jueves, 17 de octubre de 2019

329) Trilogía imperial Tercera Parte: Viena (Altiva y majestuosa)

El regalo- Caticrónicas de viaje
329) Trilogía imperial
Tercera Parte: Viena
(Altiva y majestuosa)
Magnificencia en Viena. En sus edificios monumentales. En sus palacios y catedrales. En el gran bulevar, la Ringstrasse, prestigiosa avenida en la que se construyeron numerosos edificios. El Palacio Real Hofburg, el Ayuntamiento, la Bolsa, el Parlamento, el Burgtheater, la Iglesia Votiva, la Universidad, el Museo de Historia del Arte y el Museo de Historia Natural se erigen junto a ella y asombran por su belleza y perfección.
Magnificencia en las iglesias, en los parques y jardines, en los regios interiores, que narran esplendores pasados y reconstruidos luego del desastre de la guerra.


Magnificencia en Schönbrunn, el palacio de verano en el que podía entreverse la silueta de Sissi caminando entre dorados o en los jardines repletos de rosas.
Abrumadora magnificencia para esta porteña que no daba crédito a sus ojos ante lo espléndido de cada edificio, de cada parque, de cada estatua.
Viena, en nuestros últimos momentos del viaje supo nuevamente a poco. Pero nos dejó la sensación de ser una ciudad impecable. En todo sentido. Si hasta el mercado callejero que caminamos con Laura, luego de vivir Schönbrunn, parecía salido de un manual de perfección.
De Viena me quedo con el palacio veraniego, con el florido homenaje a Mozart, hecho clave de sol y con las rosas, las inolvidables rosas abiertas al verano que estaba comenzando.
Eso sí, el terceto vivió un final tan divertido que tengo que compartirlo con ustedes.
¡No! No se trata de Joanette. Para los curiosos, sepan que la honorable dama logró poco a poco un acuerdo con Enrico, nuestro guía, y fue aceptando realizar en taxis (solicitados por el itálico héroe de nuestro paseo) los trayectos que sus compañeros realizábamos a pie. También se fue resignando de a poco a atenderse por sí misma y a moderar su lengua, de modo que ya desde Alemania, nos resultó más fácil de digerir la situación.
Volviendo al final que quería relatarles. Conforme a la consigna que nos guiaba, Eduardo hizo su experiencia vienesa y Laura y yo la nuestra pero quedamos en encontrarnos para cenar juntos en un pequeño restaurante griego cerca del hotel.
En el momento de reunirnos, nuestro compañero tenía una sonrisa muy socarrona que mi joven amiga y yo no sabíamos a qué atribuir. ¿María Teresa de Austria lo había fascinado? ¿O los dorados de Klimt habían sido los culpables?
No nos dijo nada. Nos hizo caminar hacia una callecita cercana y ahí supimos: ¡había descubierto un rincón argentino en la ciudad del vals! Un letrero ofrecía choripan y Quilmes. Y un gaucho y una china escoltaban la tranquera de “La Huella”, seguramente el sueño vienés de algún compatriota. La sonrisa fue entonces compartida con una cierta ternura inspirada por el creativo paisano que nos recordaba nuestra tierra. Nuestra Argentina, a la que regresaríamos en horas. Esta bendita y sufrida Argentina a la que, por lo menos a mí, me reconfortó volver.
Porque, como dije cuando empecé con estos relatos, me encantó poder conocer de cerca tantos sitios maravillosos pero, le digo a nuestra patria, con el corazón mirando al sur: por todo y a pesar de todo, yo quiero vivir en vos…
Cati Cobas

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