jueves, 24 de junio de 2010

250-El silencio (Caticrónica mundialista)


Puede ser casi el mediodía o, quizás, las primeras horas de la tarde. Hoy juega la Selección. Si es jornada de trabajo, en gran parte de las oficinas o comercios la gente se congrega en torno al televisor que alguien trajo para no perderse el partido. Los rezagados corren para llegar a la “picada” con amigos, al bar de las cinco esquinas, a mirar la tele con “la patrona” y los pibes. Cualquier sitio es bueno para dar rienda suelta al espíritu gregario que nos acomete en estos días. Es que solos se nos hace mucho más difícil correr espiritualmente a la vera de Messi en pos del triunfo

Alguno piensan: “El fútbol es negocio”, “Sebrelli tiene razón: el Ché, Evita, Gardel y Maradona, estos mitos nacionales, son una creación deleznable, que nos hace mal a todos”, “A mí no me emociona”.

Comienza el Himno y la celeste y blanca ondea por todas partes allá, en Sudáfrica, y acá , en los taxis, los balcones, las camisetas de los pibes y los abrigos de los perros y son muy pocos los que siguen disgustados, los que se avergüenzan de esa manera de ser argentinos. La mayoría nos olvidamos de todo. De las salidas groseras del Diez, de sus dificultades y defectos. Y hasta Bilardo nos parece igualito a Belmondo, lo que ya es mucho decir, amigos…

El silencio se instala en la ciudad. Un silencio pesado, con el rumor de fondo de nuestros miedos y alegrías. Cada oportunidad de gol hace brotar una ola que desborda la quietud hecha ilusión. Con cada falla resuena el eco de un ¡uh! que sube, como plegaria sorda, imprecando por un gol. Uno, aunque sea, que dé alivio a las tensiones, que nos permita soñar con el festejo.
Y el silencio estalla de pronto en grito. Uno que resuena en toda la ciudad y en todo el país. Un grito estúpido para los seguidores de Sebrelli pero pleno de felicidad para la gente simple que se emociona siguiendo a su divisa. Hasta el chino del supermercado de la esquina ha salido a la vereda agitando nuestra enseña, y rompe el silencio con un grito de gol que envidiaría Víctor Hugo.

Nos abrazamos al que tenemos cerca. No importa si un rato antes discutimos por pavadas. La Argentina hizo un gol, y eso nos hace ser más buenos, más humanos.

El partido continúa y el silencio se vuelve temeroso de la respuesta adversaria. Pero ganamos. Y el silencio se hace salto, bocinazo, agite de banderas, comunión por un rato. Alegría.
Sabemos que es una alegría fugaz, que pronto estaremos de nuevo sumergidos en luchas y problemas como en todas partes de este mundo, pero ese silencio convertido en gol seguirá resonando en nuestros corazones con el sabor dulce de la esperanza renovada.

Cati Cobas

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