Pero cuando empezamos a organizar nuestro paseo al Sur del Sur, con Alicia, gran amiga y mejor compañera de aventuras turísticas, lo primero que tuvo que escuchar de boca de esta servidora fue: “vamos, Ali, antes de que se derritan los glaciares con esto del calentamiento global”. Y ahí fuimos.
Cualquier palabra será infinitamente pequeña para describir los sentimientos que oprimen y ensanchan simultáneamente el corazón al toparse con el blanco azulino del hielo. Y mucho más al saber que lo que vemos y nos deja sin aliento es solo la desembocadura de superficies iguales o mayores a la de la Ciudad de Buenos Aires.
“¡Estamos en el almanaque!”, nos decíamos maravilladas. ¡Cuántas veces habíamos contemplado al Glaciar Perito Moreno en algún calendario multicolor! Y ahora, lo teníamos a nuestros pies, en comunión con gente de tantos lugares del mundo, que convertían esa maravilla de la naturaleza en una Babel del 2014. Fue igual para mí que aquel momento que, tal vez, algunos de mis lectores recordarán, cuando, encaramada a la Torre Eiffel, sostuve que el Ingeniero homónimo había cumplido los sueños de Nemrod.
Sentí un orgullo tan genuino de haber nacido en esta tierra, que no me avergüenza repetirlo aquí, con el corazón rebosante de gozo y gratitud.
Las nuevas pasarelas nos permitían llegar hasta muy cerca de los hielos (gracias a Dios este glaciar no está en retroceso por ahora), y percibir los ruidos de los bloques que se desprendían, cayendo en el lago, con un estruendo enorme, convertido en un ¡ah! de asombro y maravilla en boca de todos los presentes.
No nos queríamos mover de los balcones. Hubiéramos permanecido por horas sentaditas, disfrutando la maravilla y el milagro. Rodeadas de naturaleza y entibiadas por un sol que parecía haberse puesto de acuerdo con el azul del cielo para completar el cuadro inolvidable.
Minúsculas en el sentimiento que nos embargaba, emprendimos el regreso. Sintiéndonos nada frente a lo que acabábamos de ver. Pero a la vez, henchidas de gratitud por haber podido cumplir el sueño.
Pido perdón, lectores, si esta crónica no tiene el tono divertido que las caracteriza, pero nos la debía. Para alguien que gusta de escribir, las palabras hacen falta, aunque ya hayan sido repetidas hasta el infinito por todos los que contemplaron el milagro de hielo, agua, sol y cielo que regala nuestra tierra en ese lugar del mundo, testigo que conserva gran parte de la historia de la humanidad, convertida en cristales mágicos.
Cati Cobas
2 comentarios:
Tuve la oportunidad de sentir, oír y ver, también tocar, tanta maravilla pues me atreví a caminar por un sector del glaciar. Emoción, temor, algo indescriptible dentro, en fin, que comprendo todo lo que pones y aún más lo que sentiste. Beso grandote y me alegra que lo hayas podido ver.
Gracias, querida RosaMaría...
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