sábado, 5 de junio de 2021

336- La última mamá Caticrónica autoreferencial (2019)


Estudiar Arquitectura en los 70 del pasado siglo para las mujeres no era algo demasiado común por estos pagos. Implicaba viajes interminables a Ciudad Universitaria, largos días en la biblioteca (los libros eran carísimos), muchas noches sin dormir, acompañadas por la radio, y, sobre todo, reunirnos en nuestras casas para estudiar durante largos,
 larguísimos veranos.

Las estadías duraban varios días, y eso nos permitía convivir con diferentes familias, costumbres, papás, hermanos pero, sobre todo mamás. Las mamás fueron un pilar fundamental para todas nosotras. Ellas nos atendían, alimentaban, animaban y un etcétera tan largo que sería arduo detallar. Creo que intuían que en nosotras se estaba gestando el cambio de época y que la universidad era el mejor camino.

Las mujeres de esa generación, aun habiendo estudiado, estaban dedicadas “al hogar”, por lo que teníamos oportunidad de estar muchas horas con ellas y aprender de cada una.

Sí. Aprendimos tantas cosas… Las ganas de disfrutar de la mamá de Adriana, el savoir faire de la de Nani , con la mesa puesta siempre como en lo de Mirtha Legrand y largas charlas de sobremesa, la ternura pícara de la mamá de Silvia, su pulcritud, las telenovelas con un guiño cómplice y ese yogurt tan rico que me compraba especialmente desde el día en que le conté que en mi casa no se consumía. Mamá también tenía lo suyo. Cariñosa y cálida, nos preparaba su mejor arroz, hablaba de ese París que nunca llegó a pisar y no nos reprochaba las pegatinas que quedaban en el parquet luego de las entregas a pesar de que en esa época cuidaba a su mamá inválida. En vez de decir “de nada”, empleaba una fórmula antiquísima que “las chicas” todavía recuerdan: “¡Valiente,  …..!” era su forma de decir: “no tenés nada que agradecer, estoy contenta de recibirlas”.

He dejado para el final a la responsable del título de esta crónica personalísima. Porque ha sido la última en partir. Lo hizo este viernes, y cuando el sábado fui a despedirla sentí que con ella se nos iba el último destello de juventud (aunque todas nosotras estemos frisando los setenta).

¿Cómo contar de la mamá de Ana? Rubia, ágil y juvenil estaba dotada del menos común de los sentidos y lo ejercía a rajatabla. Inmigrante croata, mujer de fe, pero no mojigata, supo soportar dolores enormes y seguir adelante con dignidad, entereza y, yo agregaría que, a su modo, alegría. Dueña de un humor singular y un poco ácido a veces, nos brindó la certeza de que siempre se pueden sobrellevar los golpes más tremendos si se tiene la covicción de que no se nos dará más carga de la que podamos soportar. Nos permitió también disfrutar de sus deliciosas comidas traídas de tan lejos, de su sol hecho jugo de naranja y de las ruedas de su bici acompañándonos a tomar el colectivo como forma de protegernos.

La “chicas de la facu” estamos grandes. Varias son abuelas y todas (menos yo) ya conocen la palabra “suegra”. Pero saber que la mamá de Ana estaba en este mundo, aún con sus achaques, nos hacía sentir jóvenes, a qué negarlo. Y ahora que “la última mamá” nos dejó, hemos tenido que ubicarnos en el escalón tan temido (esperemos no saltarlo demasiado rápido).

Mientras la despedíamos, pasaron por nuestro corazón agradecido todos y cada uno de los momentos que ella nos supo regalar. Y en el abrazo a la amiga huérfana, a sus hijos, a sus nietas, tratamos de que se entendiera lo importante que había sido esa mujer para nosotras. Que no la olvidaremos.

Chicas: rescatemos el mensaje de todas nuestras mamás: no solo las palabras nos harán perdurar cuando nos toque partir. Serán los sabores, los perfumes y, los gestos, sobre todo, que cada una pueda dedicar a los nuestros y a los que los nuestros amen. Así tendremos vida más allá de la vida.

Cati Cobas

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