Confieso
que desde mi tierna juventud tuve un poquito de aprehensión frente al naranja.
Quizás sería por aquello de “el que no salta es un holandés” de nuestros
mundiales de fútbol. Lo cierto es que la tierra de los polders, los molinos,
los tulipanes y las vacas primas de las nuestras, amén de la reina nacida por
estos lares, no era, en este viaje, la que más entusiasmo me producía
descubrir.
Y
digo Holanda. ¡Ya sé! En realidad estaré hablando de los Países Bajos o Neederland,
porque nuestro Diccionario Panhispánico de Dudas dice que puede hablarse de
Holanda, ya que es la región histórica más influyente o relevante.
Pero
el hombre (en este caso la mujer) propone y… Cuando partimos de esta tierra
tuve que reconocer que su gente es admirablemente ordenada y trabajadora sea
cual fuere el sino que marque su vida. Y que eso se plasma en tierras
recuperadas al mar palmo a palmo, en trajes típicos inmaculados, en calles y
canales impecables, en arquitectura de avanzada junto a pueblitos de cuentos
bordados en encaje y en geranios y en quesos riquísimos que también eso es
importante.
Conclusión:
para una porteña imperfecta, como yo, los Países Bajos son una tierra digna de
imitar pero donde no estoy segura de poder hallarme a gusto si me tocara vivir
eternamente aunque vale la pena conocerlos.
En
esta etapa del viaje pasamos a constituir un terceto viajero. Se nos sumó Eduardo,
por pocos años menos, coetáneo de esta servidora. Hombre de números pero dueño de
un humor digno del dúo que conformábamos con Laurita, comenzó a compartir
nuestros paseos y comidas, lo que generó una complicidad hecha de risas y agudas
observaciones sobre los sitios que visitábamos y los avatares del viaje que,
desde entonces fue más divertido, si cabe.
Eso
sí. Los tres hicimos un pacto de honor: no nos consideraríamos “atados” cuando
nuestros deseos turísticos no coincidieran, de modo que logramos el equilibrio
perfecto: compañía o soledad, a gusto y sin compromisos. Digo esto para animar
a la gente que no puede creer que me haya atrevido a viajar en un grupo y a la
vez, absolutamente sola. La verdad: lo recomiendo. O los planetas se alinearon
para que la decisión fuera correcta y encontrara buena compañía o mi ángel
guardián sobrevoló la agencia en la que contraté el paseo.
Comenzamos
por Róterdam. El Markthal, un edificio inaugurado en 2014, imponente y original
en su diseño, combina viviendas con un mercado, construido sobre un pueblo
enterrado del siglo XIV, fue el primer lugar que visitamos. A decir verdad, mi
asombro por el diseño en herradura y el enorme espacio sin columnas, correspondiente
al mercado, con su bóveda cubierta de gigantografías 3D, fue tan grande como el placer de comer unos mejillones
dignos del mejor restaurante. No por nada fue considerado por algunos como la moderna
Capilla Sixtina de Róterdam (el edificio, que no los mejillones).
A
continuación, las Casas Cubo, pensadas como un bosque
abstracto, un pueblo dentro de una ciudad, donde cada casa representa un árbol
y todas las casas juntas un bosque que deja espacio libre al nivel de suelo, optimizando
el espacio interior. Laurita y yo recorrimos el lugar disfrutando cada patio y
la sensación de vivir un lugar insólito y sumamente original.
Nos
despedimos de la ciudad contemplando la iglesia protestante de San Lorenzo,
símbolo de la resistencia de la comunidad de Róterdam, casi destruida durante
la Segunda Guerra Mundial y vuelta a construir. Una vez más, una muestra del
empeño y perseverancia holandeses.
La
Haya fue un soplo para una fotografía y llegamos a Amsterdam donde participamos
de un crucero nocturno por los canales y una visita diurna malograda por la
lluvia, el viento y la tormenta.
¡Debieran
haber sido moscas por la noche! Nuestros acompañantes mexicanos en Bruselas
comenzaron con ojitos vehementes hacia mi coequiper, una serenata en el ómnibus,
que fue coreada por casi todos los integrantes del paseo. En mi caso, colaboré
con “La felicidad” de nuestro benemérito Ramón Bautista Ortega (no podía cantar
otra cosa, realmente). Esta vez, la presencia de nuestro nuevo amigo evitó los
intentos de contra ataque hacia Laurita que ya venían frustrados desde Bruselas
y en la lancha ya no se sentaron con nosotras para alivio de Laura, estoy casi
segura.
No
fui al Barrio Rojo. Comprendo a quienes les interese o les de curiosidad. No es
mi caso. Y no por mojigata. Simplemente sentí que para mí no era.
Amsterdam,
sus casas flotantes, sus ventanas ávidas de luz y sin cortinas, sus flores por
doquier, su precisión de relojería, no necesitan demasiadas explicaciones,
aunque sí una calurosa recomendación para visitarla.
Volendam
y Marken, dos pequeños pueblitos pesqueros, acunaron mi tarde solitaria con los
golpes de los mástiles de los barcos sacudidos por un viento muy fuerte. Sus
molinos, sus casitas de cuento me parecían salidas de las ilustraciones de un libro
y ni qué decir de sus jardines y flores minúsculos pero aprovechados con amor y
sabiduría.
Al día siguiente partimos para Alemania pero todavía en tierra
neerlandesa nuestra Joanette nos sorprendió soberanamente (adjetivo adecuado
por estar en un reino).
¿Recuerdan
que esta honorable anciana pretendía que todos la sirvieran? Con prepotencia,
con muy poca empatía, continuaba torturando a Enrico y Paco, coordinador y
chofer respectivamente. Ambos hacían lo imposible por contenerla, complacerla y
satisfacerla. Se suponía que su grado de invalidez era proporcional a su edad.
Así lo sentíamos todos.
Tuvimos
que hacer un alto en la ruta. Y el aparato de abonar el ingreso a los baños no
funcionaba. Convocado que fue Enrico, éste nos dijo que, dado que el tema era responsabilidad
de la estación de servicio, pasáramos por debajo del molinete agachadas o gateando.
Señoras
y señores: ¿Quién fue la campeona de gateo en estas circunstancias tan
incómodas?
Adivinaron:
¡Madame Joanette!
Para
mí que los quesos holandeses tienen influencias mágicas en la salud de las
personas…
Cati Cobas
Qué buenas y divertidas experiencias. Como siempre las relatas tan bien que parece que una está allí. Si hay un país que me gustaría visitar sería Holanda, será por los tulipanes. en fin.Gracias por las fotos y por el paseo. Un abrazo grandote.
ResponderEliminarGracias a vos, Rosa María...
ResponderEliminar