domingo, 6 de junio de 2021

342- Chamamé porá (Caticrónica 2021)


A Don Tomás, mi papá, le encantaba toda la música del litoral, el sonido del acordeón y, sobre todo, del arpa paraguaya, que lo embelesaba. Nunca supe por qué o cómo prefería un buen rasguido doble o una ranchera a una zamba o una chacarera (aunque también le gustaban) pero debo aceptar que esa música nos mantiene unidos con un hilito tan invisible que supera ampliamente nuestras divergencias acerca del liberalismo versus el rol del Estado en la vida de los connacionales (espíritu de contradicción desde la cunita, ¿vieron?).

El Falcon que le pertenecía -y que me legó cuando sus ojos se negaron a ver- fue testigo de las muchas oportunidades en que Ramona Galarza u Horacio Guaraní pusieron fin, desde la radio, a los dimes y diretes sobre la Historia Argentina.

Eso sí, mi espíritu de refutación fue llevado al himeneo. Y si bien, en este caso hubo siempre coincidencias con respecto a la visión política de nuestro hermoso país, los sonidos litoraleños, y muy pero muy especialmente el chamamé fueron, durante  treinta y seis años, una espada de Damocles pendiente sobre la paz conyugal. Vidala versus chamarrita, carnavalito contra polka correntina… ¡menuda “grieta” musical, señores!

Es que para mí la alegría, la energía de la música de nuestro litoral y del chamamé en particular eran maravillosas. Y el sapucai, ese grito que escuché toda la vida, en boca de los obreros, al terminar el hormigón, fue siempre sinónimo de regocijo. Mientras que la música del Norte Argentino me provocaba (y provoca) melancolía y una cierta tristeza que muy bien no me hace. En cambio a mi cónyuge esos ritmos con influencia guaraní no lo convencían y deliraba por las quenas y el altiplano.

Por eso, hace poco me sentí reivindicada en mi elección musical. Total y absolutamente reivindicada: el 16 de diciembre de 2020, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) declaró al chamamé como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, por su trascendental aporte a la cultura en todo el continente. En lo que hace a Argentina, completa un trío de patrimonios inmateriales con el tango y el filete porteño.

¡Un sapucai (grito de los hacheros o los mensúes) a la derecha, por favor!

Puesta en autos con respecto a este honor para mi música folklórica favorita me dispuse a rendirle mi modesto homenaje literario y en eso estoy.

El título que elegí dice que el chamamé es “porá”, que equivale a  “lindo, bonito, bello, bien”. Calificativo que retrotrae a los casi indiscutidos orígenes guaraníes de esta música, que data del siglo XVI. Mucho tuvieron que ver los jesuitas con sus misiones en que esta música creciera, incorporara instrumentos originales que luego se manifestaron en el arpa y el acordeón o bandoneón. Claro que poco a poco nuestro nuevo patrimonio inmaterial fue recibiendo influencias españolas, alemanas, austríacas y hasta judías y si bien tuvo épocas de declive nunca dejó de constituir una música imbricada con la esencia de la región a la que pertenece.

Aunque sepan los lectores que este estilo de danza y música se cultiva en otras zonas como Paraguay, noroeste de Uruguay, sur de Brasil (donde es muy popular gracias a la identidad gaúcha) y también en la Patagonia chilena (donde se han creado conocidos chamamés que todos cantamos cono si fueran correntinos).

Pero cabe destacar que por más que haya habido, como dije, épocas en las que no tuvo tanto auge es una maravilla que desde la primera grabación de un chamamé en 1931 (Corrientes Poty -La flor de Corrientes-, por Samuel Aguayo, en RCA Víctor) tres generaciones de intérpretes nos sigan regalando su payé (magia).

Comenzando con los pioneros: Mario del Tránsito Cocomarola, Osvaldo Sosa Cordero, Herminio Giménez, Ernesto Montiel, pasando luego a Tarragó Ros padre, Ramón Ayala Y Ramona Galarza hasta la actualidad con Teresa Parodi, Ramón Medina, Antonio Tarrago Ros, Mario Bofill, Los Alonsitos, el Chango Spasiuky tantos otros y aún con la encantadora Soledad Pastorutti, puede el chamamé sentirse orgulloso de su estirpe y sus intérpretes.

En la actualidad se da el lujo de celebrar dos festivales a falta de uno. En Corrientes: Mburucuyá, "El Festival Provincial del Chamamé", con 49 años de vigencia y en Entre Ríos: Federal, "Festival Nacional del Chamamé del Norte Entrerriano" que conserva y defiende celosamente el género musical tradicional

El chamamé, como todas las músicas litoraleñas se baila en pareja y existen innumerables variantes. Algunas, no tan alegres como el Chamamé ganci o chamamé triste que es una modalidad al que también se lo denomina chamamé canción y lo mismo ocurre con el Chamamé caté, más elegante y en lengua guaraní.

Sin embargo a mí me vuelve loca el Chamamé maceta, de pulso y ritmo más vivos y habituales en los grupos que tocan en festivales y bailes populares

En fin, amigos, podría continuar con el tema de mi música favorita por mucho tiempo pero debo dejarlos, porque me ha avisado “Merceditas” que, con “añoranza”, ya se encuentra en el “Kilómetro 11” viajando a mi “Corrientes porá”, y por lo tanto, “por Santa Rosa me voy al río”. A ustedes les digo: ¡”todo el mundo a bailar” antes de que nos embista “el toro” un chamamé bien nuestro!

Cati Cobas

  • Añoranza (Eustaquio Vera)
  • Merceditas (Ramón Sixto Ríos)
  • Todo El Mundo A Bailar (Aldy Balestra)
  • Mi Corrientes Porá (letra: Lito Bayardo; música: Eladio Martínez)
  • El Toro (Alberto Castillo)
  • Kilómetro 11 (Tránsito Cocomarola)
  • Por Santa Rosa Me Voy Al Río (Antonio Tarragó Ros)

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