Para Marcelo, con mi agradecimiento...
Si hay un nombre fundamental en mi vida es el de Isabel, mi abuela materna. Nombre que también es mío, aunque haya sido opacado por el de Catalina y hasta por algún sobrenombre de la infancia, del que prefiero hacer caso omiso.
Siempre me gustó el nombre de la mallorquina bajita, simpática y refranera, que tanto influyó en mi amor por su terruño. Pero, investigando para esta crónica, acabo de descubrir que tiene en su etimología paradojas importantes porque “una hipótesis probable afirma que proviene del latín «Isis bella» («Isabella» en italiano moderno), en honor a la diosa egipcia de la fecundidad Isis, cuyo culto era muy popular entre los soldados romanos, más el epíteto «bella», subrayando su feminidad. Al parecer, se habría ocultado el origen pagano del nombre presentándolo como una variante del hebreo «Elisheva» («Elizabeth») que proviene del hebreo y significa ‘juramento de Dios’, ‘promesa de Dios’ o ‘Dios es mi juramento’.” O sea que, de movida, las Isabeles venimos encubiertas. Nacimos paganas y con sex appeal y por influencia hebrea nos transformaron en prometidas al Señor. ¡Menudo lío!
Y así ha de ser, nomás. Mi diminuta abuela, que parecía frágil y fácil de llevar y traer por su aspecto, soterraba una mujer luchadora, con la inmensa fuerza de su fe y un ánimo templado capaz de hacerle frente al más pintado. De “petiza”: nada. Era una grande. Ella y sus dichos. De los que, en la última crónica omití todos aquellos relacionados con Dios, los que sumados a algunos adjetivos que, según me dicen, ya no se emplean en Mallorca, la muestran en una faceta distinta.
Sus expresiones religiosas iban desde “Déu m’hos ne liberi!” (¡Que Dios nos libre!), “Gràcies a Déu!” (Gracias a Dios), “Si Déu ho vol i Maria!” (Si Dios y la Virgen lo quieren), hasta “El Bon Jesús hem farà caminar…” (El Buen Jesús me hará caminar), siendo esta última la que sostuvo su esperanza en sus diez años de discapacidad finales. ¡Menuda Isabel! ¿Verdad? Una nueva paradoja. Porque en este caso “menuda” significa “de gran talla y valía”.
En cuanto a los adjetivos, hay tres que, quizás, hagan sonreír a algún isleño (si logra perdonarme los errores ortográficos). Porque para ella (y para mi madre y para mí, por herencia inevitable) hay tres cosas que una mujer que se precie no debe ser: “mellenga“, “tudada” y “nyieu nyieu”. Que en castellano equivalen a desprolija, despilfarradora y mojigata. Aunque este último adjetivo va mucho más allá. Se aplica a esa gente que se hace la buena, la componedora, la religiosa pero en realidad tiene, como diríamos por estos pagos, “el puñal bajo el poncho”.
Y hablando de Isabeles. Gracias a las investigaciones de mi primo Miguel, esposo de la “madona”, papá de Ángela y Joana Aina, suegro de Banderas y abuelo del niño de colores para los lectores que me siguen, he descubierto una nueva y fundamental “Isabel” entre mis ancestros. Una, que me llena de curiosidad y a la que, según mi imaginación, se debe el que la finca de la familia se conozca como “Can Bet”. Bet es un diminutivo de Isabel, y así se llama el huerto de mis primos. Digo que imagino que debe su nombre a una tatarabuela que se llamaba Isabel Salom (¿Bet?). Tal vez una Isabel católica pero que encubría los efectos de las conversiones durante la Inquisición en Mallorca, cuyo apellido se ha ido perdiendo a medida que ha habido casamientos y nacimientos, como en cualquier árbol genealógico. Pero no sé por qué, me alegra saber que existió, también en la familia de mi padre, una Isabel ¡y nada menos que “Salom”! Eso explicaría una sensación que he tenido siempre con respecto a la cultura judía, a pesar del Bon Jesús y sus acólitos. Una sensación de empatía, de no sentirme totalmente ajena a ella, una cierta comodidad en cuanto a formas de pensamiento, de encarar la vida y hasta de ser madre…(Y permitan los lectores que me sonría al reconocerme como una verdadera idishe mame argento mallorquina).
Así que, tal vez, entre las Isabeles encubiertas, ésta, histórica y paterna, sea la responsable de que esté disfrutando, como mi abuela materna, de otra serie de refranes y maldiciones que han llegado a mis manos, de las manos de Marcelo, un compañero de Jorge que, conocedor de mi empatía con esta cultura, me hiciera llegar hace un tiempito.
En él (Refranerito sefaradí e idish, de Eliahu Toker) se pueden encontrar ideas tan ingeniosas, tan plenas de humor y de sabiduría, que es imposible no compartirlas. Vayan, a modo de aperitivo, las siguientes: “El que se casa por la moneda, ésta se agota y la mujer le queda.”; “Cada uno tira de la colcha para su lado.”; “Solo, ni en el cementerio.”, “Por miedo a lo que coman los pajaritos no siembran trigo.” “Si lo quieres conocer, dale poder.” Frases que, coronadas por “Al rico hasta el gallo le pone huevos, al pobre, ni la gallina.” muestran de cuerpo entero una cultura y una filosofía tan interesantes como la mallorquina, que develara en otra de mis crónicas.
Y aquí arribada deberé confesarme también, una Isabel encubridora con algo de “nyieu nyieu” ya que, aunque procuro ser buena persona, cuando me hacen enojar mucho pero mucho mucho, me siento absolutamente identificada con la versión de Toker de sus “mejores maldiciones judeo españolas” y me dan ganas de desearle a aquel que me ha hecho enojar “Que se parta en veinticuatro pedazos”, “Que vaya y no vuelva y a cada paso se caiga”, “Que lo lleven en andas…al hospital” o “Que se le caigan todos los dientes menos uno …y ése, le duela”.
Pero para cerrar, paradojalmente, recurriré a una Isabel de origen armenio. Mi recordada y añorada “Tía Isabel”, hermana de mi suegro. Su manera de ser honra lo mejor del nombre. Porque era hermosa y buena en el mejor sentido de la palabra “bueno”. Fiel a sí misma de la cuna a la tumba, será para siempre mi inspiración y mi guía. Ella eligió la alegría como arma. Aun en medio de las peores lágrimas. Esa Isabel se animó a vivir tantas vidas como se le pusieron por delante. Supo ser la más emblemática de las tías e iluminar a varias generaciones familiares solamente con la palabra y la presencia. Con ella, la del amor sin encubrimientos y la del corazón libre de maldiciones. La que supo, sin ser muy religiosa, ni cristiana ni judía, honrar la vida de la mejor manera. Con ella les digo ¡hasta la próxima!
Cati Cobas
Como siempre tus crónicas Cati, son muy entretenidas. Me ha hecho pensar en mi segundo nombre, poco usado, y que ha sido el de mi abuela, de una tía y varias primas, y es muy bonito y sensual: Cármen. Ah, también tengo una tía Isabel.
ResponderEliminarMuchos cariños.
Gracias, Lucía. Es mi propósito al escribirlas: que el lector pase un ratito ameno y, de paso podamos aprender alguna cosa nueva él y yo...Un abrazo de Baires a Mardel...
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