Queridos amigos coetáneos: quiero compartir mi admiración por este aporte del Siglo XXI, y comienzo por su definición: “El Sistema de Posicionamiento Global (GPS) se compone de tres elementos: los satélites en órbita alrededor de la Tierra, las estaciones terrestres de seguimiento y control, y los receptores del GPS propiedad de los usuarios. Desde el espacio, los satélites del GPS transmiten señales que reciben e identifican los receptores del GPS; ellos, a su vez, proporcionan por separado sus coordenadas tridimensionales de latitud, longitud y altitud, así como la hora local precisa.”
Hace ya más de diez años, en Madrid, me maravillé al escuchar la voz de una mujer en el coche de mi amiga Socorro, guiándonos hacia Chamberí. ¡Menudo susto! Siempre había dicho que Socorro era la Mágica Señora de Sierra Magina y que la admiraba por la perfección de su escritura, su inteligencia y don de gentes y muchas cosas más pero de ahí a poseer un auto parlante…
Sin embargo, así ha sido. La magia del coche de mi amiga ha llegado al nuevo mundo, y ahora, con solo mirar nuestros móviles podemos localizarnos y ser guiados a destino.
Y una, que todavía conserva el recuerdo de una inolvidable excursión con sus compañeros de universidad en la que, perdida en Florencio Varela, clamaba por un teléfono público inexistente para avisar a su madre que estaba viva. Para hacerle saber que en algún momento encontraría algún ómnibus que la devolvería sana y salva a la Capital, no puede menos que agradecer a la vida el estar coleando todavía en este mundo de satélites y rastreadores.
Una, que ha lidiado con la Guía Peuser y la Filcar mientras dirigía obras en el conurbano, conociendo la dicha de perderse y encontrarse, tiene que aplaudir esta minúscula maravilla en la que, poniendo origen y destino, puede averiguar cuál es el camino más breve a pie, en bici, ómnibus o automóvil.
No dejo de asombrarme en estos pandémicos días, en los que una de las pocas cosas que puedo hacer es caminar. Bendigo al GPS, lo admiro, lo elogio y le agradezco los gratos momentos que me depara.
¿Busco un supermercado en un lugar desconocido? Ahí aparecen todos ellos. ¿Un café al aire libre? Otro que tal. ¿Un centro comercial? A un teclear brevísimo. ¡Bendito aparato!
Eso sí: En la Ciudad Autónoma en la que habito, al GPS le falta un detallito. Y espero que esta crónica llegue al oído de sus creadores para que lo tengan en cuenta: no dice nada sobre los puentes peatonales y les aseguro, mis lectores, que no se trata de un hecho menor.
Ya me he perdido detrás de la cancha de Atlanta en un intento de encontrar el paso por el túnel de la Avenida Dorrego, y de no haber sido por cuatro morrocotudos muchachos “bohemios”, un poquito “beodos”, que se compadecieron de esta anciana, todavía estaría tratando de hallar el camino.
Y hoy, menudo susto me pegué al tratar de cruzar caminando en forma paralela al puente de la Avenida San Martín, con la única compañía de autos abandonados y algunos perros famélicos a los que, por suerte, no les resulté apetecible.
Se trata de zonas “muertas” de nuestra ciudad, en las que he tenido que apelar a mi confianza en la bondad de los humanos y animales, mientras procuraba no ser prejuiciosa con respecto a rostros y actitudes de los pocos con los que me he cruzaba.
En síntesis: loado sea el GPS pero, por cualquier cosa, cuando me indique túneles o puentes, procuraré no hacerle caso o subirme a un dron lo suficientemente resistente.
Aunque pensándolo mejor, nuestro Gobernador podría hacer algo por esas zonas abandonadas de la Reina del Plata, y mejorarlas...
Cati Cobas
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