El hombrón, de pie en la estación de subte, parecía gigante frente al chiquito que lo miraba asombrado con un papel de diario en la mano. A todas luces era el hijo de la mendiga que repetía su pedido de "unamoneditaporelamordeDios” en el rellano de la escalera.
Carita sucia, manos
haciendo juego con ella. Pies mal calzados. Extendía la hoja de periódico al
hombre encargado de controlar que los pasajeros no sortearan los molinetes sin
pagar. No podía imaginar para qué iba a servir ese papel. El hombre comenzó a
plegar y poco a poco fue apareciendo un barco de papel. Un hermoso barco que el
chiquilín llevó entusiasmado a mostrar a su mamá.
Hubo un tiempo en que
nos resultaba fácil andar por el mundo dando y recibiendo “barcos de papel”
caricias gratuitas hechas de tiempo, de simples atenciones: cocinar algo rico y
compartir un trozo con un vecino solitario, el cual devolvía el platito con
alguna otra golosina, guiar a un transeúnte desorientado, decir una palabra
amable porque sí, buscando una sonrisa, responder al saludo en un comercio,
ceder un asiento sin cara avinagrada.
Hubo un tiempo que está
siendo reemplazado por el apuro, los empujones y la cara hundida en el celular
que enmascara nuestra imposibilidad de ponernos en el lugar del otro.
Reemplazado por el “sálvese quien pueda” y no importa para nada el pró x imo.
Sin embargo alguna
esperanza queda. Y la mía es subterránea.
El señor que carga las
tarjetas en el subte, otro hombrón de magníficas dimensiones, y yo solemos
saludarnos porque sí, y hacer algún pequeño comentario sobre algo cotidiano e
intrascendente. Pero el otro día…el otro día plegó para mí el mejor barco de
papel que recibí en mucho tiempo.
Era el Día de la Mujer.
Y al pasar hacia los molinetes me llamó pidiéndome que me acercara hasta la
ventanilla. Solo para entregarme un caramelo y decirme ¡Feliz día! Y lo fue,
por supuesto. ¡De su propio bolsillo este buen hombre había decidido regalarnos
una dulce felicitación a todas las pasajeras! ¡Enorme barco de papel para
ahuyentar las penas de esta crisis y hacernos sentir miradas, personas! Resolví
que la cadena se extendería y al llegar a mi destino entregué el caramelo a la
muchacha que controla la estación. ¡Debieran haber visto su sonrisa después de
el “Feliz día”!
Barcos de papel.
Humanidad.
Cati
Cobas
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