Enrico
era el nombre de nuestro guía. Un muchacho italiano que no venía a casarse* y
que, graduado en Artes en la Universidad de Boloña, devenía, por unos meses al
año, por vocación y, sobre todo, por convenirle a su bolsillo, en coordinador
de viajeros de habla hispana que, salvo Laurita, necesitaban de varios hervores
para tiernizarse.
Enrico
dominaba bastante bien el español pero… su acento, inevitablemente, recordaba a
un roedor que hizo las delicias de chicos y grandes hace unos cuantos años.
¿Recuerdan al que decía “buenasss nochesss amiguitossss”? Sí. Enrico hablaba
igual ¡que el Topo Gigio.! Sobre todo a la hora de decir “baroco” y cosssitas”,
lo que nos enternecía más que nada porque el chaval era un portento en todo
sentido. Educado, cumplidor, hasta lograba controlar las inauditas exigencias
de Joanette, que continuaba presionándonos con la excusa de sus dificultades
motrices y su noble ancianidad.
Enrico,
muy responsable, nos advirtió al llegar a Bruselas: “es esta
una ciudad segura,
pero por la noche, mejor cuidarse”. ¿A dos argentinas acostumbradas a llevar la
mochila por delante y sacar el celular solo en interiores? Pero, una nunca sabe
y si Enrico lo decía…
Nos
esperaban la Grand Place y el Manneken Pis, además de muchas calles con aire
medieval o cadencias otomanas en algunos casos pero… ¿iríamos solas?
La
noche de Bruselas teníamos incluida la cena, de modo que compartiríamos mesa
con algunos compañeros de viaje. ¡Cuál no sería nuestra sorpresa al ver
acercarse a nosotras a dos portentosos mexicanos! Morrudos y grandototes, con
algún aperitivo de tequila ya ingerido, pero simpáticos a más no poder.
Obviamente, la autora de estas líneas no era la destinataria verdadera de las
amabilísimas sonrisas de nuestros fortuitos compañeros de mesa. Pero Laurita
recibió piropos a mansalva, se imaginarán. La cena fue cordial y terminó con la
propuesta de ambos caballeros, que habían continuado libando a troche y moche, para
acompañarnos en el paso nocturno.
Con
Laura nos miramos. Parecía mentira que, conociéndonos desde tan poco tiempo
atrás, las dos nos transmitimos telepáticamente: “mejor estos etílicos
latinoamericanos como custodia que solas en la noche belga, recordemos el
consejo de Enrico”. Por otra parte, era
evidente que por el volumen de los caballeros y por la forma de desenvolverse, su cultura alcohólica era tan importante como
la otra, ya que ambos eran profesionales importantes en su país (o eso dijeron).
No
puede contarse La Grand Place iluminada. El adjetivo que surge para mí es “sobrecogedora”
pero dudo mucho que sea el adecuado. No en vano es Patrimonio de la Humanidad
para la UNESCO. Los ojos y el corazón se encandilaban frente al derroche de luz
y a la armonía de las proporciones de la plaza y los edificios que la
circundaban. Por la mañana supimos que se trataba de las casas de los gremios,
el ayuntamiento y la Casa del Rey y que estaba considerada
una de las más bellas plazas del mundo. Daban ganas de girar y girar para
no perder detalle de ese sitio mágico.
¡Y las calles adyacentes! Pequeños y grandes restaurants, con
reminiscencias de la belle epoque, un
hotel que hubiera hecho empalidecer a Boabdil por su decoración morisca, mil
rinconcitos
pintorescos y, finalmente, la estatuita emblemática de la ciudad
que, si bien fue simpática, no dejó de desencantarnos un poco con su
minúsculo tamaño.
La
estatuita-fuente-emblema rehecha muchas veces,
representa un bebé haciendo pis
y formó parte del sistema de fuentes que proveía agua a la ciudad cuando en las
casas no había. La actitud irreverente del niñito era una especie de guiño
liberador frente a las rigideces de la época que solo se suavizaban con
picardías de ese tipo o durante los carnavales licenciosos.
Conclusión:
paseamos incólumes y embriagadas… por la belleza inaudita de la noche de
Bruselas y por la cantidad de canciones con las que los aztecas nos agasajaron.
Y conste que digo “nos”, porque no sabré nunca si era un problema etílico pero
fui tratada como una treintañera por ambos durante todo el trayecto. Una de
dos: o gozaban de vista nublada o tenían ilusión de que actuara como Celestina
con respecto a mi joven amiga, cosa que no ocurrió y que Laura no hubiera
aceptado tampoco, estoy segura.
Atravesamos
nuevamente la plaza procurando retener para siempre esa imagen resplandeciente.
¡Qué noche, Teté! (hubiera dicho un peluquero argentino muy conocido).
En
fin, estimados amigos, Bruselas no nos decepcionó, Jalisco no se rajó y el Cielito fue más que lindo sin que hayamos tenido que perder nuestros Ojos negros en manos de ningún amigo de
lo ajeno, según las previsiones de nuestro guía.
¡Gracias,
México lindo y querido! ¡Y vivan Bélgica y sus noches luminosas!
Cati Cobas
*referencia
a “Muchacha italiana viene a casarse” una telenovela que fue furor en Argentina
a fines de los sesenta del siglo XX.
2 comentarios:
jajaja... enseguida supe que era por la película. Qué buen recorrido hicieron, las fotos fantásticas. Imagino la alegría con los mexicanos. gracias por tan buen relato. Beso
Me alegro si te hice sonreir! Gracias por ller y decirlo...
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