domingo, 30 de junio de 2019

323) Londres, Malena y el piloto rosa chicle (El regalo- Caticrónicas de viaje)



El día comenzó complicado. Donald Trump estaba visitando la ciudad, razón por la que la visita guiada de la mañana fue un fiasco. Solo un galopar por los sitios emblemáticos sin que verdaderamente pudiéramos disfrutarlos. Y, para colmo, nuestro guía, Enrico, me propinó una filípica por (según él) presentarme tarde a la excursión. No fue así de ningún modo: mis compañeros se sumergieron en el ómnibus antes de las ocho, la hora consabida y me quedé esperando hasta que apareció Enrico a rescatarme. Mal comienzo, me dije, amoscada.

La tortura terminó al mediodía, cuando nos dejaron en el Palacio de Buckingham luego de pasar raudamente por la Abadía de Westminster, el Big Ben y algunos otros íconos londinenses, que quedarán para ser observados de cerca en “Madrileños por el Mundo”, mi programa de viajes favorito.

No obstante, la autora de estas líneas es alguien a quien es difícil arruinarle el día. Y a partir de esa hora se unió a Malena para iniciar una expedición a su modo, plenamente disfrutada. Laurita había decidido para sí otros recorridos, por lo que nos despedimos de ella deseándonos lo mejor.
El principal objetivo era The Shard, el rascacielos cuyas vistas eran, a la ciudad, el equivalente de la torre Eiffel de Paris. Y hacia allá fuimos.

Una pena que este día fuera el único compartido con la farmacéutica cordobesa. Ella partió luego a París, y me vi privada de su bonhomía, parloteo simpático y despiste sin tregua. Cuando volvió a unírsenos en Alemania, si bien coincidíamos a veces, fue difícil retomar la complicidad de ese día inolvidable.

El metro nos dejó frente a la Torre de Londres. Comenzaba a llover. Y un viento muy molesto impedía abrir nuestros paraguas. Pero a una mujer de recursos nada de eso la amedrenta. Busqué en mi mochila un elemento ad hoc que, previsora, había comprado en plena calle Florida: ¡mi piloto rosa chicle!

La cara de Malena se transformó cuando me vio enfundada en él. Francamente ridículo. Incluso tenía un aire al disfraz de preservativo que usaba Jorge Guinzburg en alguna presentación televisiva. Pero la cordobesa era una mujer educadísima. Solo sus ojitos brillantes la delataban, razón por la cual, esta servidora: tan contenta y fiel al viejo lema “ande yo…ríase la gente”.

Me parecía un sueño contemplar la Torre, en la orilla norte del Támesis, que como todos saben, es, en realidad, un lóbrego castillo con un infinito número de torres, cada una con su historia.
Un cuervo inoportuno, pariente sin duda de los seis que la custodian para evitar, según cuenta la leyenda, el fin de la monarquía y del país, se acercó a saludarnos, mientras contemplábamos, asombradas, esas piedras, que infunden temor y respeto desde el 1066. Si bien Ana Bolena, paseando con su cabeza en la mano, no rondó por ahí, no dejamos de sentir su presencia y la de todos aquellos prisioneros que tuvieron este sitio por morada o lugar de ejecución según el caso.

La orilla del Támesis contempló a dos señoras pintorescas trajinando para llegar a su objetivo de cristal y acero mientras disfrutaban de puentes y embarcaciones, hasta de la insolente lluvia que no nos permitía prescindir del ridículo atavío y las socarronas sonrisas que generaba.

The Shard, al sur del río, cumplió con mis expectativas. The Shard, también conocido como Shard of Glass, Shard London Bridge y antiguamente London Bridge Tower, es un rascacielos de 95 plantas situado en Southwark,  y diseñado por el arquitecto italiano Renzo Piano. Con una altura de 309,7 m, The Shard es el edificio más alto del Reino Unido, el sexto edificio más alto de Europa y el 110º edificio más alto del mundo. También es la segunda estructura autoportante más alta del Reino Unido. Fue delicioso contemplar Londres desde él. Así como subir en un segundo los noventa y tantos pisos hasta el mirador. El Támesis serpenteaba allí debajo, y nosotras nos alegrábamos descubriendo cada sitio emblemático con la sensación de vivir un momento único..

La Catedral de San Pablo nos recibió, después, con un concierto, que disfrutamos, aleladas por la imponencia del lugar. Hasta que decidimos que ya habíamos vivido suficiente cultura londinense y era hora de momentos más terrenos.

Harrods nos hizo evocar a nuestra Harrods, en la que íbamos a ver a Papá Noel. Y ahí y en otras tiendas de Knightsbridge terminamos de entender aquello de ”hay un mundo mejor, pero es carísimo”, por lo que decidimos consolarnos en un pub, ¡que bien nos lo merecíamos, después de tanto trote!


Para ingresar me quité el rosado adminículo protector para asumir un aire de mujer mundana, acostumbrada a esos sitios. No valía la pena porque en Londres nadie mira a nadie demasiado.
El “fish and chips” estuvo delicioso. Y la cerveza también. El brindis nos permitió celebrar el encuentro con esta nueva amiga que me deparó la vida, asumiendo estoicamente el precio de mi compañía y del impermeable vergonzante.

Cati Cobas

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