domingo, 4 de agosto de 2019

328) Sabor a poco y algo mágico, en Alemania “Ich spreche ein wenig Deutsch” (hablo un poquito de Alemán) El regalo- Caticrónicas de viaje



Mis amigos me han escuchado hasta el hartazgo. Este viaje tuvo, como común denominador, la fórmula “subanaprietenempujenestrujenbajen”, pero no había otra forma de realizarlo. 

Con este sistema se obtiene una mirada a vuelo de pájaro. Sensaciones, ramalazos de vida, paisajes que desaparecen demasiado rápido. Pero también la alegría de “haber estado”, que no es poco.

Colonia, Frankfurt, Erfurt y Dresde recibieron nuestros pasos asombrados durante dos veloces días. Los ríos Rin, Meno, Gera y Elba, sus puentes, sus hermosos paseos costaneros, nos ofrecieron paisajes y terrazas para quedarse, para beber una cerveza a nuestra salud en forma más pausada. Solo en Dresde, Laura, Eduardo y yo disfrutamos de un almuerzo acariciado por el sol y saboreado a pleno, en desmedro del museo de la porcelana que, estoy segura, valía la pena. Pero ese día necesitábamos el regalo de sentarnos a vivir, aunque fuera un ratito, una terraza junto al río. Y así lo hicimos. Sabiendo que la vida está hecha de elecciones y renuncias.

La ciudad de Colonia, con su imponente catedral gótica, no destruida por las guerras, nos maravilló por su imponente concepción, por su magnificencia, casi tanto como con sus fuentes. Dicen que Colonia (o Köln) es la ciudad de las fuentes. Muy cerca de la catedral nos topamos con cuatro, todas de diferente estilo y una más hermosa que la otra. Desde una modernísima, en la que se podía saltar de piedra en piedra, hasta otra, dedicada a los duendes de la ciudad. Los Heinzelmännchen son los cuentos sobre los duendecillos del hogar de la ciudad de Colonia. Y a ellos refiere esta fuente.

Además de ríos, puentes y catedrales, hubo una constante que nos acompañó en todas las visitas. Nada más y nada menos que los muros entramados en madera en las viviendas y otros edificios. Construidos con un armazón de madera, en el que se ha empleado el ladrillo como material de relleno de los intersticios entre los diferentes miembros, fue empleado en la edificación de los siglos XVI y XVII y se mantienen vigentes como un sello indiscutible de muchas regiones europeas, con variantes según la zona pero como una constante cálida en el paisaje que adquiere, gracias a ellos, una escala tan humana y romántica que es difícil imitar.

Y hablando de romanticismo: un párrafo especial para el paseo por el Rin. Mi corazón y mi espíritu volaban imaginando vidas en las aldeas y castillos. Escudriñando los viñedos en las laderas. Gozando de los infinitos verdes y de los techos inclinados. Sobrevolando los remates casi acebollados de las pintorescas torres, en la enorme cantidad de iglesias que brotan en cada pequeña ciudad ribereña.

Por todo esto sostengo el título de esta crónica.   Me quedé con ganas de mucho más. Más tiempo, más recorridos, más permanecer en cada sitio. Y agradezco el impulso que me llevó, en su momento, a realizar mis pininos con el idioma alemán en el Goethe Institut, aquí en Buenos Aires. Fue muy gratificante intentar comunicarme con los germanos en su idioma y recibir, como devolución, las mejores explicaciones y una clara señal de reconocimiento y simpatía por el intento. Una recuerda todo lo trágico que ha sucedido en esa tierra  y se conduele, pero su gente resulta amable y, hasta, diría, más cálida y gentil que la de otros países visitados.

Berlín fue otra gran sorpresa. No sé si la guía boliviana, por demás generosa de sus conocimientos, influyó en la visión que tuvimos de esta ciudad, pero tanto de noche como de día resultó muy pero muy interesante todo lo visto y lo vivido.

La luna llena acompañó nuestra primera noche berlinesa. Y bañó los bloques del  Monumento memorial a los judíos asesinados en Europa. Diecinueve mil metros cuadrados y dos mil setecientos bloques que recorrimos abrumados. Dicen que no hay mucha explicación de la idea que inspiró a su creador pero, inmersos en el lugar bajo la luz lunar, la sensación de dolor y de pena nos resultó conmovedora.

El consuelo asombrado fue el recorrido por el centro Sony. Un espacio con fines comerciales con un techo tan original y una propuesta tan rica que nos encantó.
¡Y qué decir de las viviendas del barrio judío! Unas, casi destruidas y bohemias. Otras, modernistas, recicladas y recuperadas en espacios interesantes y cálidos, que vale la pena recorrer y admirar.

Por la mañana: los clásicos. Incluido el muro y el Checkpoint Charlie, el más famoso de los pasos fronterizos de Berlín entre 1945 y 1990. Se encontraba en la Friedrichstraße y abría el paso a la zona de control estadounidense con la soviética. Ambos, junto con  la Puerta de Brandemburgo, nos recordaban sufrimientos indecibles, y nos hacían alegrar sabiendo que eran Historia.

Y por la tarde, Potsdam. Sus verdes y sus flores. Sus bellas casas.
Sus refinados parques. Y las residencias reales, que se construyeron principalmente durante el reinado de Federico el Grande. Una de éstas, el Palacio de Sanssouci (en francés: «sin preocupaciones») nos maravilló por sus jardines y sus terrazas con viñedos.

También la Historia, en el Palacio Cecilienhof, cautivó nuestra atención. En él se celebró la Conferencia de Potsdam al terminar la Segunda Guerra Mundial. Podíamos imaginar a los victoriosos líderes aliados Harry S. Truman, Winston Churchill, así como a Stalin, reunidos para decidir el futuro de Alemania y la Europa de posguerra en general.

En síntesis, Alemania superó mis expectativas. Volvería sin duda, si pudiera.

Pero por si no vuelvo dejaré aquí constancia del mágico regalo que me hizo.

Laura, Eduardo y yo habíamos optado por habitaciones individuales. En cada ciudad, el caballero protestaba porque a él le tocaban las peores vistas, los patios oscuros y cerrados mientras que nosotras habitábamos las que tenían buenas vistas y, a veces, más comodidades. Sin duda, los encargados de asignar habitaciones se debían guiar por el hecho de que las damas somos más proclives a protestar y, entonces, a nuestro sufrido compañero de aventuras lo ponían siempre en penitencia.

Pero en Berlín…¡Fue increíble! Laura y Eduardo fueron destinados a un bloque del hotel y yo a otro. Cuando abrí mi ventana, en un piso altísimo, me topé con la torre de la televisión casi casi ahí nomás, al alcance de la mano. Y una vista tan generosa y amplia de la ciudad que me hizo llorar de emoción y agradecimiento.

¿Me creen si les digo que mis noches berlinesas fueron a cortinas abiertas?

¡Bendita vida!

Cati Cobas

2 comentarios:

RosaMaría dijo...

Pues sí que te creo! Maravilloso pantallazo que me hizo conocer lugares a los que ya no iré. Gracias. Estás muy bien en la foto. Beso

CATI COBAS dijo...

Muchas gracias, RosaMaría. Me alegraste la noche...