domingo, 20 de diciembre de 2009

239-El mensajero del azul

La primera vez que me encontré con una obra de José Puig Palmero fue hace ya varios años en la Planta Alta de la Casa Balear de Buenos Aires. Pintaba paisajes baleares. Lo hacía con entusiasmo desbordante y con un amor indiscutible por aquellas islas que lo habían visto nacer al otro lado del Atlántico.. Y entonces, como ahora, sus azules me llenaron de asombro. Los mares y los cielos de Puig tenían un color muy especial, muy diferente de cualquier otro. No pude olvidarlo.
E
ra vibrante, poderoso, casi hería las pupilas, restallante de luz. Un color t
an distinto de los celestes pampeanos a los que aquí estamos acostumbrados a mirar…

Volví a encontrarme con el pintor el año pasado, c
on motivo de mi conferencia sobre la vivienda balear, en la Casa homónima. Ahí supe que tenía una pícara sonrisa y la piel y los cabellos blancos, mientras sus ojos estaban teñidos por el mismo color que predicaba. Supe, también, de cuánto amaba la lengua y la cultura baleares y hasta tuve oportunidad de que me corrigiera, con muchísima delicadeza, en el empleo de algún vocablo que consideró debía modificarse. En aquel momento, me regaló un cd con sus trabajos con el que volví a deslumbrarme con su paleta y, sobre todo, con sus cielos intensos, intensísimos.

Mallorca me dio la clave. Sí. Ella fue la que me hizo comprender a Puig Palmero y su obsesión por los azules. Ese hombre sencillo y culto a la vez había trasladado a sus cuadros la diáfana y eterna tonalidad de las islas que lo vieron crecer. Éso era. Nada más y nada menos que los azules baleares que llevaba en el alma, trasportados a la tela.

Pude contemplarlos en el mediodía del puerto de Sóller y en las primeras horas de la tarde del Monasterio de Lluc, en la Playa d’es Trenc y sobre las rocas de la Rápita. Fueron el fondo perfecto para la Catedral de Palma y el marco dignísimo del Castillo de Bellver. Eran la síntesis perfecta de un lugar único en el mundo, eternamente recordado por todos los que alguna vez tuvieron, como mis abuelos, la dicha de habitarlo.


Por todo eso, cuando ayer don José Puig me invitó a la inauguración de una muestra de sus trabajos como cierre de las actividades culturales del 2009 en la Casa Balear de Buenos Aires, cuya Comisión Directiva integra, no dudé un segundo en decirle que era para mí un gran honor que me hubiera tenido presente para descubrir las novedades que su paleta tenía para ofrecernos.

Y así pudimos volver a recrearnos con las casitas blancas de Ibiza, con los rincones de piedra mallorquina, con los tejados rojos y las agujas de la Seu, en interesante síntesis; pudimos evocar nuevamente los colores eternos de las islas.

Y así, una vez más, gracias al pincel de este inveterado mensajero del azul, logramos retornar, amorosamente, a las raíces.

Cati Cobas

5 comentarios:

Mª Ángeles Cantalapiedra dijo...

Buenos días corazón... Escríbeme a tu correo y te reenvio mi email. debo tener un correo tuyo que no está bien y me devuelve lo que te mando.
un besin

Marisa dijo...

Te deseo una feliz singladura,
que la Estrella de los Mares te proteja
y los vientos te sean favorables.
Un orgullo que sigas La Gamela.
Hasta la vuelta!!!

CATI COBAS dijo...

Gracias, Marisa...Nos leeremos...

RosaMaría dijo...

Qué bien que llegué hasta aquí, pues en tu último post fui a la página y no había pinturas. Realmente bellas y sensibles, como tus post anteriores dedicado a tu "querida pelirroja" que viajó a un mundo diferente.
Un abrazo de 10

CATI COBAS dijo...

Gracias, Rosa María...un abrazo.