Hoy a la mañana dieron en la radio la noticia de una mamá que libra una batalla judicial con el Gobierno de la Ciudad por una indemnización por accidente. Parece que ella puso a su bebé en un tobogán y el infante cayó por un costado del mismo mientras se deslizaba por él. Los jueces denegaron su petición alegando que la responsable del cuidado del niño era su madre y que debió tener el criterio suficiente para evaluar si el sitio era adecuado a la edad de su hijo. Esta situación me dejó pensando. Pensando sobre el bien social que se ha perdido: el nunca suficientemente valorado “sentido común”.
Todos los días deberíamos apelar a él pero da la sensación de que lo hemos olvidado. Clamo por su regreso.
Hace falta para todo: para cuidar de un enfermo, para organizar una familia, para realizar cualquier trabajo en forma concienzuda, para cocinar, por ejemplo.
Díganme si no es sentido común lo que hace falta para que en un plato no sobre la grasa ni falte la sal. O, cuando un niño tiene fiebre, para saber el momento exacto en que hace falta recurrir al médico. O para no gastar más de lo que ingresa.
Ayer, mientras servía una sopa caliente a mi hijo y sus amigos y los veía disfrutarla (era una simple sopa de cabellos de ángel) pensaba en qué difícil es actualmente que los jóvenes conozcan el “calor de hogar”, algo de lo que en otra época se disfrutaba y que nos hacía crecer con una seguridad diferente. El sentido común indica que la sopa, las plantas, las sábanas limpias deberían formar parte de la vida de todos. Es difícil volver a una casa vacía. Y el hecho de que nadie quiera “perder” su vida por nadie contribuye a ello.
Sentido común es lo que les falta a las autoridades que aceptan horarios de discotecas que hacen que los chicos pasen toda la noche fuera de casa y, para colmo, no controlan el cumplimiento de las leyes que impedirían que a un chico de catorce o quince años alguien le venda bebidas alcohólicas. Ese mismo sentido común es el que no disponen los papás que saben que antes de ir a bailar habrá una “previa” y se entregan resignados a la situación. O el de las mamás que compiten en elegancia adolescente con sus hijas sin comprender que el cuarto de hora pasó por mejor silueta que conserven. O el de los padres que lloran en accidentes evitables a sus hijos y les entregan un coche con dieciséis años.
La lista podría seguir infinitamente y hoy mi sentido común me dice que mejor me voy a planchar porque mi madre espera ropa limpia en un ratito. Pero para abonar mi teoría recurriré al diccionario y a la sabiduría catalana.
“En la cultura popular catalana, el seny o sentido (en idioma catalán, traducible por "sentido" o "cordura") es la ponderación mental; o sana capacidad mental que predispone a una justa percepción, apreciación, comprensión y actuación. Probablemente, la palabra tiene su origen etimológico en el vocablo sensus, en latín, "sentido".”
“El seny como característica de la sociedad catalana estaba basado en un conjunto de costumbres y valores ancestrales que definían el sentido común en base a una escala de valores y unas normas sociales que imperaban en la Cataluña tradicional. Muchos de estos valores se transmitían de padres a hijos en forma de proverbios o aforismos e historias morales, gran parte de ellas inspiradas en la ética cristiana. Muchas lecciones de inculcación de valores morales tienen como protagonistas animales y plantas comunes en las zonas rurales de Cataluña.
A principios del siglo XX, el obispo de Vic, Josep Torras i Bages,1 estaba muy interesado en la transmisión oral del seny entre generaciones. Torras i Bages alentó a Josep Abril i Virgili (1869-1918) a recopilar el libro Bon Seny, serie más o menos representativa de lecciones morales catalanas ancestrales.
Ilustrado por Joan Junceda (1881-1948), el "Bon Seny" contiene aforismos, fábulas, así como ejemplos de humor local (chistes) basados en valores cristianos tradicionales catalanes. Editado en catalán antes de la Guerra Civil, el "Bon Seny" fue un libro muy difícil de encontrar durante la época del franquismo cuando mucho material impreso en catalán fue quemado por las autoridades del régimen. Se hizo una reedición limitada en 1959, cuando las publicaciones catalanas se encontraban severísimamente restringidas. Entonces durante unas décadas, se convirtió en un artículo de colección raro, pero fue reeditado por una editorial católica en Barcelona nueve años después de la muerte de Franco.
Una inmensa mayoría de los proverbios y aforismos que definían tradicionalmente el seny en el seno de la sociedad tradicional tienen poco sentido hoy en día. Ello se debe principalmente a la descristianización de la sociedad actual catalana, que hoy se fundamenta mayoritariamente en principios laicos.”
Se ve que por aquí sucede algo parecido pero sostengo que no hace falta ser religioso para que el “bon seny” regrese. Con un poco de educación le podríamos volver a abrir la puerta y vencer al enemigo del sentido común: el arrebato, el porque sí, la sinrazón, la falta de criterio.
“El tradicional debate entre el seny (la cordura) y la rauxa (arrebato) se puede entender como una manifestación de principios contradictorios en la misma persona. En el marco tradicional catalán, el debate se definía como la lucha entre la virtud y el pecado. Característica de la cultura cristiana heredada de los antepasados, la figura de Sant Jordi luchando contra el dragón era un símbolo gráfico de esta lucha. Hay quienes ven en esta dicotomía un principio similar al del yin y yang del Budismo.”
Desde esta humilde tribuna propongo que volvamos al “bon seny”, la vida será mucho más hermosa, a no dudarlo.
Cati Cobas
4 comentarios:
"bon seny" para todos Caty, ¡a recobrarlo! Buena crónica, como siempre. Cariños
¡Gracias Lucía! Un abrazo y gracias también por seguirme... Ojalá nos encontremos pronto en Mardel.
Magnífico, Cati! El dedo en la llaga.
Muchísimas gracias, Joana...Una abracada molt forta!
Publicar un comentario