A Don Tomás, mi papá, le encantaba toda la música del litoral, el sonido del acordeón y, sobre todo, del arpa paraguaya, que lo embelesaba. Nunca supe por qué o cómo prefería un buen rasguido doble o una ranchera a una zamba o una chacarera (aunque también le gustaban) pero debo aceptar que esa música nos mantiene unidos con un hilito tan invisible que supera ampliamente nuestras divergencias acerca del liberalismo versus el rol del Estado en la vida de los connacionales (espíritu de contradicción desde la cunita, ¿vieron?).
El Falcon que le
pertenecía -y que me legó cuando sus ojos se negaron a ver- fue testigo de las
muchas oportunidades en que Ramona Galarza u Horacio Guaraní pusieron fin, desde
la radio, a los dimes y diretes sobre la Historia Argentina.
Eso sí, mi espíritu de refutación
fue llevado al himeneo. Y si bien, en este caso hubo siempre coincidencias con
respecto a la visión política de nuestro hermoso país, los sonidos litoraleños,
y muy pero muy especialmente el chamamé fueron, durante treinta y seis años, una espada de Damocles
pendiente sobre la paz conyugal. Vidala versus chamarrita, carnavalito contra
polka correntina… ¡menuda “grieta” musical, señores!
Es que para mí la
alegría, la energía de la música de nuestro litoral y del chamamé en particular
eran maravillosas. Y el sapucai, ese grito que escuché toda la vida, en boca de
los obreros, al terminar el hormigón, fue siempre sinónimo de regocijo. Mientras
que la música del Norte Argentino me provocaba (y provoca) melancolía y una
cierta tristeza que muy bien no me hace. En cambio a mi cónyuge esos ritmos con
influencia guaraní no lo convencían y deliraba por las quenas y el altiplano.
Por eso, hace poco me
sentí reivindicada en mi elección musical. Total y absolutamente reivindicada:
el 16 de diciembre de 2020, la Organización de las Naciones Unidas para la
Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) declaró al chamamé como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, por su trascendental aporte
a la cultura en todo el continente. En lo que hace a Argentina, completa un
trío de patrimonios inmateriales con el tango y el filete porteño.
¡Un sapucai (grito de
los hacheros o los mensúes) a la derecha, por favor!
Puesta en autos con
respecto a este honor para mi música folklórica favorita me dispuse a rendirle
mi modesto homenaje literario y en eso estoy.
El título que elegí
dice que el chamamé es “porá”, que equivale a
“lindo, bonito, bello,
bien”. Calificativo que retrotrae a los casi indiscutidos orígenes
guaraníes de esta música, que data del siglo XVI. Mucho tuvieron que ver los
jesuitas con sus misiones en que esta música creciera, incorporara instrumentos
originales que luego se manifestaron en el arpa y el acordeón o bandoneón.
Claro que poco a poco nuestro nuevo patrimonio inmaterial fue recibiendo
influencias españolas, alemanas, austríacas y hasta judías y si bien tuvo
épocas de declive nunca dejó de constituir una música imbricada con la esencia
de la región a la que pertenece.
Aunque sepan los
lectores que este estilo de danza y música se cultiva en otras zonas como
Paraguay, noroeste de Uruguay, sur de Brasil (donde es muy popular gracias a la
identidad gaúcha) y también en la Patagonia chilena (donde se han creado conocidos
chamamés que todos cantamos cono si fueran correntinos).
Pero cabe destacar que
por más que haya habido, como dije, épocas en las que no tuvo tanto auge es una
maravilla que desde la primera grabación de un chamamé en 1931 (Corrientes Poty
-La flor de Corrientes-, por Samuel Aguayo, en RCA Víctor) tres generaciones de
intérpretes nos sigan regalando su payé (magia).
Comenzando con los
pioneros: Mario del Tránsito Cocomarola, Osvaldo Sosa Cordero, Herminio
Giménez, Ernesto Montiel, pasando luego a Tarragó Ros padre, Ramón Ayala Y
Ramona Galarza hasta la actualidad con Teresa Parodi, Ramón Medina, Antonio
Tarrago Ros, Mario Bofill, Los Alonsitos, el Chango Spasiuky tantos otros y aún
con la encantadora Soledad Pastorutti, puede el chamamé sentirse orgulloso de
su estirpe y sus intérpretes.
En la actualidad se da
el lujo de celebrar dos festivales a falta de uno. En Corrientes: Mburucuyá, "El Festival Provincial
del Chamamé", con 49 años de vigencia y en Entre Ríos: Federal, "Festival
Nacional del Chamamé del Norte Entrerriano" que conserva y defiende
celosamente el género musical tradicional
El chamamé, como todas
las músicas litoraleñas se baila en pareja y existen innumerables variantes.
Algunas, no tan alegres como el Chamamé ganci o chamamé triste que es una
modalidad al que también se lo denomina chamamé canción y lo mismo ocurre con
el Chamamé caté, más elegante y en lengua guaraní.
Sin embargo a mí me
vuelve loca el Chamamé maceta, de pulso y ritmo más vivos y habituales en los
grupos que tocan en festivales y bailes populares
En fin, amigos, podría
continuar con el tema de mi música favorita por mucho tiempo pero debo
dejarlos, porque me ha avisado “Merceditas” que, con “añoranza”, ya se
encuentra en el “Kilómetro 11” viajando a mi “Corrientes porá”, y por lo tanto,
“por Santa Rosa me voy al río”. A ustedes les digo: ¡”todo el mundo a bailar”
antes de que nos embista “el toro” un chamamé bien nuestro!
Cati
Cobas
- Añoranza
(Eustaquio Vera)
- Merceditas
(Ramón Sixto Ríos)
- Todo
El Mundo A Bailar (Aldy Balestra)
- Mi
Corrientes Porá (letra: Lito Bayardo; música: Eladio Martínez)
- El
Toro (Alberto Castillo)
- Kilómetro
11 (Tránsito Cocomarola)
- Por
Santa Rosa Me Voy Al Río (Antonio Tarragó Ros)
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