati! Como dice La Novicia Rebelde en una de sus canciones, “algo bueno debés haber hecho para merecer “ésto”.

¡Dá gracias a la vida y celebrala a cada instante!

Al llegar a casa, un abrazo de mar desde Asturias cierra el día. Me lo dá Lola, una amiga de cristal, que algo sabe del tema.

Fernando llega del recital y también me abraza fuerte fuerte.

Me voy a dormir agradecida. ¡Para empezar un nuevo día con esperanza renovada!

Cati Cobas