Mercedes siempre fue “bichera”. Yo no, lo admito. Y desde su más tierna infancia
viví la lucha entre sus anhelos y los míos. “¡Un gatito, mamá, porfa!” eran sus
palabras favoritas desde los tres o cuatro añitos. Y una, que quería
conformarla, recurría a pajaritos, hamsters, tortugas…pero no: ella quería un
gato. Y llegó Misha, una siamesa preciosa y bastante tranquila que nos acompañó
la friolera de dieciocho años. Mercedes la adoró siempre y fueron fieles
compañeras en las buenas y en las malas. Y yo, bueno, yo compré la comida,
limpié las piedritas, le cambié el agua y reparé los arañazos en muchas partes
de la casa con la resignación que el Todopoderoso nos da a las madres
“comprensivas”.
El año pasado Misha nos dejó y Mercedes volvió a
soñar con otro gato. “El que sea, no me importa que sea de raza”, dijo mi hija,
para que el precio del animalito no fuera excusa para no tenerlo.
Así fue como llegó Salem. El nombre fue fácil de
elegir para su dueña. Lo hizo en honor de Sabrina, la bruja adolescente, una
serie que la fascinaba de chica. La mascota de la brujita era un gato negro
(como nuestro gatito) y tenía como virtud hablar (un Mister Ed gatuno, bah…). Daniela,
una de las chicas de la Casa de Descanso donde yo trabajo, anunció que su gata
estaba preñada y…listo… Esperamos varios meses por él mientras su mamá lo
gestaba y lo destetaba. Y cuando lo tuvimos en casa, volvimos a vivir las
vicisitudes de la presencia de esa bolita indefensa y negra, que añoraba a la
autora de sus días. Noches en vela, Veterinario. Vacunación y todo lo que una
mascota necesita si uno es responsable de ella.
Hasta ahí, todo bien, como dicen los chicos. El
problema comenzó cuando Salem empezó a desplegar
su genio y sus características. No se trataba de la educadísima Misha. ¡Qué va!
Salem resultó un verdadero gato aventurero. Uno de
esos acostumbrado a sobrevivir desde la cunita. ¿Comida balanceada especial
para gatitos? A él lo copaba el tacho de basura. ¿Acurrucarse en un sillón o
mantita? ¡qué va! Nos gastó el parquet corriendo de punta a punta sin freno ni
concierto. Y no ha habido cortina que no tenga ya las huellas de sus uñitas por
más que se las cortemos y cortemos. Ni que hablar del tema de los tomates.
Salem resultó ¡tomatero!. He tenido que poner a los tomates bajo una de esas
campanas que cubren los quesos finos porque de lo contrario no quedaba uno
entero…
Amigo de las ventanas, de los balcones y cornisas, con
lo que hemos pasado el verano encerrados por temor a que cayera al vacío. Fernando protestaba por las
características osadas del felino y yo le respondía que lo que le molestaba era
lo que en él veía de sí mismo. Que el bicho tenía tendencias aventureras y
medía poco el peligro, igual que él. Con lo que, didácticamente, procuraba que
la presencia del gato sirviera de reflexión maternal en pos de calmar las
inquietudes juveniles de Fer. Yo repetía: “caminar por el balcón no debería ser
una tentación ni para un gato ni para nadie”. Las cornisas son peligrosas. Lo
mejor es la calma, la tranquilidad. Trabajar, estudiar, poco rock and roll,
etcétera, etcétera.
Mi hijo, cansado de estas reflexiones, callaba pero
no dejaba de tocar sus guitarras, asistir a conciertos hasta tarde y demás
actividades propias de su especie. Como Salem, que no abandonaba sus hábitos,
por más reconvenciones que se le hicieran.
Hace quince días, Fernando me despertó a las tres de la mañana entre
lágrimas: “tenías razón, mamá” Salem saltó por la ventana por cazar un
murciélago y se mató. Lo oí llorar un poco pero ya no se oye nada”.
¿Cómo le contábamos a Mercedes que Salem ya no
estaba en este mundo sino que sus despojos yacían en los toldos del primer piso
del edificio, ocho pisos debajo de nuestros pies?
Fernando dijo: “déjame a mí”. Y despertó a su
hermana con una ternura insólita que contribuyó a calmarla a pesar de lo cual
la tuvimos llorando hasta que clareó el día.
“Ven”, decía yo. “Estas son las consecuencias de no
medir el peligro”. Este gato era un imprudente…y ahora ya no está.
Cuando salió el sol, nos asomamos para ver el
cadáver… ¡Y no había tal! De Salem ni rastros.
No había forma de que en caso de salvarse de la
muerte hubiera escapado del hueco de aire y luz porque las paredes eran
altísimas. Era todo un misterio.
Ahí intervino el bueno de Don Pedro, nuestro
encargado, que opinó que tal vez el gato hubiera caído en el techo del edificio
lindante: ¡a quince o veinte metros de distancia del nuestro! Se ofreció a
retirar los restos del michín y partió con una bolsa ad-hoc.
A los diez minutos regresó todo arañado, sosteniendo con aire de Superman, al felino,
que había sobrevivido sin hacerse daño, como pudimos comprobar luego de oblar
unos cuantos pesos en veterinario, radiografías y revisaciones varias.
Y ahí está Salem, con sus seis vidas a cuestas,
comiendo tomates y comida del tacho de basura y arañando cuanto queda a su
alcance. Con un colmillo menos y algunos raspones pero vivito y coleando.
Y ahí está Fernando dándole a la viola como nunca y
con una sonrisa irónica en la comisura de sus labios.
Lo mejor es que ahí está Mercedes, feliz con el
milagro: su gato negro de ojitos amarillos es verdaderamente tan mágico y esperanzador como el de
Sabrina, la bruja adolescente…
¡Un siquiatra a la derecha para una madre atribulada
luego de haber sido humillada en sus vaticinios de excesivamente "cuida" y sobreprotectora por un gato negro llamado
Salem, por favor…!
Cati Cobas
Fotografías: cortesía Mercedes VanSanten
Fotografías: cortesía Mercedes VanSanten
Buenísimo, Cati. Una Caticrónica propiamente dicha! Y ese gato es lo que faltaba en tu casa!
ResponderEliminarBicos Miri
Gracias, Miriam. Y sí, en casa no nos privamos de nada. si tiene hijitos te mando uno a Coruña...Besos
ResponderEliminarjajaja... Muchas tribulaciones pero más amor en toda la familia. Me alegra el desenlace, aunque tengas que seguir lidiando con todo lo que conlleva ese "pobre gatito" que seguramente tiene en su adn mucho de Salem. Besos para repartir en familia.
ResponderEliminarSí, RosaMaría. Salem es tremendo...pero ya es de la familia... Gracias por leer. Un abrazo
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