Caticrónica
con “k”
Sepan los lectores
allende los mares que esta letra del título somete a parte de los argentinos, entre los que se cuentan muchos de mis amigos
más queridos, pero entre los que no me incluyo, a un estado constante de malhumor.
Para mí, que, gracias al
Todopoderoso conservo la memoria, si bien no significa la perfecta solución a
todos los problemas que en el 2001 me hacían clamar por los famélicos jubilados
con Norma Pla a la cabeza, el jabón achicado, los gauchos choripaneros, los
cartoneros hambrientos y el famoso corralito, es una letra bastante simpática,
aunque no dejo de reconocer que falta mucho camino todavía y que no todo es
blanco “Rinso” (para ser más bien antigua).
Igual que algunas cosas
de este Buenos Aires y su edil me agradan, como el futuro centro de la ciudad a
escala peatón, y otras me des…BORDA n y me hacen poner los pelos de punta, dándome
vergüenza ajena.
Pero…volviendo a Buenos
Aires, mejor honremos a la letra k, en una gran creación argentina, junto con
el bolígrafo y la identificación a través de las huellas digitales (la Bersuit
dixit).
Se trata del Kiosco.
Sí, según la Wikisabia: “El DRAE prefiere
la utilización de "q" para la letra inicial de "quiosco",
aunque admite la utilización de la letra "k" ("kiosco"). La
palabra original de la que deriva es kōšk, que significa "pabellón"
en pahlavi; y ha llegado al castellano a través del francés kiosque, que a su
vez la tomó del turco köşk, y éste del persa košk.
”
No me importa si la
palabra proviene del persa, del pahlavi o del francés. Tampoco si ese apelativo
corresponde a “ una construcción ligera
formada por varias columnas o pilares que sostienen una cubierta.” Para
nosotros es un pequeño comercio sin puertas ni vidriera en el que se venden
golosinas, cigarrillos, bebidas frescas y algunos artículos de primera
necesidad, si no nos ponemos exigentes en cuanto a marcas.
Si bien no dudo de su
existencia análoga en lugares del mundo en los que no he estado, puedo afirmar
por experiencia propia que no se trata del “estanco” español, ni la tabaquería
francesa o la “drugstore” de EEUU, que venden algunos productos pero no todo
junto. El kiosco argentino tiene características propias que hacen a nuestra
historia, nuestra esencia y nuestro modo de vivir. Es diferente, singular.
Habría que patentarlo…
En mi sexagenaria
existencia los he visto desde siempre, pero puedo afirmar que han florecido al
compás de crisis, desempleos e indemnizaciones en las muchas instancias
difíciles que se vivieron por aquí.
Cuando a uno le daban
unos pesos y quedaba en la calle, una de las alternativas era abrir la ventana
de la sala y poner un…kiosco. ¡Llegó a haber tres o cuatro en una cuadra!
¿Cuál es la diferencia
que los reivindica a mi criterio? Imagínese uno un domingo por la tarde, en un
barrio donde todo está cerrado y se ha quedado sin papel higiénico, por ejemplo…¡Al
kiosco se ha dicho!
¿Falta yerba mate? Otro
que tal.
¿Nos quedamos sin carga
en el teléfono? ¡Al kiosco, que proveerá la tarjeta ad-hoc en pos de la comunicación!
¿Nos duele la cabeza?
Ahí encontraremos analgésico.
¿La futura madre
desespera por un helado a las cinco de la madrugada? Algún kiosco estará
abierto para evitar el cucurucho en la frente del futuro infante.
La estrella de esta creación
es el maxi-kiosco, generalmente ubicado en lugares por donde pasa mucha gente,
suma a lo básico, alguna cabina telefónica, alguna máquina para conectarse a
Internet y la infaltable máquina de café. Y, para más dicha, ¡lo hace las
veinticuatro horas!
Siento, realmente, que
estos lugares son un símbolo de lo mejor que tenemos: para empezar: cintura
para gambetear las crisis. Luego: generosa imaginación integradora. Todo, en un
solo sitio, en cualquier momento. Más allá: la gauchada, en una mini pulpería capaz
de calmar al más sediento. Y si me apuran: sicología al paso, porque en los barrios
estos lugares funcionan como oreja cálida en muchas ocasiones.
Claro que no deja de
exponer nuestra peor faceta, en la mal afamada viveza criolla, cuando el kiosquero
se abusa con los precios, y una aspirina termina pagándose más que una caja
entera, por ejemplo.
No obstante, nuestro
kiosco tiene a mi juicio más ventajas que contras, y por eso me permito
bendecir a la letra que lo preanuncia y lo identifica, lo hace argentino.
Y propongo a todos
reivindicarla y unirnos en ella, cubiertos, además de con nuestra hermosa bandera, con uno de los tolditos que suelen
guarecernos cuando llueve y nos detenemos a comprar cualquier pavada.
Sí, amigos, ¿por qué no
dejar las crispaciones de lado y hermanarnos en la “k” de cualquier kiosco al
que acudamos?
Cati
Cobas
Siempre lo dije: Sos una genia con tus caticrónicas.
ResponderEliminarEl comentario más exhaustivo lo pongo en Fb.
Besos
Myri
¡Gracias, Miriam!!!! Besos
ResponderEliminarEs la k que no crispo, que ayuda, cuando no te alcanzaban las monedas para el colectivo hasta hubo algún kioskero gaucho que las proveyó. Hermosa y justa crónica en honor del "K".
ResponderEliminarBesos
¡gracias, Rosa María, como siempre tan generosa...!
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