Como
el “alpapuyo”
“Cerro
color azul,
perfumado
de azahar:
naranjales
en mayo
y
en primavera, los amancay.
Noches
de Tucumán,
luna
la de Tafí,
¿quién
pudiera volverse
para
los cerros? ¡Ay, ay de mí!”
Nostalgias
Tucumanas, de Atahualpa Yupanki
En este descubrimiento
del Noroeste Argentino me hubiera gustado ser como el “alpa puyo”, “una nube
danzante y pasajera que suele acariciar los cerros tucumanos”.
Sí, mis queridos
lectores, apenas salimos de San Miguel de Tucumán, la hermosa capital de la
provincia homónima, empecé a desear convertirme en parte del “alpapuyo”, según
los Quilmes. Alpapuyo, de “allpa”:
tierra y “puhyu”: “poncho de la tierra”, un poncho vaporoso y etéreo de
neblinas que sobrevolara la yunga que une Tucumán con Tafí del Valle.
Así, “alpapuyo”
conmovido, hubiera podido pasar por el verdor inigualable de la Quebrada de los
Sosa, sin que lastimaran mi corazón los ecos de los años difíciles de nuestra
historia, que tuvieron ese verde por escenario. Escenario en el que, paradójicamente,
abundan los laureles. Hubiera podido percibir, amortiguados, tristes sonidos, que
perviven prendidos en la enredada e impenetrable vegetación, en la esencia de una
selva imposible de olvidar.
Eso sí, después hubiera
querido transformarme en un ligero y
gozoso “alpapuyo”, para llegar al lago
El Mollar, con sus veleritos blancos enmarcados por el Aconquija y las Cumbres
Calchaquíes.
Y deshacerme en amores,
al tocar Tafí del Valle, sus callecitas pintorescas y su río pedregoso. Deshacerme
en deseos de permanecer muchos días en ese lugar que me recordaba, con sus
pircas, a los muros de roter mallorquines. Deseos de disfrutar de su clima y de
su gente tranquila. Deshacerme, por fin, en antiquísimas historias de conquistadores
y de indios dominados, pero enteros en las pinturas al estilo cuzqueño, que
perviven, casi ocultas, entre blancas paredes y techos de cardón, en el
Conjunto Jesuítico de La Banda (construido a inicios del s. XVIII).
Pero el buen Dios no me
hizo alpapuyo. Solo mujer y modesta viajera. Parte de un numeroso contingente
de agrupados y turísticos jubilados, conspicuos miembros de varios clubes ad-hoc
lo que no es poco…
Termos, mates, órdenes
y mandamases. Discusiones, enojos soterrados y murmuraciones varias. Riñones
alterados, artrosis a mansalva, rezongos encubiertos y líderes dictatoriales,
entre otras muchas delicias de la vida jubilar.
Lo que ocurría era que,
aunque mi amiga Alicia y yo formamos parte de los beneficiarios del Pami, no
nos sentíamos parte de tan agrupados contingentes, y bufábamos a más no poder, aunque
en silencio, ante las dictaduras que implicaban los liderazgos de los
Honorables Representantes de los diferentes grupos.
Pero si bien diosito no
me convirtió en “alpapuyo”, como tanto deseaba, su piedad divina nos obsequió dos
estupendas cómplices, que nos permitieron pasar, de Pimpinela, a integrar
cuarteto digno de la Mona Giménez en uno de sus días bravos…
La tarde noche de Tafí,
después de una encarnizada expedición cuesta arriba para apreciar la obra
jesuítica en un paisaje delicioso, nos regaló un café de a cuatro con Luján y
Magdalena, otro dúo independiente dentro del grupo, dos mujeres bonaerenses
dedicadas a la educación, más jóvenes que nosotras, pero no tanto como para
hacernos sentir fuera de lugar en su grata compañía.
Y la luna de Tafí ya
fue cómplice de los dimes y diretes con los que pudimos, poco a poco, contrarrestar
los avatares de la convivencia cotidiana, con nuestros aglutinados compañeros de
viaje.
Los amancay de
Atahualpa, sonreían.
Cati
Cobas
2 comentarios:
hermoso¡¡¡te leo y me sorprendo...felicitaciones y gracias por haber compartido con nosotras esos hermosos paisajes..y momentos de excelente compañia.
Gracias a ustedes... Para nosotras fue muy grato conocerlas. Espero verlas en Buenos Aires o en Mardel...
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