Buenas tardes, mi nombre es Cati Cobas. Soy porteña, madre, Maestra Normal y Arquitecta. Y aunque pasé los setenta y tengo varios sillones de sicólogos gastados, tratando de no ser una mujer castrada, decidí que tenía que comenzar estas presentaciones con…el camisón de mi mamá.
Muchos
varones standaperos suelen contarnos sobre su idishe mame o sobre su bove, como
si ser castradoras fuera algo solo posible en el Once o Villa Crespo.
Mi
vieja, la dueña del camisón, paz descanse, se llamaba Aurora y provenía de una
familia mallorquina, en el Mediterráneo y vivíamos en Parque Chacabuco ¿vieron?
Pero para mí, había en ella algo de los conversos que habitaron la isla porque
ella y su camisón eran tremendos…
En
realidad, son dos los camisones. Uno físico, blanco, de franela, cerrado hasta
el cuello, largo hasta los pies y otro mental, igualito al físico y empeñado en
la excelencia y concentración en el estudio. Y mi papá, varón domado, dejaba
hacer, imagino que sufriendo pero chito y a lo suyo aunque era un amoroso papá
conmigo, que a Electra no me ganan.
Para
empezar, soy hija única. Así que Aurora decidió que como iba a ser el único botón
de su muestra le tenía que salir “plus cuam per fec ta”.
Allá por
el 50, Upa mediante, se pudo jactar de que la nena, con escasos cinco años, ya leía y escribía “al dictado” y sin faltas
de ortografía. Si la hubieran agarrado los creadores de teorías educativas más
modernas, con toda seguridad, el destino de Aurora hubiera sido el cadalso. En
ese entonces, hasta en verano me hacía “un dictadito” y tres renglones de las
palabras erradas para que no se fijaran mal, que la repetición en la enseñanza
siempre produce buenos resultados…
Cuando
llegó el secundario, el camisón virtual se volvió un poco más sutil, pero
efectivo y torturante. ¡Te sacaste ocho! ¡Podrías haber tenido un diez!, por
ejemplo.
Se
imaginarán que a esa altura del partido y pese al camisón, ya me había
convertido en La Novicia Rebelde y empecé a querer tener un novio (aunque más
no fuera por molestar).
Fue
aparecer el candidato y Aurora comenzó con su lei motiv “¡no se te ocurra!”.
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Me pueden
decir qué se me podía ocurrir a las tres de la tarde, en verano, cuando
despidiéndome, con un besito inocente, del pretendiente consabido, a la vuelta de casa (en casa no porque es
algo temporario y los vecinos pueden verte), me topaba con mi abuelo al que mi
mamá había enviado a hacer una “comprita”.¡No me duraba ninguno! Aurora y su
camisón se ocupaban de que me dedicara a estudiar, que eso era lo que
correspondía y no andar noviando por ahí.
El que
finalmente se atrevió conmigo y con Aurora recuerda a las carcajadas (ahora)
las veces en que su ex suegra se aparecía dando vueltas por la casa, enfundada
en su traje nocturno y victoriano. ¡Le faltaba el candelabro, pobre madre mía!
El
tiempo pasó y cuando Aurora devino en abuela fue la mejor, la más tierna y
comprensiva. Mis hijos la adoraron y ella, cuando me veía instarlos a que
estudiaran, me decía “nena, no seas tan exigente, ¿no ves que los chicos sufren
con tanta presión?”.
Una de dos, o el abuelazgo le cambió la esencia o mi papá, en algún brote matrimonial, le quemó el camisón, aunque haya sido en la edad madura, que siempre hay tiempo de rebelarse.
Cati Cobas
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