“Renace
con emoción
el
recuerdo de mi adiós:
nostalgias
de tu río,
el
valle mío, ceibos en flor.
Vibra
todo mi ser
al
cantar mi canción
y
al evocar tus cerros,
repica
un bombo en mi corazón.”
Recuerdo salteño, de Burgos y Thames
Blanco, para pintar las
Salinas Grandes, con su tejido de quiebres, bajo el azul impecable del cielo
puneño.
Ocres, naranjas,
marrones, algo de verde oxidado: los colores de la tierra, en las cuestas del
Lipán, en la Quebrada de Humahuaca, en las piedras sabias de Tilcara.
Verdes esperanzados, en
las viñas de Cafayate, preludiando marzos de racimos.
La paleta entera,
derramada en Purmamarca: en el cerro y en los puestos de la plaza, con los telares
hechos ofrenda al viajero, de la mano color bronce que desdobla, ágil, la
manta, el poncho o el camino.
Traigo los ojos y el
alma pintados por el Norte.
Mi corazón revive los
dorados de altares y de púlpitos, teñidos, sin embargo, por el rojo de la
sangre dominada, que los convirtiera en obra de arte.
Lilas y azules me traen
las siluetas de los cerros en la lejanía.
Desde este noviembre
porteño, azul alilado de jacarandáes, te evoco, emocionada,
junto al color de las voces de mis compañeras de viaje. Y al que resuena en los
ecos de la peña de Salta, en los tonos del sicus de los cantores de Humahuaca.
Tomo de la mesa del
living la cajita rústica de cardón y la imagino como mi lámpara de Aladino
norteña.
¿Saldrá de ella la
Pachamama para hacer realidad mis deseos?
Cati
Cobas
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