“Estaba la paloma blanca sentada en un verde limón…”
Nos veíamos de
guardapolvo blanco mientras subíamos al avión rumbo al sueño del viaje de
egresadas y a la piyamada que no tuvimos en su momento, porque eran otras
épocas y “no se estilaba”, como diría mi mamá. En Córdoba nos esperaba la sexta
para pasar juntas cuatro días.
Éramos cinco de once
“blancas palomitas” egresadas de una escuela pública integradora y prestigiosa,
palomitas reencontradas por la magia de Internet. Ex alumnas 1961 de la “Escuela
N°17 D. E. 8° Turno Tarde”, como decían las carátulas de nuestros cuadernos
forrados en papel araña.
“La escuela de
Estrada”. Así se conocía en Parque Chacabuco nuestra escuela. Y digo bien: “nuestra
escuela” porque así era. Con su vasito plegable para el agua en el recreo, su
patio cubierto lleno de animales embalsamados, sus fiestas patrias en el patio
abierto, con sabañones enguantados y maestras abrigadas de nutria sobre los
guardapolvos blancos. Era nuestra, y la queríamos junto al tomar distancia, y al cantar Salve
Argentina al entrar y Mi bandera al salir. “Purumpumpum…libertad”. Nuestra, con
su copa de leche, sus mapas “de tapitas” y los concursos de quién terminaba
antes la regla de tres compuesta. Nuestra, con el pañuelo sobre las manos y el
mostrar las uñas limpias y el guardapolvo más.
Sé que esa escuela ya
no existe. Y debe estar bien que así sea. Pero no puedo dejar de ufanarme de
quienes nos encontramos en Córdoba, así como de las “chicas” que no pudieron
vivir la estudiantina proyectada pero nos acompañaron desde el corazón.
No puedo más que
sentirme orgullosa de una escuela primaria que permitió que, cincuenta y siete
años después, seis mujeres con distinto nivel educativo “a posteriori” de ella vivieran
una comunión total de afectos y de cultura
de la que no se aprende en ninguna universidad.
“Antón Antón pirulero,
cada cual atiende su juego…”
El primer reencuentro
fue en 2010 mientras Buenos Aires estallaba con los ecos del Bicentenario.
Hasta entonces cada una había estado atendiendo su juego. Y salvo dos de
nosotras que son amigas desde la cuna, no había habido encuentros.
Pero el Facebook nos
fue uniendo, y merced al whatsapp y a las ganas, el año pasado nos volvimos a reunir.
Y fue glorioso. Mi compañera de banco fue la excusa para soñar con un viaje
para verla, ya que la integrábamos siempre cibernéticamente pero no era lo
mismo, y allí fuimos, rumbo a Carlos Paz, con la intención de vivir la primera
piyamada de nuestras vidas.
“A la lata, al latero,
a la hija del chocolatero…”
¿Pueden creer que en
cuatro días de convivencia no hubo roces ni desacuerdos? Creo que habernos
conocido en la edad de la inocencia hizo que al pasar los años no conserváramos
rencores y pudiéramos reconocernos desde el amor y el recuerdo.
Descubrimos cosas que
no sabíamos. Por ejemplo que en casi todas nuestras familias había alguien
dedicado al calzado, que no al chocolate. Y nos sentimos orgullosas de ellos.
Nos contamos secretos de los primeros ingenuos amores, de la vida que a cada
una le tocó, de hijos, nietos ¡y biznietos!
Descubrimos, por fin,
que todas veníamos de la inmigración y del trabajo duro. Y nos felicitamos por
ello, sintiéndonos honradas de que así haya sido.
Y recordamos con gratitud
a todas y cada una de las maestras que puso su granito de arena para nuestra
formación.
“Aserrín aserrán los
maderos de San Juan…”
No quedó rincón de
Carlos Paz que no aserráramos, llenándolo de algarabía y entusiasmo. Desde el
Catamarán, al Bar del Hielo, todo se disfrutó, en días que parecían más largos
de lo normal. Las “chicas de Estrada” no se perdieron una. Saludamos al cucú,
reímos al ser sacudidas por la Aerosilla, pedimos descuentos por viaje de
egresadas…y los obtuvimos y nos enfrascamos
en el Burako mientras alguna se doraba al sol o nadaba en la pileta del hotel.
Advierto al lector: por
si quedaran dudas, hay fotos y filmaciones que testifican lo que aquí escribo,
ya que tuvimos una magnífica rubia combinación de guía y reportera gráfica.
Hasta la parte
financiera estuvo cubierta. En manos de otra de las “chicas” experta en esas
lides.
“Y el que no, una
prenda tendrá…”
Por fin, una noche, una
gloriosa noche que nuestros vecinos de cuarto seguramente no olvidarán, comenzó
la piyamada. Hubo juegos, risas, imitaciones, baile y un díganlo con mímica de
antología. Todo organizado por otro miembro de este grupo que deviene del área
docente. ¡Deberían habernos visto! Fue ingenuamente glorioso. Nos despedimos
esa noche con una sonrisa que duró más allá del desayuno.
“¡Que alcen las
barreras para que pase la farolera…”
No hubo barreras. Solo
puedo decir que ha sido una vivencia maravillosa. Para atesorar. Para tener en
cuenta como un regalo extra en estos duros tiempos que corren. Para recordarlo
siempre. Para ahuyentar los setenta que se nos están viniendo encima.
Porque supimos
saborearlo todo sin hablar demasiado de achaques y dolorcitos. Porque nos
bailamos y cantamos más, con la certeza de que nos aceptábamos auténticamente
como somos hoy, a partir del sano recuerdo de quienes fuimos ayer y de los que
nos precedieron.
¡Bendita Vida!
Cati
Cobas
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