Ignoro si en otros sitios los vendedores ambulantes
suben a los colectivos. Aquí, cada vez menos. Aunque sí los hay (en muchos
casos improvisados a partir de la crisis y la necesidad de llevar el pan a sus
casas) en trenes y subtes, a montones.
Pero yo hablo de aquellos que hacían de la venta
ambulante una verdadera profesión, que empleaban un histrionismo a toda prueba,
logrando capturar la atención de los ensimismados pasajeros, así como su comprensión
y alguna sonrisa aderezados con frases hechas pero no por eso menos efectivas.
Hace pocos días subió al ómnibus uno de esos
dinosaurios. Era un vehículo lleno de gente con aspecto desencantado y una
mueca triste en los labios, como si pocas ilusiones y dinero les quedara en los
días previos a fin de mes. Me había tocado el asiento que enfrenta a los
pasajeros así que podía ver la escena desde detrás del escenario.
El actor, perdón, el vendedor, comenzó a realizar la
demostración del uso de un mágico aparatito en el que se colocaba el ojo de la
aguja y enganchando el hilo en una palanquita, éste aparecía enhebrado
mágicamente. No se trataba del clásico enhebrador metálico sino de un prodigio
de ingeniería. De un maravilloso y original descubrimiento para cualquiera que
se viera en la necesidad de dar una puntada.
“¡Cuántas
veces, señora!- dijo el vendedor dirigiéndose a mi- ¡Cuántas veces ha
estado usted esperando a un nieto para
que le enhebrara la aguja!” ¡Atrevido! ¡A mí que no tengo nietos y todavía me
las ingenio para enhebrar hilos y sueños!
Igual sonreí. El vendedor era persistente,
convincente y mostraba el objeto con un ingenio maravilloso. Todos
contemplábamos el hilo, la aguja y admirábamos la facilidad con la que hacía su
faena. Alguna broma por aquí, alguna sonrisa por allá y todo el colectivo
embelesado hasta el golpe de gracia consabido: “Y como si esto fuera poco…” Ahí
salió un cartoncito con agujas. Todo por el módico precio de veinte pesitos… ¿Qué
son veinte pesitos, señora, señor?
Transigimos. Creo que casi todos nos fuimos con veinte
pesos menos, el aparatito novedoso y las agujas. El encantador de serpientes se arrojó del
vehículo a toda prisa.
Hace una semana que intento vanamente que el dichoso
enhebrador enhebre algo. Y las agujas estaban oxidadas en la unión con el
cartón.
En fin…basta la salud.
Cati
Cobas
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