Esta crónica se debe a mis nuevas musas, Mercedes y Fernando, mis hijos, que sugirieron que el tema merecía una Caticrónica…
“……………………………….
No me muero de miedo al mirar,
en el cine vampiros y lobos,
más me aterra la caza de bobos,
que desde la tele se suele mostrar.
……………………………….
Pero pánico... pánico... pánico...
aun me producen ciertas opiniones,
que agitando discursos matones,
a todo se oponen sólo por joder.
……………………………….
Con coraje me subo a un avión,
con valor trepo cuestas y muros...
Pero pánico... pánico puro,
le tengo al futuro sin educación.
……………………………….”
Fragmentos de “Pánico”, Letra y música de Ignacio Copani
Estamos viviendo el año 2010 y la palabra pánico nos sobrevuela insistentemente. Pareciera que Los Cuatro Jinetes apocalípticos cabalgan hacia la oscuridad total de la Tierra. Temperaturas extremas en el Norte y en el Sur, cambio climático, diluvios, inundaciones, témpanos antárticos desprendidos, glaciares que se derriten como un helado de limón, aluviones, terremotos, sunamis, olas gigantes que barren cruceros tan grandes como ellas, predicciones mayas sobre cambio de posición en el eje de nuestro planeta para el año 2012. La humanidad siente pánico, amenazada por el fin de los tiempos.
Y mi humanidad, queridos lectores, no podía ser menos. Me declaro por este medio una víctima más de este mal esdrújulo y artero que nos arruina la existencia y nos quita la posibilidad de disfrute cotidiano aunque mi terror está muy lejos de deberse al posible advenimiento del fin del mundo. Para confirmar si se trata del mal que dá título a esta crónica, recurro al diccionario.
“Pánico procede del griego Panikós. En realidad, la expresión completa es "terror pánico". Proviene de la situación de miedo que le agradaba crear al semidiós griego Pan, quien solía aparecerse en las encrucijadas de caminos a los viajeros. Físicamente era parecido a un fauno; cuernos y extremidades inferiores de cabra. Su imagen es la que ha dado lugar a la iconografía cristiana del demonio. Precisamente por eso, cristianizándose una tradición anterior, se solían erigir en la Edad Media cruceros o cruces de piedra con una pequeña capilla para la Virgen, en las encrucijadas.” (Fuente consultada: Wikipedia)
Tal cual dice el mataburros, decididamente, lo mío es pánico de primera, digno de chaleco. ¿Y quién es mi Pan? , dirán ustedes. ¿Quién se aparece en la encrucijada de mis caminos? Pues unas muchachas de inocente y elegante aspecto. ataviadas con impecables trajes sastre, promotoras de una compañía que se ocupa de realizar tratamientos intensivos de adelgazamiento. Dichas jovenzuelas, empuñando folletos ad-hoc, esperan, ocultas arteramente detrás de algún cartel publicitario, a la entrada del shopping de turno, a la gordita de ídem.
¡Sí! Adivinaron: ¡les tengo pánico panicoso y del peor a las promotoras de SLIM!
La primera vez que me dieron un folleto, lo recibí cordialmente, pensando que se lo darían a todo el mundo pero cuál no sería mi sorpresa al comprender que las tales muchachitas “semblanteaban” o, mejor dicho “cuerpeaban” a sus víctimas. De lo contrario, no tenía explicación que a mí siempre me dieran una propaganda de esas que promete convertirnos en una sílfide en seis meses, mientras que a las señoras delgadas que venían delante de mí, taconeando fuerte, las ignoraban. ¡Que venga la Lubertino! ¡Un miembro del INADI a la derecha! (INADI es la institución argentina que se ocupa de la discriminación).
Desde entonces, las dichas promotoras tienen para mí cuernos y patas de cabra. Lo mío es pánico. Tanto, que cada vez que pongo los pies en un centro comercial, sufro una súbita, abrupta aparición de ansiedad y excitación fisiológica, con taquicardia, dificultad para respirar, hiperventilación pulmonar, temblores y mareos. Busco caminos alternativos que me permitan no ser identificada, por obesa, como candidata al tratamiento para adelgazar, pero estas chicas adoptan posiciones altamente estratégicas y sé de antemano que con alguna me toparé irremediablemente.
Dicen que “Experimentar un ataque de pánico es una terrible, incómoda e intensa experiencia que suele relacionarse con que la persona restrinja su conducta, lo que puede conducir, en casos, a adoptar conductas limitativas para evitar la repetición de las crisis.” Pero qué ganaría yo, pienso, con evitar entrar a un shopping si a la vuelta de cualquier esquina puedo encontrarme con una de mis enemigas lista para pesarme con los ojos como el mejor matarife o carnicero…
Mujer de recursos, procuro alternativas: un diario abierto, al estilo Sherlock Holmes, fingir una conversación híper interesante con el celular, mirar para otro lado, mientras las palpitaciones aumentan y un sudor helado me va avisando, rabillo del ojo mediante, que: “Ahora, ahora, ya descartó a la rubia con la cartera Gucci. Ya te vio. Camina hacia vos…”
A medida que la promotora se acerca, mi espíritu contrito comienza a pensar alternativas llegando a la conclusión de que quizás no sería tan mala idea que una ola gigante ingresara a Alto Palermo y barriera con sus enemigas folleteras.
Porque para una gordita, ser calificada de tal, es peor que un movimiento de placas, un desprendimiento de icebergs y, si me apuran, que el mismísimo fin del mundo.
Tengo que encontrar una solución definitiva al tema, me digo.
¿Pensarán que me decidí a adelgazar los kilos sobrantes, cierto?
¡Qué va! Para concurrir al shopping adoptaré la moda musulmana. ¡Si vieran lo mono que me queda el chador y será, sin duda, el responsable genial para contribuir a la eliminación de mis ataques!
Alá sea loado…
Cati Cobas
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