Los libros siempre
contribuyen a desasnarnos. Y, gracias a uno de ellos, he podido averiguar, y
compartir ahora con ustedes, acerca del lugar donde estuve haciendo papelones
en mis últimas vacaciones allá, en Mallorca, donde papá viviera su juventud, y
donde vive una gran parte de mi familia paterna, incluido mi primo Sebastià y su
familia, de cuya hospitalidad disfrutamos, durante una semana de agosto.
Se trata de un curioso
libro titulado “Toponimia de la costa de Campos”, de Cosme Aguiló, en el que el
autor detalla, uno por uno, los
accidentes geográficos del litoral marítimo campanero.
Dice Aguiló, en un lugar destacado:
“Na
Voltora”: pesquera de obladas (un pez) y salpas (parecidas a
las medusas). Extraordinariamente popular. Una península de 10 por 15 metros
que se alza unos 2 metros sobre el nivel del mar. El istmo es un paso muy
estrecho y bajo. La explicación del nombre es desconocida. No creo que tenga
relación con el Aegypius monachus, el buitre negro, la gran ave carroñera de la
montaña. Podría ser que tenga algo que ver con una pesquera rodeada de agua
por los cuatro costados. Vale más
dejarlo con la duda en el aire.”
Pues bien. El primer
día de nuestra estancia mallorquina, mi prima Cati (hermana de Sebastià, más
conocida como “la duplicada”) nos llevó, junto a los suyos, a la Colonia San Jordi,
un lugar que nos resultó paradisíaco. Al siguiente, mi primo nos invitó a Sa Ràpita,
donde nos bañamos contemplando una puesta de sol digna de Serrat. Eso sí, Dolors,
esposa de Sebastià, no dejaba de asombrarse, con disgusto, de la enorme
cantidad de turistas que poblaba dichas playas.
Fueron dos días maravillosos,
en los que Mercedes y yo disfrutamos del placer del mar tibio, sereno, de
arenas suaves, de pendiente casi nula, en dos playas increíbles para unas
argentinas acostumbradas al agua fría y a las olas y el viento pampeanos. En
cuanto a la cantidad de gente, nuestra opinión era que, comparadas con La
Bristol, en Mar del Plata, esas ´playas eran el Sahara…
Pero nuestros
anfitriones decidieron que había llegado el momento de nuestra verdadera
iniciación marína. Seríamos introducidos en el súmmum de los baños de mar en Mallorca:
iríamos a… ¡Na Voltora!
Aguiló describe muy
bien el enclave, por lo que no abundaré en descripciones ociosas. Ese lugar rocoso
tenía para mis primos la gran ventaja de su mallorquinidad. ¡Era casi secreto
para los turistas!
Eso sí, por equipo para la ocasión , no puedo decir nada: camiseta ad hoc para no quemarme y ¡hasta el snorkel de Pau, el pequeñín de la familia! Jacques Cousteau era un poroto al lado de esta Capitana abrazando su salvavidas...
Mercedes y Dolors saben
nadar, por lo que no tuvieron problema
en arrojarse a las aguas de Na Voltora y alejarse a toda velocidad de mi lado y
de los posibles bochornos que les ocasionaría.
Pero mi primo es un
mallorquín estoico, solidario, de palabra. Y todo un caballero, razón por la
cual me ayudó a resbalar entre las rocas del ingreso, cubiertas de algas, hasta que quedé sentada en una. Mientras, al
mejor estilo Mirtha Legrand dudaba: ¿me tiro o no me tiro? Porque Na Voltora
comenzaba a dar muestras de estar muy revuelta, queridos amigos. Parecía uno de
esos pichichos que huelen nuestro miedo y ladran para divertirse con nosotros.
En vez de ladridos: olas. Y esta servidora a punto de sumergirse agarrada de un
¡flota-flota (churro para los mallorquines)! ¡Previendo que el fondo de Na
Voltora quedaba a medio metro de sus pies!
Finalmente me tiré al
agua. Para ser revolcada, zarandeada y agitada como si en vez de estar en el
Mediterráneo me hallara en una coctelera. ¡Y mi pobre primo luchando -sin
lograrlo- en pos de mi equilibrio!
A todo esto, las otras
señoras, que ya eran voltoresas viejas, me contemplaban con un juju jeje que
pronto fue jajaja apenas apagado por las olas. Mientras Dolors y mi hija se
mantenían, divertidas pero contenidas, a prudente distancia.
¡Na Voltora no me
quiere! Pensé. Pero igual traté de disfrutar del agua que, por suerte, era
calentita, lo que ya era algo… Poco a poco lo fui logrando. Y casi me relajé.
Casi. ¡Eh? Una ola me
volvió a revolcar por lo que Sebastiá tuvo que luchar ferozmente para que su
prima retornara a la posición vertical, ya que en el primer momento lo único
que asomaba del agua era mi…¡trasero!
¡Basta por hoy! Me
dije. ¡Na Voltora no me quiere! Y poco a poco, tomándome de la rocosa orilla,
con la ayuda de mi salvador, logré emerger incólume de Na Voltora.
Cuando al día siguiente
regresamos a lo de mi enemiga, el mar parecía un piélago serenísimo. Pero ella,
aviesa, ya había preparado su batería de olas y otra vez los papelones.
Finalmente y dado que cada
vez que íbamos a la condenada pesquera, el resultado era: Na Voltora 10-Cati 0,
los primos optaron por llevarnos a las mansas aguas de Es Trenc para mi
felicidad y beneplácito. Y para la añoranza de las sexagenarias nadadoras que
se debían sentir Esther Willams flotando con elegancia en el vientre de mi
archi enemiga…
Por eso he resuelto que
este verano tomaré clases de natación sí o sí. No estoy dispuesta a ser vencida
por nadie. Y menos por un accidente geográfico, por más que sea una de las
estrellas del libro de Cosme Aguiló.
Cati
Cobas
3 comentarios:
jujujeje..jajaja! Está buenísima la experiencia! Viste cómo resbalan las algas? Bueno ellas no, nosotras tratando de caminar en las rocas. Me pareció preciosa tu descripción del lugar y sí que se aprende leyendo. Un abrazo y como viene el buen tiempo a nadar...
¡Siii! Mar del Plata: ¡allá vamos...!
Gracias, María Rosa, por leerme...Un abrazo
Jajajajaja,Cati, genial esta nueva experiencia con el agua,bromas aparte,me encantó llegar hoy después de un finde en Mardel y encontrar una Caticronica de pura cepa. Felicitaciones y a seguir,es un placer disfrutarlas
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