domingo, 11 de diciembre de 2011

283-Tiempo de jazmines

¿Saben amigos? Buenos Aires, en noviembre, es azul alilado de jacarandáes pero en diciembre se vuelve blanco y perfumado. Parece que en esos dos meses hasta la naturaleza le rinde honor a la bandera que debiera unirnos más allá de mundiales y torneos como cuando casi todos vestíamos el guardapolvo blanco.

Es domingo. Mi balcón se asoma al verano que ya está aquí y me regala las ingenuas decoraciones de mis vecinos en la torre de enfrente de casa. Ya llega Navidad. El calor aprieta mientras nos enredamos en reuniones de última hora con amigos a los que se quiere entrañablemente pero a los que se ve poquísimo durante el año. Ya llega Navidad. Y con ella, el níveo perfume que huele a regalos y a preludio de vacaciones. Es, por fin, tiempo de jazmines. Los mismos que
nos atrapan en veredas y jardines, en terrazas y patios. Diciembre huele, definitivamente, a ellos en todas sus versiones.

En mi caso, no puedo sustraerme a su magia y suelo comprar un ramito de jazmín del cabo cada vez que puedo. En mi escritorio o en mi cocina me recuerda lo hermosa que es la vida.

Será por eso que ella me ha dado este año una sorpresa: mi jazmín estrellado y pequeñito ha florecido de modo tan generoso que me permite llenar de flores cotidianas mi fuente de angelitos (un recipiente de vidrio con gemas en el fondo, que es para mí un homenaje a mis ángeles amigos).

A veces pienso que, quizás, sean ellos los que se ocupan de la gloria mayor en la materia que bordea mi ventana. Porque el jazmín del país sembrado por papá hace cuarenta años sigue dando flores. Sus tallos son leñosos pero está vivo y florece puntualmente.

Nos dice a quienes habitamos esta casa que no olvidemos nunca que todo continúa y si se siembra con amor, a la larga éste vuelve convertido en blancos cuando llega el tiempo de jazmines.

Cati Cobas

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