Para Sofía
Tandil es una guitarra
Con una caja de piedra
Con un diapasón de noche
Y un encordado de siembra
……………………………………..
A tus serranías pintadas de sol”
Tandil por la zamba-Autor: Alberto Dansa
¡Cuánto
hace que no escribo! Después de mis devaneos coronavíricos, mi inspiración
quedó en cero. Y conste que, dentro de todo, vacuna mediante, en un mes me
sentí repuesta de la “gripeciña”, que de tal no tiene ni un ápice, ya que
aunque a una no la hayan hospitalizado, el susto y la sensación de agotamiento
feroz no se las quita nadie.
Pero
estos últimos días de marzo pude pasar ¡por fin! unos días en Tandil, y
francamente, como siempre que ando por mi bendita Argentina, solo me quedó
maravillarme.
Volver
a las rutas infinitas, a los campos verdes, a los molinos pampeanos me renovó
el corazón, a qué negarlo.
Y ya,
al divisar las serranías de Tandilia en el horizonte, comencé a sentirme de
vacaciones. Porque recorrer sus calles en damero tan prolijas, con naranjos y
tilos por bordura, me hizo sentir dichosa, lo mismo que contemplar la plaza
principal, rodeada de edificios que hablaban de una tierra pujante en el
impulso de quienes la fundaron. Aunque no pude dejar de imaginar las luchas
entre los puelches y el hombre blanco que se libró mucho tiempo atrás: tema que,
por ahora, prefiero soslayar.
No
quedó cerro por visitar: el Parque Independencia, con sus hermosas vistas, El
Calvario, obra del Arquitecto Bustillo, el mismo que proyectó la rambla
marplatense y el Llao Llao y el cerro
Centinela, así como de la Piedra Movediza. Cada uno con su encanto, sus pinos y
eucaliptus perfumados, en pintorescos caminos de piedra ancestral.
Hasta
aquí, la “mística” del lugar. Pero, queridos amigos: debo dar curso al título
de esta crónica, ya que el corolario fue la “mástica”. Digna de estas letras,
realmente.
Elena,
nuestra encantadora guía, luego de “desburrarnos” acerca de la historia de la
zona, nos llevó a un lugar increíble, que resultó ser uno de los sitios
emblemáticos de la ciudad en materia de embutidos y quesos.
La
primera impresión nos hizo dudar de la cordura de Elena porque el lugar rayaba
en lo vetusto. Paredes encaladas, pisos de diferentes calidades y un aire más
que antiguo para proveernos de los famosos quesos y embutidos tandileros, pero
nuestra guía tenía un secreto: la magia del lugar.
nos acostumbramos a la semipenumbra que poco a poco comenzó a aclarar, pudimos
contemplar, prolijamente ordenados, todos los productos que íbamos a buscar y, a
continuación, recorrimos las habitaciones que hacían las veces de restaurante
para detenernos en cada objeto, cada letrero, cada envase antiguo. Para dejar
paso a la ensoñación, derretidos como la cera de las velas que, introducidas en
botellas hacían las veces de candelabros.
Nos
pareció encontrar el eco de las carretas que a fines del siglo XIX y comienzos
del XX supieron detenerse en un alto en el camino. O ver algunos gauchos
jugando a la taba en el patio del fondo con una galería poblada de glicinas.
Ya no
hay rejas de pulpería pero podían reconstruirse muy fácilmente con la imaginación,
lo aseguro.
Fue
tanta la historia cotidiana bien mostrada que no pude menos que preguntar por
los creadores del lugar que se llama “Época de quesos”. Y ahí supe de Ramón
Santamarina, su fundador por 1860, la conversión del lugar en almacén y los
últimos 30 años al frente del lugar de Teresa Inza, pionera del turismo
tandilense, que ya sobrevuela el lugar y seguramente desea que éste continúe con
su lema: “Abrimos cuando llegamos y cerramos cuando nos vamos”, una muestra de
cordialidad y gentileza para con los visitantes. En San Pedro es imposible no
encontrar la sobrasada mallorquina en forma de longaniza de manos de los hermanos Corti pero cuando nos topamos con una legítima sobrasada tandilera,
embutida en una tripa gorda, regordísima parecía el monumento a la sobrasada en los pagos de Tandil y me alegró el corazón encontrarla.
Es que
somos casi casi universales…¿No les parece amigos?
¡Si
hasta hemos conquistado en sabrosura la tierra puelche de la piedra movediza!
Cati Cobas
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