Es
el lugar perfecto para envolverse en cuentos y soñar. Es tan fácil imaginarla plena
de vida burguesa en otros siglos, con los comerciantes trasegando sus calles.
Se puede ver, casi, a las encajeras moviendo los bolillos, sentadas tras los
cristales de las casas que asoman a los canales.
Aunque casi todos sus
edificios hayan sido reconstruidos y hayan cobrado nueva vida en muros y
ventanas neogóticas para recibir a los turistas, todo Brujas parece venido de
otros tiempos. Y nos es muy sencillo dejarnos llevar por la ilusión.
Los
cisnes y los patos nos dan la bienvenida. Contemplándolos, borramos de la
retina la multitud que nos precede y la que avanza detrás de nosotros. ¡Somos
tantos los que deseamos visitar esta ciudad flamenca!
Logramos
abstraernos, y atravesar los primeros puentes, flanqueados de un verde intenso
y húmedo atravesado por el agua. Llegamos a las casas de las viudas. Rojo
ladrillo para cobijar a las mujeres que quedaban solas y sin sostén, en Brujas.
Ladrillo rojo para el desamparo, transformado ahora en atracción turística.
El encaje se trepa a las paredes, en catedrales, en plazas y edificios públicos. Se hace aguja y piedra en los pináculos y tiende su trama gris en los adoquinados.
El
chocolate se huele desde la calle, en tentaciones.
Algún
carruaje da vueltas muy cerquita. Dan ganas de subirse ya, para seguir rodando la
ciudad y sus puentes.
Dulces
rincones hechos plaza, con mesas de cordial encuentro. Misteriosas casas de
negra fachada. Y un solitario parque muy
cerca del bullicio. Un parque simplemente sereno.
Laura
dice que no quiere partir. Que acaba de descubrir su lugar en el mundo. La miro
con ternura.
Y
regresamos al encuentro con nuestros compañeros de ruta.
Pienso
que no volveré a Brujas. Pero he logrado transitarla, aunque sea brevemente.
Doy gracias a Dios, mientras acaricio los detallitos que llevo para colgar en
mis cristales. Y endulzo mi partida con delicioso chocolate.
Hoy,
sentada en esta bendita Buenos Aires que se despierta en grises, sin duda, mi
ciudad, me lleno de nostalgia.
Y
la comparto.
Cati Cobas
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