La
partida
El aeropuerto de Ezeiza
es sencillito y de alpargatas pero todos sabemos cómo desenvolvernos. Hasta una
mujer nonagenaria que, en silla de ruedas, clamaba por asistencia. Cubierta su
cabeza por una boina y rodeada de valijas, pedía, de modo imperativo y exigente atención personalizada.
Aparentemente había ido sola y se incorporaría a nuestro grupo. No piensen ustedes en una encantadora y sonriente viajera anciana de las que se muestran en Facebook. Esta señora se comportaba como si todos tuvieran que servirla incondicionalmente.
Como comienzo fue un
puñetazo. Mis futuros compañeros de grupo y la señora y yo estábamos
identificados por una etiqueta verde y nos íbamos reuniendo y agrupando. La mujer,
de boina y mirada impertinentes, logró su cometido y partió en brazos de la
gente de seguridad del aeropuerto, dejándonos un tanto preocupados. Joanette
era su nombre (lo supimos después) y nos producía una mezcla de estupor,
admiración y enojo. ¿Cómo vamos a viajar con ella? No tiene acompañante. ¿Nos
entorpecerá el viaje? Si bien la mayoría de los viajeros éramos, por lo menos,
sexalescentes, Joanette nos resultaba, a priori, un engorro, una bofetada,
porque todos nos veíamos en ella con
veinte años más y daba escozor contemplarse en ese solitario espejo, cuyo empeño
vital superaba cualquier expectativa.
Se nos había prometido
un asesor para los trámites de partida pero tardaba en aparecer y la
impaciencia nos invadía. Comenzamos a charlar entre nosotros y así descubrí a
Malena, una farmacéutica cordobesa, con la que simpatizamos en seguida. Los
cordobeses abundaban en el grupo y entre ellos destacaban Eduardo y Silvana, su
mujer, gentiles y agradables en todo momento. A Laura no la vi hasta llegar a
Londres y, sin embargo, ella sería mi joven compañera de aventuras europeas.
Primer regalo. Fue un privilegio recorrer juntas los caminos y reírnos tanto,
tanto, acompañadas, de a ratos, por Eduardo, coetáneo caballero que se nos unió
en Amsterdam y con el que completamos un trío de complicidades absolutamente inolvidable.
Poco a poco iré
develando a los demás protagonistas de este viaje. Casi todos tienen su propio “fundamento”
como diría Carlos Arguiñano, y constituyen una parte importante del mismo.
No bastan los paisajes
y ciudades. Un viaje está hecho de su gente: la que camina con nosotros y la
que vamos encontrando en el camino.
Avión y vuelo con poco
que agregar, salvo las exigencias de Joanette, que continuó torturando a la
tripulación y vecinos de asiento sin piedad, haciéndonos pensar que la travesía
que nos aguardaba sería intolerable.
La
llegada
Laura y Eduardo niegan
que el aeropuerto de Heathrow sea, por lo menos, imponente, cuando no
atemorizante. Yo sostengo que sí lo es. Al terminar los trámites, el grupo de
tarjetas verdes se fue reuniendo y buscando al chofer que debía venir a
buscarnos con cartel ad-hoc.
¡Adivinaron! Durante
una hora nadie apareció. La argentinidad al palo hacía que nuestras conjeturas
fueran de lo más variadas. ¡Y para colmo teníamos a Joanette dependiendo de
nosotros! Finalmente, al mejor estilo “made in Lanús”, apareció un señor de
ojotas y bermudas, que informó se ocuparía de nuestro traslado. Suspiros de
alivio entre los que nos veíamos trasladando a nuestra involuntaria compañera
en la, hasta ese momento, desconocida Londres.
Cati
Cobas
excelente Caticobas!, agregaría que nuestro guía Enrico, después de atender "personalmente" a tan especial clienta, si existe el cielo o la felicidad eterna como recompensa de nuestro paso por el planeta, se hizo merecedor de ambos!!
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Coincido plenamente. Será "San Enrico", el Patrono de los Guías Barocos...
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