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“Se fueron los aplausos
y algunos recuerdos
y el eco de la gloria
duerme en un placard.
Yo seguiré adelante
atravesando miedos
sabe Dios que nunca es tarde
para volver a empezar.”
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Volver a empezar (Letra y música Alejandro Lerner, músico argentino)
Y regresé a Madrid. Sexagenaria y principiante en una vocación tardía que me hace muy dichosa. Regresé a Madrid, que es como decir que volví a un lugar casi tan mío como esta Buenos Aires en la que nací y vivo. ¿Tendrán algo que ver con esta sensación de pertenencia los pasodobles de mi infancia, que me llevaban con la florista de los nardos, por la Calle de Alcalá, de la mano de “mi” Lolita Torres? ¿O los ya mentados “NODOS” del cine Novedades, después de los Gavilanes de España, en el Bar Español? Creo que en realidad los “gallegos” argentinos, de tanto transitar Avenida de Mayo, creemos que la “Villa del oso y el madroño” es tan nuestra como , a la inversa, le ocurre a Sabina, con Buenos Aires, a la que siente tan suya como si Manzi lo hubiera acunado en ella a puro tango.
Sí. Así, mía, sentí a Madrid la gélida mañana del día en que recibiría el premio, desde el momento en que descendí de la batisfera roja de Ángela, en Huertas. Mía. Como si fuera lo mismo caminar por Preciados o Florida, como si la Plaza Mayor y la de Mayo se hermanaran. Mía. Como si el Barrio de las Letras y San Telmo fueran uno, salvando distancias de prolijidades y limpiezas. Como si el madroño de Sol dejara el bronce para cobijarme como los ficus y magnolias de la Recoleta.
Sí. Me sentí en casa. Y Ángela, su sonrisa y su familia tuvieron mucho que ver con ello, a no dudarlo. Su presencia contribuyó a ponerme a salvo después de tantas horas de vuelo, después del ajetreo que implica para alguien como yo soltar amarras familiares y responsabilidades varias. Tal vez por eso cada minuto de ese día fue precioso. Los bracitos de Miguel, mi sobrino nieto de colores, me dijeron bienvenida y la sonrisa de su papá redobló la apuesta, ciertamente, con ese sabor americano que nos hermana más allá de las variables del idioma, sumergiéndonos, a veces, en divertidas complicidades.
Esta vez caminé sintiéndome “local”, reconociendo, feliz, los lugares donde hace dos años disfruté junto a Jorge de nuestra primera y brevísima escapada europea en luna llena.
Hubo tapas, en el renovado Mercado de San Miguel, digno de ser plasmado por la paleta de un pintor, con sus coloridos y refinados puestos. También -perdone el Creador mis osadías- una vuelta a caballo en el carrusel de la Plaza Mayor, invitación de la Adelantada mediante, vuelta que debe haber puesto, seguramente, de punta los enrulados cabellos de su consorte ante tanta indignidad rioplatense. Les aseguro amigos que el pobre “Banderas” todavía debe estar colorado de vergüenza por el atrevimiento de ésta, su tía política, que no dudó en aceptar la descarada propuesta de su esposa. Pero creo que me indultarán, mis lectores, ya que seguramente no deben ser muchas las señoras “de mi edad” que puedan contar que han andado en calesita ¡a la vera del mismísimo Felipe III!
Pronto llegó la hora del acicalamiento peluqueril y del descanso previos a la recepción del premio.
La habitación del hotel, suntuosa y acogedora, me vio vestir y desvestirme, probar y desprobarme. ¿De negro? ¿Con la blusa de seda clara? ¡Ay, Señor! Estos dilemas femeninos que perturban en disyuntivas tan superfluas como humanas…
Me habían dicho que debería pronunciar unas palabras y la verdad me sentía como Sandra Bullok o Penélope Cruz minutos antes de la alfombra roja. ¡Qué nervios más nerviosos! Mis compañeras de letras y de foros cibernéticos habían prometido estar presentes y no quería decepcionarlos. ¡Benditos mil veces en esa noche fría si las hubo!
De pronto, sonó el teléfono. La voz de Marisa, organizadora del acto, me conminó a bajar ya que la entrega comenzaría en cualquier momento. La decisión fue rápida. Mejor, de negro, que siempre adelgaza y sienta bien…
Pensando en cómo enfrentaría la situación sin tropezar, ni tartamudear, ni cometer las habituales torpezas que me suelen suceder en circunstancias tales, me sumergí en el ascensor y aparecí en la recepción para quedar, sencillamente, boquiabierta. Porque ahí, frente a mí, estaba ¡mi primo Sebastià!, que, en una decisión heroica de toda heroicidad, había abandonado el continente mallorquín y la sombra protectora de almendros y olivares para compartir conmigo esa inolvidable noche bajo el escudo del oso y el madroño. Y como si esto fuera poco, lo hacía acompañado por su hermana que vive en…¡Suiza! ¡Sí! Esa noche la abuela Catalina se encontraba duplicada en sus dos nietas y tocayas. Dos “Cati Covas” juntas y felices después de tantos años de silencio compartían junto a Ángela y Sebastià los ecos de la historia familiar en nuestras “Crónicas de las dos orillas”. ¿Se puede pedir de la vida algo más, amigos?
Toda la gente de la Fundación Ideas se comportó espléndida y generosamente. Hubo discursos, por supuesto, de gente importantísima como Jesús Caldera, vicepresidente de la Fundación, y Ramón Jáuregui, Ministro de la Presidencia de España. Discursos y opiniones para los que - picardía criolla mediante- me va a venir muy bien la vieja frase al estilo de Pilatos: “yo: ¡argentina!”. Aunque no puedo dejar de convenir con el mensaje esencial: “La Fundación Ideas para el Progreso, junto a sus Institutos (entre otros el Ramón Rubial) tiene como objetivo prioritario aportar nuevas ideas progresistas al debate político y social en un mundo en cambio permanente. Su misión consiste en señalar retos y oportunidades, prevenir problemas y aportar posibles soluciones que los resuelvan, soluciones novedosas e imaginativas, pero también rigurosas desde un punto de vista científico y políticamente aplicables.”.
Y agregar que, tanto Elena Alonso Frayle, la ganadora del primer Premio, como esta servidora, nos sentimos agasajadas con simpatía y afecto y recibimos, felices, de manos de Pedro Zerolo, Secretario de Movimientos Sociales y Relaciones con las ONG, de origen venezolano, luchador por los derechos de las minorías , nuestros premios. Por otra parte, tuvimos la oportunidad de conocer en persona a Josefina Samper, alguien que, con noventa años y una viudez reciente, homenajeó a Marcelino Camacho, su compañero de la vida, de una forma entrañable, valerosa y tierna, más allá de ideologías y banderas. Sin duda, las palabras de esta mujer llegaron a todos de una forma absolutamente conmovedora.
Y llegado mi turno: ¡pude hablar! Y contar el origen de mi historia, que fue compartida con afecto por todos los presentes y soportada estoicamente por ustedes, mis lectores, a través de los videos que, tozudamente, me he ocupado de subir. ¡Es que estoy tan contenta! ¡Y tan agradecida por este regalo que me ha hecho la vida!
El brindis posterior fue inolvidable. Demás está decirlo. Volvía a tener ahí a todos mis amigos junto a mi familia, envueltos en abrazos increíbles, como el que nos dimos con Rosa Arroyo, a la que había abrazado siempre virtualmente y a la que me causó gran emoción encontrar ahícito. Tanto como a todos: Soco y su incondicional corazón, junto a Jesús, mi Angelines de siempre junto al Dorre y la presencia de toda la vida de mi madrina Miriam Chepsy, a mi lado, esta vez desde su teléfono en Coruña gracias a una inoportuna hipertensión.
¡Basta! Dejo para la próxima las correrías nocturnas junto a mis primos porque ya la lata es más que mucha.
Y voy a despedirme con las palabras de Lerner que constituyen el preámbulo de esta crónica:
Aunque ya el eco de la gloria está comenzando a “dormir en el placard”, hoy más que nunca siento que debo seguir adelante atravesando miedos porque, a mis sesenta… y un años, la vida me ha enseñado que
“Sabe Dios que nunca es tarde
para volver a empezar…”
Cati Cobas
Cati, a esta crónica le falta la foto de la calesita...
ResponderEliminarTONGO!! TONGO!! TONGO!!
Un abrazo, Angela Covas
Si que la puse, petita...lo pasé superbien con ustedes...Un beso grandote.
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