Hola, me llamo Cati Cobas, soy mamá, maestra normal y arquitecta. Hace unos días que me preguntaron en qué noto los cambios entre los años de mi juventud y el hoy. Pensé y pensé y creo que una de las cosas más notorias es el frío y la manera de encararlo.
Y
si así me siento, habiendo vivido siempre en esta porteñidad húmeda, no quiero
pensar en el frío Bahía Blanca y aledaños. El de acá era un poroto al lado del que
se debía sufrir al sur de Buenos Aires.
¿Inviernos?
Inviernos los de antes. Clase media barrial. Escuela del Estado y viviendo en
una casa.
Con
sabañones y todo. En mi escuela no había estufas. Casi en sexto grado pusieron
pantallitas de gas que no calentaban nada. Íbamos con guantes y unos sacos
gordos tejidos que por lo menos a mi me hacían ver un barrilito bicolor (se
usaban los sacos gordos tejidos a dos colores, mostaza y marrón o como el mío,
que era verde loro con jaspeado naranja).
El
25 de mayo no cantábamos, tiritábamos todos el himno en el patio descubierto y
no había chocolate de la cooperadora que nos redimiera. Encima, ese día no
podíamos tener abrigo sobre el guardapolvo porque la consigna era ser blancas
palomitas. Blancos estábamos. ¡Cubitos éramos! Se salvaban las maestras con sus
nutrias depiladas y sus astrakanes (en esa época las maestras tenían todas su
tapado de piel para que sepan).
Volvíamos
a casa y era peor. Una estufa de velas en el comedor para todos y los pies
helados en la cama de no ser por la bolsa de agua caliente.
Un
año, a mi abuela mallorquina se le metió en la cabeza reeditar en Buenos Aires
las mesas camilla que se usaban en la isla. Le encargó una al carpintero. Era
una mesa redonda que en el centro, a 10 cm del piso, tenía lugar para un
brasero. La mesa se cubría con una carpeta de terciopelo hasta el piso. Uno
ponía los pies debajo de la carpeta y si no se movía para nada estaba bastante
calentito. Eso sí se para no intoxicarse había que abrir las ventanas y hacer
cambio de aire permanente. Lo que se ganaba por debajo se perdía por arriba.
La
modernidad trajo estufas de gas, eléctricas, radiadores de aceite, calefacción
central, losas radiantes y aires acondicionados frío calor y dejamos de tener
frío. Por otra parte el cambio climático se hace sentir y parece otoño durante
muchos días del invierno.
Por
eso, cuando ahora por alguna razón algún día falla la calefacción o el gas
cuesta un ojo de la cara, me consuelo pensando en aquellos fríos de mi infancia
y en la mesa camilla de mi abuela y me digo: ¿Fríos? Repito: Fríos eran los de
antes… ¡Qué me van a hablar de frío!
No hay comentarios:
Publicar un comentario