domingo, 20 de diciembre de 2009

238-Nunca segundas partes...

(Fotografía, del blog carnerrasa.blogspot.com. En caso de que el autor de la foto no desee que la coloque aquí no tiene más que decírmelo...)

Y sí. El título dice una gran verdad. Nunca fueron buenas las segundas partes. Por lo menos en el cine. Y creo que en las crónicas ocurrirá otro tanto, pero igual hay que teminar lo que se empieza (así fue siempre el mandato de los Cobas, al que no puedo sustraerme) razón por la cual voy a contarles, lo más brevemente posible, cómo acabó nuestra aventura con los lavarropas.

Amoscada por la conducta de mi artero vecino, que se llevó el artefacto sin sudarlo, decidí compelir a Cayian para que fuésemos en busca de uno nuevo. Conste que hablo de Cayian y no de Robert porque a la hora de las compras y las decisiones domésticas mi querido cónyuge pierde un poco su carácter “cinematográfico" para adquirir uno mucho más terreno, como la mayoría de los maridos, justo es reconocerlo.

¿Dónde vamos?, me preguntó una mañana. ¿A Garbarino o a Rodó? Las últimas compras habían tenido lugar en la primera firma, y no habíamos quedado del todo convencidos por el resultado, por lo que decidimos volver al barrio para confirmar, finalmente, que las conspiraciones electrodomésticas están en todos lados.

Ardua lucha para discernir qué modelo de tortura nos convenía hasta que compramos uno y quedamos en que la entrega sería esa tarde a las cinco. “Quédese tranquila, señora todo va a andar de maravillas”, mintió el vendedor…y le creímos.

Para colmo, en las confabulaciones de artefactos colaboran hasta los vecinos.

Cuatro y media, me avisa Cayian que ha encontrado a nuestra vecina del séptimo, una señora muy mayor, como la mayoría de las señoras que habitan este digno edificio, absolutamente perdida, golpeando el departamento equivocado y sin saber bien quién era ella misma mismamente. ¡Debemos avisarle a la hija!, dijo el samaritano marido mío.

Como era lógico, a las cinco en punto llegaron el nuevo habitante de esta casa y la hija de la viejita perdida, por lo que debimos repartirnos la tarea. A Cayian, le tocó el electrónico y a mi, consolar a la muchacha de sus problemas maternales. Cayian interrumpió en un momento mis intentos de consuelo, con la intención de que juntos verificáramos al recién llegado, pero, enfrascada en la charla, no le hice el menor caso, lo confieso, por lo que filosóficamente, el buen hombre dio la propina al transportista y se retiró a sus aposentos.

Cuando al día siguiente quisimos poner en marcha el recién llegado y consultamos el manual…¡Faltaba un taponcito que, según parecía, era importantísimo!

Cayian comenzó a resoplar, pareciéndose cada vez más a Boris Karloff y menos a don Wagner: “¡Yo sabía! ¡Yo sabía que si vos no mirabas la entrega ibas a decir que algo faltaba! ¡Tenía que haber atendido yo a la chica y vos al lavarropas! ¡Yo sabía!

Cuando un marido dice “yo sabía”, la más elemental sabiduría matrimonial indica que lo mejor es de sa pa re cer. Y eso hice.

Partí rauda a Rodó a buscar el taponcito, regresando llena de sudor, en un día terriblemente pesado y caliginoso, pero sintiéndome victoriosa, con el imprescindible elemento portado cual estandarte del siglo XXI.

Cuál no sería nuestra sorpresa al descubrir que el objeto de nuestros desvelos era mucho más chico que el orificio a cubrir…

Ama de casa desesperada, llamé al service y en ese momento comprendí que había sido nuevamente víctima de la mafia de los lavarropas, porque me informaron que el elemento en cuestión…”solamente cumplía fines estéticos”.

¿Me creen si les digo que en la primera lavada me olvidé de poner jabón y en la segunda, lo coloqué en la cubeta de la lavandina?

Pero ahí no termino la cosa. Estamos siendo objeto de una venganza solapada y literaria, hecha papel, tinta e instrucciones…

¡El lavarropas nuevo tiene más “programas” que cuatro “botineras” juntas…!*

Sepan los lectores que, a una semana de que “el nuevo” habite nuestra casa, todavía estoy releyendo el manual porque no puedo decidir si uso el programa de sesenta grados espuma de algodón o el de lavado en frío sin arrugas a la vista o...

¡Una tabla de lavar a la derecha…! *1

Cati Cobas

*Para España:

Este "guiño" hace referencia al lunfardo doble sentido de la palabra “programa” que aquí refiere a las salidas “pagas” de las chicas dedicadas a la profesión más antigua del mundo, en este caso realizada por “botineras”, especializadas en futbolistas.

*1 También para el código argentino, refiriendo al presidente Raúl Alfonsín quien en sus discursos multitudinarios requería “un médico a la derecha” (del escenario).

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