“…Prendieron unos ranchos trémulos en la costa,
durmieron extrañados. Dicen que en el Riachuelo,
pero son embelecos fraguados en la Boca.
Fue una manzana entera y en mi barrio: en Palermo.
Una manzana entera pero en mitá del campo
expuesta a las auroras y lluvias y suestadas.
La manzana pareja que persiste en mi barrio:
Guatemala, Serrano, Paraguay y Gurruchaga…”
*Jorge Luis Borges- “Fundación Mítica de Buenos Aires”
El cielo, endomingado de sol y azul, vuelca, sobre las sombrillas rojas de las confiterías frente a la Placita Serrano, una luz de otoño casi tan rabiosa como la del verano que despedimos hace poco. Pero a Jorge, mi marido, no le gusta sentarse a la intemperie. Almorzamos tras los vidrios de un local posmodernista con la decoración en bancarrota y del otro lado se suceden personas y personajes variopintos. Mercaderes que comienzan a ordenar sus puestos callejeros, parejas jóvenes tomadas de la mano, un dúo de metaleros vestidos en el mismo tono de la piel del vendedor africano. El mismo que intenta, sin resultado, que el turista rubio y de aire opulento le compre esa pulsera cuyas piedras hacen juego exacto con sus ojos -los del turista, por supuesto-. Allá , a lo lejos, un sinfín de niños reptando, subiendo y bajando por los distintos juegos de la plaza bajo la indiferente mirada de sus padres.
Salimos. Detrás de los chiquilines y de la feria, con sus toldos blancos, una galería de arte a cielo abierto. Los artistas solamente muestran sus trabajos, la mayoría originales y personalísimos. No los imponen, no tratan de venderlos. Pareciera que están ahí por el digno placer de que alguien reconozca que son buenos. Y, de verdad lo son. Hay una pintora pelirroja, que habla de inmigrantes en sus telas sembradas de colores, un grabador barbudo, que se empecina en mostrar miserias blanquinegras y un colombiano bajito y calvo, que nos regala la vista con trabajos hechos a punta de bolígrafo. Nadie ofrece “tango y mate”, como sucede en otros rincones de este Buenos Aires 2010. Nadie intenta forzar situación alguna. Si el paseante se detiene para elogiar un cuadro, el autor se acerca y disfruta, simplemente, de los ojos embelesados del eventual admirador para luego hacer mutis por el foro -perdón, por el caballete-.
Las casas que rodean la plazoleta no muestran más de un piso o dos. Todo tiene un aire bohemio, simple, que de tan simple y tan bohemio se convierte en sofisticado. Es que estamos en Palermo “Soho”, una zona de la ciudad relativamente nueva, en la que abundan la ropa y los muebles de diseño y de buen gusto. ¡Palermo “Soho“! Pretenciosos los porteños para bautizar…¿Verdad? Tanto como para darnos el lujo de aplicar a este trocito de ciudad el mismo nombre que se aplica en Londres o en Nueva York a centros comerciales importantísimos. Pretenciosos y plagados de caprichos. Porque, sepan, amigos, que, increíblemente, la que se conoce como “Placita Serrano” , en la intersección de las calles Serrano y Honduras, es, desde 1994, la Plazoleta Julio Cortázar. Hermoso y olvidado homenaje a uno de nuestros escritores más conocidos. Y ahí no terminamos con las ostentaciones porque para completar el alarde, la calle Honduras cambia de nombre luego de la plaza para convertirse en Jorge Luis Borges. Es como si hubiéramos querido decirle al visitante: ¿Querías escritores argentinos? ¡Pues nos damos el lujo de intersecarlos convertidos en espacio urbano!
Aunque, pensándolo bien, lo de Borges es un justo homenaje en su barrio, ya que el escritor supo habitar Palermo cuando de “Soho” no tenía nada y sí mucho de malevos y entreveros, de taitas y matones y de poetas populares de la talla de Evaristo Carriego, por ejemplo. Fue precisamente en ese barrio, en la casa de la calle Serrano 2135, donde el autor, contradictorio como su ciudad, ya que descansa en Suiza, imaginó su “Fundación Mítica de Buenos Aires”.
Caminamos por Borges, precisamente, en dirección a Santa Fe. De compadritos: nada. Todas las casas tienen vida nueva hecha de colores fuertes y arquitecturas actuales sobre estructuras de mediados del siglo XX perfumadas de madreselvas y jazmines, como si quisieran honrar los tiempos en que “los muchachos no usaban gomina“.
Contemplo el empedrado, los muros y las rejas de este arrabal devenido en “Soho” y bendigo mil veces a esta ciudad que tanto amo, mientras Jorge sonríe al escucharme, soñadora, robándole palabras al viejo poeta habitante de este barrio:
*“A mí se me hace cuento que empezó Buenos Aires:
La juzgo tan eterna como el agua y como el aire.”
Cati Cobas
3 comentarios:
clara, sencilla , fiel reflejo de nuestro Palermo Soho.
Me encanta Cati como pones en palabras nuestras sensaciones y sentimientos.
Un abrazo
Susana
Gracias, Susana. Tu lectura fiel es una de las cosas que me anima a continuar aunque no ande tan activa como antes...Un abrazo de Cati
Palermo Soho es un hermoso barrio!
Cuando estuve en uno de los hoteles en el centro iba siempre porque era muy fácil llegar hasta allá!
Me compré muchas cosas!
Saludos
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