El sol fue una constante en nuestros días en el fin del mundo. El sol y el buen tiempo. Dos bendiciones que supimos valorar, y mucho.
El Canal de Beagle nos albergó sin una mísera ola, deliciosamente calmo. Y las montañas nevadas, que ponían marco a la ciudad de Ushuaia, con sus picos agudos, nos daban alegría con solo contemplarlas desde las callecitas empinadas que bajaban a la costa.
Alicia y yo ya somos sabias en eso de disfrutar el instante. Amigas desde la juventud, hemos aprendido que mejor aprovechar el hoy y abrir los ojos y el corazón a todo lo que un viaje nos regala ya que, sexalescentes empedernidas, estamos en el límite etario que nos permite pasear sin que la maleta de los medicamentos pese más que la de la ropa, aunque no sabemos por cuánto tiempo.
No es extraño que así haya sido. La Isla de Tierra del Fuego, con sus paisajes, es uno de los más hermosos lugares que hemos conocido.
¿Qué decir del Tren del Fin del Mundo? El que nos asignaron era por demás pintoresco. No hay otro adjetivo. Definitivamente pintoresco: rojo, antiguo, con sus cortinas de voile que enmarcaban el paisaje fueguino para hacerlo inolvidable. Nos trasladó a otros tiempos, y, como en uno de mis cuentos, nos permitió pensar que "El Petiso Orejudo", célebre criminal que vio acabar sus días en la cárcel de la ciudad, nos estaba siguiendo. Volvimos a verlo, hecho estatua en el Museo del Penal. Ahí comprendimos la tragedia de los primeros tiempos de la ciudad, creada a partir de esa prisión y esos prisioneros, cuyo trabajo forzado dio origen a la primera población no autóctona.
¡Gente del fin del mundo! En realidad, actualmente es tan poca la gente oriunda de esa tierra, en la del Fuego, que en nuestro caso, por más que preguntamos, no encontramos a nadie nacido ahí.
Chaqueños, santafecinos, catamarqueños, de fueguinos nada. Ushuaia es un abanico de provincias. Un lugar donde los nuestros bajaron a buscar una vida mejor y la encontraron. Hotelería, pesca, turismo, servicios. Y un largo etcétera producto de años de estimulación para poblar esas tierras, más allá de las estancias donde sí debía haber nativos que no llegamos a ver.
Abanico también de universalidad, gente de todas partes en las excursiones y en los hoteles admirando nuestra tierra y llenándonos de orgullo. Franceses, españoles, alemanes, italianos y japoneses, entre otros, no dejaban de entusiasmarse tanto como nosotras, a qué negarlo.
El primer día de nuestra llegada observamos a dos señoras coetáneas, acompañadas de una jovencita que parecía ser su sobrina. Tanto Alicia como yo tuvimos la sensación de no habernos resultado mutuamente simpáticas con las tres mujeres, pero no podíamos explicar por qué. Son esas conclusiones que se sacan a priori, sin motivos reales, pero a las dos nos parecía lo mismo, ¿a qué negarlo?
Nuestros encuentros en las calles producían en las cinco una cierta e indefinible incomodidad. ¡Qué difíciles los seres humanos que son capaces de antipatías injustificadas! ¡Qué manera de juzgar al otro sin conocerlo siquiera! Pero así era, lo admito.
El último día, subidas a la combi con destino al Aeropuerto, del que partiríamos con rumbo a Calafate, sucedió el milagro. Las tías, a coro con el chofer, se burlaban de la sobrina, que ya era, para nosotras, "Florencia", porque ésta se declaraba simpatizante de nuestra "presi". La consuetudinaria clase media encaramada en el vehículo, incluida mi querida amiga, aprobaban los comentarios de la "opo" de manera contundente y dejaban a la joven expuesta al escarnio turístico, cosa que despertó en mí, ansias reivindicativas.
Tocar el hombro de Florencia y decir en voz alta "somos dos" produjo un efecto increíble en los viajeros. Nadie esperaba que una señora grande y con aspecto "anti" dijera que Cristina le caía bien. Que no estaba de acuerdo con muchas cosas de su gobierno, pero que era una mujer que gozaba de su simpatía, así como gente de otros partidos, más allá de ideologías y clasificaciones rígidas y estereotipadas. A las exclamaciones y burlas siguió un incómodo silencio. Pero desde ese momento, Florencia y yo comenzamos a mirarnos con otra mirada, y, en el fondo, sus tías se alegraron de que alguien se hubiera animado a solidarizarse con la muchacha. Poco a poco descubrimos a una chica preparada, simpática y muy resuelta y a dos tías afectuosas y orgullosas de su acompañante, más allá de sus ideas. Y creo que ellas también cambiaron de opinión. ya que viendo ciertas cosas de modo muy diferente, mi amiga Alicia y yo paseábamos en absoluta armonía y sin torturarnos con temas ríspidos.
Y así continuamos en los días calafateños, sonriendo en los encuentros, aprendiendo a con- vivir y a tolerar bromas, pero sin rencores ni agravios, viendo en los demás un "otro" y no un "opo" y descubriendo que la gente, en el fin del mundo, a la vuelta de la esquina, o en una combi en Ushuaia, puede deparar sorpresas y que los prejuicios nos hacen daño, que lo mejor es comprender que cada persona es una maravilla por descubrir, venga de donde viniera.
Cati Cobas
5 comentarios:
Hola Cati! Hermosa tu crónica! Me enganchó. Me sentí identificada por lo que comentás sobre los prejuicios, tengo claro que debemos dejar de tenerlos.
Además te comento que somos tres!!! y ya me había dado cuenta que pensábamos parecido. Además me duele ver cómo al darlo a conocer cuesta que te sigan viendo igual. No pierdo la esperanza que todos valoremos el gran cambio de nuestro país. Falta todavía por cambiar y que con aciertos y desaciertos, porque también los hay,vayamos creciendo día a día.
Hermoso el fin del mundo, tal cual lo describiste lo hizo mi hijo que estuvo allí en el mes de junio ppdo.
Te mando un beso grande. Ángela .
Una alegría recibir tu comentario, Ángela. Tenemos que encontrarnos... Un abrazo grandote.
Brindo porque la primera impresión NO es la que cuenta!!
Avanti rubia! Por más crónicas!
Es así, Flor. Y fue un gusto conocerte...
Muchos cariños
Hermoso final amiga! Imagino el disfrute en el recorrido y aquí una reflexión. Conocí gente del "Fin del Mundo" pero no aquí sino en Galicia en Finisterre, es decir Fin de la tierra o fin del mundo. Fue emocionante pues hay un faro que avisa a los navegantes y que sonaba en ese momento con sonido grave, fuerte y sostenido, haciendo vibrar la tierra y el cuerpo... Y además, al fin del camino un busto insólito. Quién?.... Don José de San Martín.
Besos Cati y que todo sea bueno para ti en estas fechas que se aproximan
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