lunes, 23 de noviembre de 2009

235-"Sa meva senalleta!" (¡Mi cesta mallorquina!)

Me la regaló Joana Aina, una de mis sobrinas recién estrenadas, pocas horas antes de que acabara nuestro “Camino de la Luna Llena”.
Lo que ella no sabía es que tenerla entre mis manos me permitió recuperar un trocito de mi infancia y, a la vez, reflexionar sobre el símbolo que ese objeto de apariencia simple y un tanto rústica representaba para mí.

Cuando tenía dos años, como mucho, Isabel, mi abuela materna, regresó a su tierra para ver a su madre ya anciana, trayéndome como recuerdo una pequeña cesta de palma trenzada, sin tapa y con manijas de cuero, a la que aprendí a llamar “senalleta”, a la mallorquina, en vez de cesta o canasta, como hubiera sido la forma rioplatense de nombrarla.

Entonces, mi “senalleta” servía para acarrear libros de cuentos, una compra imaginaria o las ropas de juguete de Gracielita, mi muñeca “Pielángeli” adorada.

Aunque la disfrutaba enormemente (eran tiempos en que los juguetes eran un bien muy preciado, por modestos que éstos fueran), lejos me encontraba en aquel tiempo de intuir la historia de ese objeto elaborado artesanalmente más allá de la otra orilla del Atlántico. Lejos de suponer que, si bien desde los orígenes mismos de la cultura mallorquina se conocen elementos de palma trenzada, su confección responde en gran parte a la influencia de la cestería norteafricana e islámica en la cultura balear. Y mucho menos sabía entonces, como hoy sé, que hasta el Archiduque Luis Salvador, con mucha visión y sensibilidad, le había dedicado a estas cestas y a muchos otros objetos de cestería típica de las islas, un rincón de privilegio en su Museo Balear de Son Moragues. Privilegio merecido, ya que las artesanías de palma llegaron a constituir años después de desaparecido el archiduque, en los años cincuenta del siglo pasado, una fuente de ingresos interesante en algunas regiones de Mallorca, hasta que el turismo hizo que la mayoría de las labores artesanales se redujera a su mínima expresión.

“Sa meva senalleta!” Ahora, tan distante de la niña de las muñecas y las comiditas de mentiras, disfruto de mi cesta regalo de mi sobrina, como de un juguete nuevo. La contemplo y pienso que es un ejemplo perfecto de aquello que implican mis raíces, más allá de las influencias que los historiadores le asignaran. De estructura y forma lógicas y sin muchas vueltas, como suele ser la forma de pensar de mis ancestros, su entrelazado es tupido, sin cabos sueltos; la cesta está pensada en forma utilitaria pero con la belleza de todas las obras de las manos que, en otros tiempos, eran lugar común en casi todos los hogares isleños. Y a la vez, mi nueva canasta es esencialmente mallorquina: amplia, fuerte y resistente. Diseñada para acompañar a quien la emplee en el acarreo de los objetos más pesados sin romperse en un tris tras, manteniéndose firme en las peores circunstancias. Mi “senalleta” no abandona, no deja en la estacada, sus correas de cuero acompañan a la paja y aseguran, aún más, la carga “por lo que pudiera ser“, como haría una buena y previsora madona mallorquina.
Desde que la poseo no dejo de llevarla a paseos y excursiones. Se adapta a la perfección para llevar mi termo y mate sin que se vuelquen. En ella caben abrigo y algún libro y todo lo necesario para un viaje corto. ¡Qué bendición ha sido luego de años de cargar incómodos bolsos de tela o cuero! ¡Hasta su olor es agradable!

“Sa meva senalleta!” Compañera nueva revestida de historia. En estos días en que siento que la vida no me muestra su mejor sonrisa voy a poner en ti algo más que cosas; te llenaré con mis sueños y mis esperanzas. Pondré entre tus trenzados mis ganas de ser feliz y el deseo de que los míos encuentren los mejores caminos. Pondré también mis ansias de regresar a la tierra en la que naciste para volver a sentir bajo mis pies el rojo de sus atardeceres de molinos y la alegría de los reencuentros imposibles. Sé que tienes magia. La misma que debe haber visto en ti mi intrépida abuela materna. Espero que tus asas fuertes soporten los embates de la vida que me toca y me permitan cumplir, victoriosa, mi destino.

Cati Cobas

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cati, cuantos recuerdos me trajo tu crónica. Yo también tuve algunas…para ir a la escuela con los libros del colegio y los apuntes arrugados, y para ir a entrenar a básquet, donde ponía toda la ropa.

Ahora hace años que no tengo ninguna, pero el verte a ti con ella me ha vuelto a apetecer tener una para poder poner dentro lo que nos sea de menester (voy a empezar a hablar en plural) pero claro, no tengo yo ninguna sobrina que me regale ninguna… ¡!ahy que pena!! ¡!que no tenc senalleta!!

Existe otra versión de “sa senalleta”, que es la que tiene tapa y es más pequeña. En ella se llevan la merienda o la comida los albañiles y los pescadores. Dos buenas rebanadas de pan grande con sobrasada en medio, o “un bon troç de formatge” es un manjar ideal para poner en una “senalleta” de este tipo, y te lo puedes comer “o dins un llaüt o davall una figuera" .

Tengo que decir que le veo incluso algo sexy a un hombre con una de esas, pero me parece a mí que si le regalo una a mi Jorge para que ponga su merienda, no lo va a entender así.

Lo que tienen “ses senalletes”, es que cuando posees una ya nunca te puede pasar nada malo, y si crees que te pasa, seguro que es porque luego lo que viene es mejor. Si tienes una estás a salvo, y si ahora no me crees ya te darás cuenta...

Muaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaac,
tu sobrina “des-senallada”

Angela

RosaMaría dijo...

Hermoso recuerdo y hermosa cesta, estoy segura de que llenarla de esperanza y el cariño con que hablas de tu familia es el mejor cometido que puedas darle, un abrazoy feliz inauguración del blog.