lunes, 12 de septiembre de 2011

277- Al maestro, con cariño

Ayer fue en Argentina “El Día del Maestro”, en homenaje a Domingo Faustino Sarmiento.

Como Maestra Normal Nacional -y “a mucha honra”- para mí, Sarmiento fue: “un gran luchador y una de las figuras más importantes de la historia latinoamericana: subteniente de milicias, escritor, periodista, senador, ministro, director general de escuelas, sociólogo, diplomático, gobernador y presidente de la Argentina.” Pero sobre todas las cosas fue MAESTRO, en la acepción más noble de la palabra, que tiene que ver con el formar y con el ayudar a crecer.

Aunque para algunos, como Jauretche, en su “Manual de Zonceras Argentinas”, Sarmiento fue un zonzo por su lema “Civilización o Barbarie” (“La zoncera más grande que se dijo en este país fue Civilización o Barbarie, y todavía hay zonzos que piensan lo mismo”). Don Arturo criticaba la visión sarmientina centrada en el mundo “civilizado” y en la educación igualitaria como formadores de un pueblo, negando a los caudillos y a la forma de vivir que traían aparejada, como factores positivos para el desarrollo de la sociedad de su época.

Sin embargo, Tomás Eloy Martínez, el autor de “Santa Evita” y “La novela de Perón”, a quien tuve el honor de conocer, arguyó en su defensa ““Las escuelas son la democracia”. Fuimos fundados por el libro, no por la espada: lo repito. Fueron los libros los que inspiraron a Moreno, a Belgrano, a Sarmiento. La espada desbrozó el camino, pero el libro creó el camino. Sin el libro, ¿hacia qué clase de nación estaríamos yendo? ¿Sobre qué valores estaríamos construyendo los años por venir?”.

Dice el Diccionario: “maestro, en sentido general, es una persona a la que se le reconoce una habilidad extraordinaria en una determinada área del saber, con capacidad de enseñar y compartir sus conocimientos con otras personas, denominadas discípulos o aprendices.”

Es eso y mucho más. Ser maestro es ser sembrador. Con la sabiduría de intuir qué necesita cada alumno. Con la gracia de llegar a la esencia del que va a recibir lo que tenga para dar.

En un día tan caro a mi sentir rememoro a tantos maestros de la escuela y de la vida que influyeron en mi formación, que mi espíritu reboza de gratitud -y perdonen los lectores lo “cursi” y anticuado del concepto-.

¿Cómo olvidar, por ejemplo, a las maestras “de primaria”, en “la 17 del Distrito 8°”? Puedo mencionarlas una a una, desde Sara Alcorta, la “Señorita Sarita”, en Primero Inferior, hasta María Esther Capponetto en Quinto o Julia Bach, en Sexto Grado. Todas, absolutamente todas, responsables, comprometidas, bien formadas y verdaderas “maestras”. Su labor pudo comprobarse cuando, cincuenta años después, nos reencontramos sus ex alumnas, gracias al Facebook y su magia. Éramos un grupo de mujeres que diferíamos en nuestra formación más allá de la primaria. Las había que no habían continuado más estudios que ésos y, sin embargo, no se notaba diferencia alguna entre nosotras. Era ésa la muestra más rotunda del buen trabajo de nuestras maestras y de la escuela pública que, entonces, funcionaba todavía al amparo de la influencia sarmientina.

¡Como olvidar!, digo, por ejemplo, a la Señorita Russo, maestra de música, que, haciendo tintinear sus aros larguísimos, en el viejo patio cubierto, con los infaltables pájaros embalsamados de la época, nos introducía en cancioneros impensados, como si fuéramos el Coro Kennedy, por lo menos.

El Normal también ha dejado marcas imborrables. Irene de Wender y su amor por las letras o “la Tota” Martínez, y su vaporosa melena, entusiasmándonos con la historia bien contada.

Y en la universidad, Jorge Gazzaneo, arquitecto y maestro. Noble, culto y cercano a la vez. Inolvidable.

Pero hay más. Tantos más. Encabezados por mi querido Ingeniero Finkelstein, del que diría que a veces empleaba conmigo aquello de que “la letra con sangre entra” pero a quien agradezco todo lo que sé de construir con dignidad.

La lista seguiría ad-infinito. Mamá, la abuela Isabel, algunas tías, como Isabel, María Elena y mi nueva y mallorquina tía Jaumeta también me han enseñado, con su ejemplo y su presencia.

Y, en este último tiempo, mi profesor Isidro Salzman, con su forma un tanto severa en apariencia pero plena de ternura, completa el abanico de maestros.

Sé que es ésta una crónica excesivamente personal pero la escribo desde el amor y el agradecimiento. Con la esperanza de que haga que cada lector, en espejo, recuerde a aquéllos que lo formaron y, en su día, pueda dar las gracias a su modo y así honrar a los que eligen dedicarse a sembrar sin esperar más recompensa que ver la simiente florecida, sea cual fuere el suelo en el que la ha vertido.

Creo que si don Domingo nos visitara en estos tiempos quedaría un tanto preocupado al ver cómo su sueño de un pueblo “instruido” ha dejado de ser patrimonio igualitario, como fuera cuando yo vestía guardapolvo blanco. Pero quiero apostar a que poco a poco podremos de dejar de mirarlo con el cristal de Don Jauretche y volveremos a apuntar a la educación en serio para mirar con ojos limpios los años que vendrán.

Cati Cobas


5 comentarios:

Elise Reyna dijo...

Y desde lo excesivamente personal Cati para mí Don Juareche es Don Juareche, palabras mayores. Un beso.

Myriam dijo...

Hola Cati, tu crónica pletórica de romanticismo y tan cierta. Es una pena que en nuestro país lo "nacional y popular" haya tomado a Sarmiento como símbolo absoluto de lo negativo, del vendepatria. Gran parte de lo que somos hoy, esa sociedad amante del saber y de la creatividad nos viene a través de Sarmiento y su esuela pública y laica. Cómo cantábamos eso de : Fue su lucha, tu vida y tu elemento/la fatiga, tu descanso y calma/la niñez, tu ilusión y tu contento/la que al darle el saber le diste el alma...Así cantábamos, en el patio de la escuela, en el día de Sarmiento, no se si el mismo día era el del maestro, cuando todavía era un honor que te tocara izar la bandera a primera hora. El libro y la copa de leche, dos elementos culturizadores y niveladores de la época. Quizás a vos no te llegó a rozar esa época, pero yo la recuerdo bien...Besos, Miri

CATI COBAS dijo...

Sí, Lucía. Sé que la mayoría de mis amigos, sobre todo los "copanianos", no van a coincidir con mi opinión. Y lo respeto. Un besazo gigante.

Cati

CATI COBAS dijo...

Querida Miri: no tenemos grandes diferencias etarias ni de formación. Por eso tenemos tanto en común...Un abrazo sarmientino.

Cati

(recién hoy vi tu comentario, mil disculpas por no haber respondido antes)

RosaMaría dijo...

Qué son un par de años si lo que pones sigue vigente! Me gustaría que siguiera vigente el interés de las autoridades para reivindicar la docencia y darle el lugar que se merece.
Como siempre leí tu escrito con la misma emoción que emana de él, solo he tenido que cambiar nombres a los que estaré agradecida siempre. Besos Cati, eres especial. Gracias.