Me crié en una familia de corte francamente antiperonista en lo que a patriarcas se refiere. En el caso de papá, porque era liberal de convicción y en el de mi abuelo, por socialista a ultranza.
Recuerdo que en casa, si hablábamos de política, mamá le decía a papá: “viejito: cerrá las ventanas que los inquilinos son peronistas y pueden oírnos, denunciarnos…”. Había miedo. Los antiperonistas tenían miedo. Después también lo tuvieron los otros, los que amaban a Eva, los descamisados.
Recuerdo en 1955 la celebración de la Revolución Libertadora, con toda mi familia subida al Opel negro que teníamos, pasando por delante de La Prensa, cuya farola destellaba, emocionada, al compás de su sirena que no dejaba de ulular.
Tenía cinco años, pero me acuerdo. “Vea, vea vea, qué cosa más bonita…en todas las escuelas no se habla más de Evita”. “Ya se fue, ya se fue , el caballo de Aloé”. No me lo contaron. Tenía cinco años pero puedo pintarlo fotográficamente. Se olía a revancha.
Y el tiempo pasó y seguimos con los odios, con las dicotomías irreversibles y asociadas a intereses que, creo, el común de los ciudadanos ni siquiera podemos atisbar.
Fui estudiante y volví a tener miedo. De figurar en alguna agenda inoportuna, de emitir opiniones, del que tenía al lado, de los que nos esperaban a caballo, a la salida de la Universidad por el simple hecho de ser estudiantes. Aunque ellos, los de a caballo, también tenían miedo: de los atentados, de las bombas, de las represalias.
Hubo un momento en que muchos pensamos (papá no, lo aclaro, total, ya da lo mismo) que al volver el General se arreglaría todo.
Y el General volvió pero el miedo seguía ahí, como la peor de las condenas. Para todos. Porque, insisto: todos teníamos miedo.
Aunque se trataba de otras clases de inquilinos yo decidí cerrar de nuevo la ventana. Y me casé y celebré el Mundial 78 y hasta me pareció sentirme un poco derecha y también humana. La revista Gente me estimulaba para ello y yo no quería mirar demasiado, a qué negarlo. Pero el miedo estaba. A la vuelta de la esquina. En el cordón de la vereda. En cada árbol. Poco a poco nos fuimos dando cuenta cabal de que había demasiadas razones para tener miedo pero fue cuando nos animamos a dejarlo un poco de lado de la mano de Giecco, Heredia y la eterna Negra Sosa.
Nuestros hijos nacieron en la “democracia”. Y pareció que el miedo se había terminado. Pero cuando Alfonsín estaba por caer, a mí se me ocurrió mandar una carta a Radio Continental diciendo que quería que Don Raúl terminara su mandato. Y recibí amenazas telefónicas aconsejándome que me ocupara de mi hija y su jardín de infantes y me olvidara de los problemas nacionales. Y tuve miedo. Pero volví a callar y a cerrar la ventana una vez más.
Durante el tiempo del Emperador, mientras las jubilaciones le costaban el pelo a Norma Plá y muchos veíamos cómo se destruía la Argentina, los nuevos inquilinos y muchos de nuestros conocidos paseaban el uno a uno en crucero y viajaban a los lugares más impensados. Nosotros vivíamos de un sueldo. Congelado. Y, a lo sumo: Mar del Plata. Las industrias que se cerraban, las escuelas públicas cada día tenían menos clase media entre sus filas, el país se iba al cuerno pero …el Emperador estaba vestido. Teníamos miedo.
Después voló el helicóptero y volvimos a callar hasta que llegó el corrralitoquesevayantodos. Yo había vendido mi casita queyanopodíamantener y me prometieron dólaressiteníadólares y casi pierdo a mi marido por las calles del centro un veinte de diciembre y tuve nomeacuerdocuántospresidentesenundía. Y el miedo seguía ahí. Hasta que comencé con las Caticrónicas de la crisis. Contando con humor nuestras miserias. Haciendo monologar a un culo clase media en pos de mejor papel higiénico. Hablando de un Buenos Aires triste, desierto, donde la vida se había extinguido.
No los voté . En mi casa siempre habían sido antiperonistas. No los voté, digo. Pero dejé de tener miedo por mucho tiempo. Y comencé a ver que los que me rodeaban y nosotros mismos comenzábamos a levantar cabeza. Por lo menos un poquito. Mis crónicas dejaron de tratar la crisis. Y a mamá le aumentaron la jubilación. Y mis amigas anti k y yo nos jubilamos y los sueldos fueron mejorando y comenzó a haber trabajo, se pagaron las deudas nuestras y del país y festejamos el Bicentenario con orgullo y emoción y sin miedo. Sin embargo entre mis vecinos, entre mis amigos, no existía reconocimiento alguno por la mejoría de las situación. Es más hubo quien celebró la muerte de Néstor Kirchner. Volvían las viejas antinomias y debimos dejar de hablar de política porque cualquier cumpleaños se convertía en batalla. Los mails detractores inundaban mi correo y decir: “no estoy de acuerdo” era firmar sentencia de muerte a una amistad de años.
Y…¿saben una cosa? Yo continúo no siendo peronista. Ni kirchenrista. Ni macrista, ni nada de nada. Soy integrante del sentido común. Y de la nobleza de espíritu. De reconocer lo bueno y lo malo de la gente. En lo que hace a mi ciudad, algunas de las actividades culturales del actual gobierno me han parecido excelentes, así como el arreglo de algunas plazas y parques. Reconozco también que ha sido prudente en cuanto a los aumentos de impuestos (ojalá no lo revierta si hay próximo período). Pero espero con ansiedad la urbanización de las villas tan largamente prometida, así como una policía que lo sea de verdad y no solamente se dedique a controlar el tránsito. Y espero también un compromiso cierto con la educación. Empezando por candidatos que afirmen que enviarán a sus hijos a colegios públicos.
Y continuando por llas reparaciones de los edificios, que me hacen llorar en su gran mayoría, sobre todo en las escuelas secundarias.
Aunque no estoy muy segura de cómo continuarán las cosas porque desde el comicio del domingo estoy volviendo a tener miedo. Hay en el aire olor a revancha. Se siente odio. Los viejos intereses, que envenenan la tinta, el papel y las pantallas con inseguridades (las hay en todo el mundo) y piquetes y malas noticias a destajo, están instalando la discordia, el no ver nada bueno en estos años en que nos alejamos del desastre. Está todo mal. Y arrecian los comentarios desafortunados y burlones contra nuestra Presidenta. Tanto da que viaje como que se quede, que hable como que calle. Palos porque bogas y porque no bogas palos. Los opositores procuran que el haber obtenido mayoría del Pro en la Ciudad de Buenos Aires contribuya a anular los méritos nacionales del gobierno de Cristina K. Y lo peor es que cuando no hay nada que objetar, se le objeta hasta la apariencia.
Si nuestra presidenta fuera la de otros nos parecería más que admirable. Con trajecitos negros y todo. Y con las perlas. Y con su silueta esbelta mal que le pese a más de una. Pero sobre todo con su inteligencia. Con su valor. Para seguir adelante a pesar de todo. Comprendo, tiene la k de Kirchner, si fuera la de Jackie… entonces, llamémosla de cualquier modo, denostémosla bien así dentro de un tiempo, volvemos al caos y quién sabe… a rio revuelto ganancia de …
En cuanto a mi ciudad y las segundas vueltas. Yo quiero balotaje. Que la gente vuelva a pensarlo y no diga sin más: “¿Para qué vamos a votar por alguien especialista en educación y que encima no tiene aire mundano? En cambio “el niño” tiene un glamour… hasta los sin bigotes le caen bien… Votémoslo; además, es de la mitad más uno…”
Es por eso que estos días no quiero viajar en ascensor. Ni subir a un taxi. Ni hablar con casi nadie. Parece que volvimos al cincuenta y cinco. ¿Deberemos cerrar la ventana? Lo único que ahora, lo peligroso parece que fuera simpatizar con algunas acciones del gobierno nacional o con la Presidenta misma. Y no quiero. De corazón deseo que mis conciudadanos piensen bien qué Buenos Aires nos espera y qué Argentina nos merecemos. Y que entiendan que las investiduras están para ser respetadas.
Pero… ahora dejemos el tema por hoy… Mejor colguemos muchos globos, muchos globos de colores, como dijo Luisa Valenzuela, porque mejor, mejor hablemos más de sexo…
Cati Cobas
4 comentarios:
Recuerdos, proyectos, desilusiones, miedo, logros, todo como en botica. Una crónica valiente. En lo único que no concuerdo es en cerrar las ventanas. Somos un pueblo valiente, bastante crítico, pero así se seguirá afianzando la democracia. Un abrazo.
Esta muy bien...Todo es exacto!! Solo quiero aportar algo que me viene a la mente. Hoy el mundo no es el mismo del 55. Ya no hay margenes para errores y nuevos "reinicios". Las crisis de hoy hunden a los pueblos 50 mts bajo tierra. Por este motivo, el no reconocimiento de "nada" (como bien dice ud en el articulo) ya me parece jugar un juego muy peligroso. Muy bueno su post y saludos!! Marcelo
Gracias, Marcelo. Es hermoso cuando se recibe devolución...Un abrazo
Querida Cati, te felicito. Una crónica valiente y maravillosa.
Y así fueron las cosas y muchas de las que nadie osa hablar. Todo es mito u horror, pero la verdad de la complejidad de los procesos nunca se habla. Y estoy de acuerdo, desde lejos, que es más fácil, en lo que también te dicen, el no reconocimiento es un juego peligroso...Y la crisis de hoy es mundial y como tal hay que analizarla. Beso, Myriam
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