Casi todas mis amigas son
abuelas. Pero en mi caso, habiendo hecho “los deberes” más tarde de lo que correspondería
a mi edad, todavía falta un tiempo para vivir las delicias de la abuelidad humana,
creo, aunque uno nunca sabe…
Por ahora, teníamos a
Salem. Ustedes saben, el gato volador al que le quedan seis vidas luego de
arrojarse, en busca de un murciélago, desde el octavo piso hasta la azotea
vecina (siete pisos más abajo). Pero Fernando quería un perrito y adoptamos a Lupe
el año pasado. Era preciosa, pero el moquillo le jugó una mala pasada y la
perdimos con la pena y la congoja que todos los amantes de los animales ya
conocen bien.
En mi caso, debo confesar
que puedo vivir sin mascotas, pero trato de entender que mis hijos sientan de
otra forma. Y, la verdad, Lupe nos había dejado con el corazón estrujado. Por
eso, cuando Meche dijo que buscaría un “perrito nuevo”, no tuve inconveniente
en aceptar la propuesta. Mercedes es delgadita y de contextura pequeña, por lo
que colegí que elegiría un perrito proporcional a ella.
Una tarde, al llegar a
casa, mis hijos llegaban de buscar al nuevo integrante de la familia. Mejor
dicho, “la” nueva integrante.
Cuando la vi casi me
desmayo. Era hermosa. Con unos ojos celestes maravillosos y el pelo castaño
grisáceo cortito. Hasta ahí: ¡perfecta!
Claro que la vida nos da
sorpresas: mi hija había obviado el tema de tamaños y departamentos. ¡Mila, tal
es su nombre, es un hermosísimo ejemplar…de… Weimaraner!
Comenzando por el
Alzheimer y continuando por el Holocausto, los alemanes me dan un poquito de
escozor prejuicioso, lo confieso. Pero al ver el porte y el tamaño de la
cachorrita, de tres meses apenas, tuve que desparramarme en el sofá del living
para aguantar el soponcio germánico que me derribó. Y cuando supe que se trataba de una raza “cobradora”
de caza, que no quiere a los gatos y es sumamente apegada al dueño pero sufre
enormemente cuando éste se ausenta, mi desazón alcanzó límites estratosféricos.
Claro que como quiero más
a mi hija que a mis muebles y enseres, me estoy tratando de adaptar a la nueva situación
abuelística.
Mila, que ya tiene cuatro
meses, nos ha hecho olvidar la pena por la pérdida de Lupe. Corre por el living
y la terraza con sus patotas gigantes, y… lleva masticados la mesa ratona, unos
cuantos pares de zapatos, una de mis cajitas artesanales y…
Pero es tan cariñosa,
dulce e inteligente que, cuando la sacamos a varear por la Avenida cercana a
nuestra casa y la gente no puede menos que admirarse por su belleza y
elegancia, me permito sentir una décima parte de lo que deben experimentar las
abuelas humanas con sus bebés.
Tener hijos es algo
maravilloso, y nietitos, aunque sean alemanes, cazadores y de cuatro esbeltas
patas, ni les digo…
En cuanto a Salem, me
parece que en cualquier momento, a raíz de los embates de mi nieta, se vuelve a
tirar del octavo. Si alguien lo encuentra, devuélvanlo por favor porque quiero
disfrutar las cinco vidas que le queden.
Cati Cobas
1 comentario:
leerte siempre, además de un placer, es navegar por un mar de recuerdos. un beso enorme
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