sábado, 5 de junio de 2021

332- Soliloquio del mate estresado Caticrónica (enero 2019)


Estoy estresado. Absoluta lisa y llanamente alienado. De lo único que estoy seguro es que me encuentro estresado. Al borde del abismo. Cerca del ataque de pánico.

De lo que no estoy tan seguro es que esto sea un soliloquio, ya que un soliloquio es un discurso que mantiene una persona consigo misma, como si pensase en voz alta. Y para empezar, no soy persona y para continuar, lo que pretendo es que se reconozca mi derecho a sentirme calamitoso, clamando como buen argentino por un sicólogo a la derecha, aquí y más allende los mares, que uno tiene sobrados motivos para saltar a la jet set de los brebajes internacionales alterados. ¿O se atreverán ustedes a negarlo después de escucharme?

Dicen que mi historia tiene alrededor de cinco siglos. Por lo tanto, soy hermano de la imprenta, la brújula, la pólvora, las gafas y…los arbotantes. Estos últimos merecen un párrafo para lectores no avezados en lo que a la Arquitectura se refiere, ya que se trata de esas costillas que se utilizaron por primera vez en Nôtre Dame, en París.  Costillas que permitían transmitir por fuera el peso de la nave principal, y así hacer techos altos, ventanas más grandes y rosetones tan coloridos como luminosos.

Claro que yo soy de la tierra guaraní, en el “Nuevo Mundo”, y por lo tanto me permitiré referirme a los contrafuertes de la Catedral de La Plata o de la Basílica de Luján, , ya que góticos o neo góticos, tienen arbotante igual y por lo menos los de estos templos son americanos como un servidor.

Pero volvamos al meollo de mi monólogo, soliloquio o lo que fuere. No me voy a permitir más salidas de tema por muy estresado que me encuentre, les prometo.

Sepan que los pueblos originarios ya  bebían yerba mate antes de la llegada de los conquistadores, que se dieron cuenta de que los guaraníes me consideraban, con razón, un regalo de los dioses. Ellos (los españoles), que de tontos no tenían un yelmo, advirtieron que los vernáculos cobraban nuevos bríos y mayor resistencia a las travesías por la selva, después de beberme a través de una caña con algún trozo de tela o planta como filtro. Y ni lerdos ni perezosos me probaron, extendiendo mi prevalencia a todo el Virreinato del Río de la Plata, donde continúo triunfando ampliamente.

Sí, sí, ya sé que si son europeos o americanos no acostumbrados a mí, les pareceré asqueroso (no me gusta andar con eufemismos) y anti higiénico, por el hecho de que voy de boca en boca. Y a decir verdad, no todas están en inmejorables condiciones. Pero el verdadero mateador hace caso omiso de cualquier posible peligro por sorberme. Y disfruta las ruedas en las que me ceban como si me tratase del mejor champagne francés para continuar con las alusiones parisinas (observarán que soy bastante leído, por lo menos).

En fin, ya he hablado de mi antigüedad y propiedades. De cuánto me estiman mis admiradores.

Falta que les diga que el mate se cebaba con pava, que no tetera ni jarra, salvo en Uruguay donde son afectos al termo  y a tomar mate en todas partes. La bombilla dejó hace siglos de ser de caña para emplear metales más nobles y el recipiente en sí,  ha ostentado un sinfín de posibilidades: calabaza, asta de vaca, madera torneada, porcelana, plata, metales más modestos y, en los últimos tiempos hasta plástico (aunque francamente un gaucho que se precie no osará beber en uno de esos mates siliconados que avergüenzan a cualquier cebador con dignidad). En cuanto a la pava, estos últimos años han traído las eléctricas, que si bien permiten lograr la temperatura justa, le quitan a mi esencia lo propio de una cebada digna. Y observen que hablo de “cebar” no de “servir”. El mate se ceba, se va vertiendo agua sobre la yerba, cerca de la bombilla para evitar que se “lave”, que pierda el sabor. En fin, podríamos seguir hasta el hartazgo con detalles hasta nimios sobre mi importancia y características.

Pero la verdad, lo más trascendental de este monólogo es decir que presiento mi fin o, según como se mire, mi nuevo comienzo. Y eso me tiene muy pero muy preocupado. Francamente tengo miedo de dejar de ser quien fui hasta ahora. Ya la pava eléctrica me caía pésimo pero en este 2019 me han informado que voy a poder permanecer conectado a una…¡computadora por medio de un usb! Me pregunto qué será esto del usb y colijo que podrá ser la sigla “únicamente sirvo a b…..”. Pero no. Parece que esta última de mis versiones, la cibernética, permitirá que el matero oficinista, por ejemplo, por el módico precio de $2500.- (unos 60 euros), me sorba con la yerba en perfecto estado y a temperatura constante durante toda la jornada de trabajo.

Y ahí no termina la cosa: se ha creado un “emoji” con mi dignísima imagen. ¡Como para no alterarse! ¡Miren si a Martín Fierro o a Don Segundo Sombra los hubiéramos visto mateando con la compu y enviando whatsapp para invitar a sus chinas unos buenos “amargos” (es otro de mis apodos).

 Desde ya les digo, si no me arreglan en terapia y el diván del analista no hace milagros, no me va a quedar otra alternativa que adaptarme a los tiempos que corren, rezándole al Altísimo para que no se pierda mi esencia… 

Y bien pensado, creo que así será, tanto en las penas como en las alegrías, en la soledad y en la grata reunión no hay nada, pero nada, mejor que un mate bien cebado. 

Cati Cobas  

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