domingo, 23 de mayo de 2010

248- Como decíamos ayer...

Dejamos de vernos poco después de celebrar el Sesquicentenario. En esa oportunidad cantamos, junto a muchos otros coros de las escuelas públicas de Buenos Aires, en el Teatro Colón. Pero… somos unas chicas del 2010. A no dudarlo. Y disfrutamos de la maravilla del Facebook como la más inquieta adolescente. Tal vez por eso, y porque mereceríamos vivirlo, sin lugar a dudas, fuimos poniendo nuestros nombres en los buscadores y vivimos la sorpresa de encontrar en los “perfiles” las facciones de nuestras compañeras. ¿De secundaria? Dirán ustedes. ¡Qué va! ¡De la primaria! Y eso que pertenecemos a la época en que había Primero Inferior y Superior y Sexto Grado…

Creo que todas tuvimos un poco de susto antes del encuentro. No es fácil animarse. No es fácil darse cuenta de cuánta vida ya llevamos vivida, en el espejo de quienes compartieron con nosotras arroz con leche y farolera, de quienes fueron cómplices de secretos iniciáticos en épocas en que eran muchas las cosas de las que no se hablaban. Pero las seis nos animamos. Y, empleando una frase cursi y remanida, como diría mi profesor del Taller Literario de la Tercera Edad (!), en la Maimónides: “El triunfo coronó nuestro atrevimiento”.

Nos faltaban el guardapolvo blanco y los guantes impecables pero estoy segura de que una pléyade de maestras recordadas y queridas sobrevolaba sobre nuestras cabezas. Comenzando por las penitencias permisivas de la señorita Sarita, en Inferior, hasta el enojo que nos provocaba a algunas la severa Alicia, en Cuarto; el elegante caoba del cabello de la Señorita Aurelia, “la Vice”, hasta la imponente figura y el saber de Amelia Russo, la inolvidable Profesora de Música, las fueron trayendo junto a nosotras, mientras la tarde teñía de rosados la Plaza Lezica.

Volvimos a los amores infantiles, fiestas patrias y paseos, a los juegos en el patio de baldosas a cuadros, custodiadas por la bandera celeste y blanca, que arriábamos entonando Mi Bandera, apuradas para ver al Capitán Piluso. La inocencia de la infancia nos permitió un reencuentro despojado de las mezquindades y golpes bajos que suelen darse cuando se trata del regreso al Secundario. Mientras la ciudad se desbordaba en historia y música latinoamericana en la 9 de Julio, nosotras devanábamos nuestras músicas e historias, historias de padres, amores, hijos, trabajos y, en algunos casos, ¡nietos! A propósito: escuchar a quien viviera junto a una el día en que se hizo “señorita”, como decíamos entonces, hablando de sus nietos no tiene precio, lo aseguro.

Y fue como en el título. Quizás porque veníamos de una escuela pública integradora y responsable, y eso nos hermanaba más allá de cada circunstancia. Quizás porque las penas y sufrimientos de estos cincuenta años de caminos bifurcados nos hicieron valorar la pequeña dicha, de la que ya sabemos que puede escaparse muy rápido de las manos, las seis disfrutamos como si tuviéramos seis, ocho, diez añitos, como si la Vida no nos hubiera alcanzado nunca.
Quizás por todo eso y por la promesa de otro encuentro, puedo cerrar esta crónica desde la emoción con las palabras del título.

Porque ayer, en esa confitería de Caballito, mientras la Argentina celebraba su Bicentenario, las chicas de la “escuela de Estrada, la 17 del Distrito 8°, ”, en Parque Chacabuco, podríamos haber dicho, después de abrazarnos: “Como decíamos ayer…”

Cati Cobas

1 comentario:

Anónimo dijo...

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